lunes, 12 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 9

Eran demasiadas coincidencias. Además, el reconocimiento de Gerardo Winters fue tan determinante que no se molestaron en hacer pruebas de ADN. Paula tenía el motivo, la oportunidad e incluso el arma del asesinato. Sin embargo, todavía estaba el hombre de San Francisco. Un hombre idéntico a Mariano Winters y que había desaparecido justo el día en que los Burroughs lo vieron. Desgraciadamente no tenía ninguna prueba. Eran suposiciones y posibilidades, nada que pudiera cambiar el veredicto de culpabilidad.

—Me pondré en contacto con usted si encontramos a Mariano.

Metió la libreta en la carpeta y la guardo en el maletín. Ahora se alegraba de no haber hablado con Esteban. Sin pistas ni pruebas, no tenía sentido. La investigación de Adrián estaba llena de errores y elementos sospechosos, tal vez por sus prisas para ganar el caso. Pero eso no significaba nada necesariamente. Tendrían que esperar a que la policía de San Francisco encontrara a Juan Wiley y comprobara su identidad. Solo entonces, si había motivos para ello, reabriría la investigación.

—Sí, seguro que sí —dijo Paula.

Él volvió a mirarla. Se sentía extrañamente atraído por aquella mujer. Tenía una estructura ósea muy elegante, y pensó que con ocho o nueve kilos más habría estado preciosa. Le pareció una lástima que una mujer tan atractiva estuviera en la cárcel. Pero todo parecía indicar que tras su belleza se ocultaba una asesina. Se levantó, dispuesto a deshacer su mascarada. No había otro motivo para decir lo que dijo a continuación:

—Me han contado que tuvo usted un niño. ¿Era de Sergio? ¿O de Mariano?

Paula palideció tan rápidamente que tuvo la impresión de que se iba a desmayar. Por su trabajo, Pedro estaba acostumbrado a tratar con personas en situaciones críticas, pero nunca había visto una expresión de dolor tan aguda. Ella cerró los ojos, recogió la chaqueta, lo miró y caminó hacia la puerta. Él se sintió culpable. Pero necesitaba provocar una reacción y había pensado que ser agresivo podía servir a tal efecto. Tal vez hubiera algo más, algo que no le había contado, en el suceso que causo la muerte de Sergio.

Antes de llegar a la puerta, Paula se detuvo y dijo:

—El niño era de Sergio, por supuesto. Por lo visto, usted no se contenta con creerme una asesina; también me cree capaz de jugar a dos puntas. Pero el niño era Sergio. Y mío. Además, Mariano ni siquiera se acostaba con mujeres.

Acto seguido, abrió la puerta y se dirigió al guardia:

—Me siento enferma —declaro.

—¡Espere! ¿Que ha querido decir con eso de que Mariano no se acostaba con mujeres? —pregunto Pedro, corriendo hacia la salida.

Ella se giró.

—¿Y usted se cree un abogado inteligente? —pregunto con sarcasmo—. Mariano era homosexual.

Pedro se detuvo en seco y vió como se alejaba. Homosexual. Ni en el expediente del tribunal ni en los archivos de la fiscalía ni en sus propias notas personales aparecía ese detalle. Pero eso no era lo peor. Se había casado con un miembro de la familia de Mariano y jamás había oído el menor rumor al respecto. Empezaba a sospechar que Adrián había ocultado muchas cosas para ganar el caso. Inquieto, regresó a la mesa y cerró el maletín.  Cuando salió al pasillo, el guardia estaba abriendo la pesada puerta que llevaba a la sección de las celdas. Paula Chaves pasó y desapareció de su vista.



Minutos más tarde estaba en la autopista. Activo el sistema automático de velocidad e intento pensar en la sorprendente revelación. Cabía la posibilidad de que la homosexualidad de Mariano guardara alguna relación con el asesinato. Todo el mundo sabía que San Francisco era la capital de los homosexuales de Estados Unidos. Era una ciudad ciertamente tolerante y muchas personas que se sentían perseguidas en otros lugares se marchaban allí para poder vivir sus vidas.

 Durante unos momentos, coqueteó con la teoría de que Mariano se había marchado aquella noche a San Francisco sin saber que se había cometido un asesinato. Pero no tenía sentido. Se habría puesto en contacto con alguien. Habría usado su cuenta bancaria para sobrevivir mientras conseguía un empleo. Además, habían identificado su cadáver, cuya sangre coincidía con la encontrada en la pistola. Y el arma encontrada en los arbustos del domicilio de Paula estaba registrada a nombre de la mujer. El único punto débil de aquella historia estaba precisamente en el arma; aunque el calibre de la bala coincidía, la policía no había conseguido demostrar que fuera la que se había usado para matar a Mariano Winters. Si es que el muerto era Mariano Winters.  Con lo que Pedro sabía ahora, le pareció posible que el propio Winters hubiera asesinado a otra persona y que dejara la pistola junto al domicilio de Paula antes de marcharse de Denver.

Se pasó una mano por el pelo. Si el asesinato lo había cometido él, era perfectamente lógico que no se hubiera puesto en contacto con nadie a lo largo de esos años. Detuvo el vehículo en una zona de descanso y volvió a comprobar el expediente. Adrián había realizado una investigación poco cuidadosa porque necesitaba un triunfo importante en los tribunales para salir reelegido. Lamentablemente, eso significaba que no podía estar seguro de nada. Ni siquiera de la identificación del cadáver. Y para empeorar la situación, Gerardo Winters había fallecido cinco años atrás y no podría interrogarlo. Para salir de dudas tendría que pedir la exhumación del cadáver. Y no se la concederían si no presentaba pruebas concluyentes que justificaran semejante decisión.

¿Sería posible que Mariano estuviera viviendo en San Francisco, tal como creían los Burroughs, y no descansara en la cripta familiar del cementerio? Si Paula había dicho la verdad, el era responsable directo de que el tribunal hubiera condenado y enviado a la cárcel a una mujer inocente.

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