miércoles, 21 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 36

Media tarde del sábado, Paula tomó las bolsas y bajó del autobús. Solo estaba a una manzana del piso, lo cual la animo porque había comprado tantas cosas que apenas podía caminar. Naturalmente, Eva se había ofrecido a llevarla a casa. Pero ella había rechazado el ofrecimiento porque sabía que su amiga vivía en el extremo opuesto de la ciudad.

Hacía un día soleado, pero se había levantado viento del oeste y hacía mucho frío. Empezaría a nevar en cuanto el cielo se cubriera. Estaba a punto de llegar al edificio cuando se llevó una buena sorpresa. Pedro y Franco estaban delante del portal, discutiendo.  Cuando el niño la vió, dejó de hablar con su padre y corrió hacía ella.

—¡Hola, Paula! Llevamos un buen rato esperándote… ¿Sabías que tienes una canción? Me la han enseñado en el colegio. ¡Y me sé la letra!

—Hola, Fran… ¿La letra de una canción? Vaya, me alegro…

Franco la tomó de la mano y tiró de ella sin prestar demasiada atención al hecho de que iba cargada con un montón de bolsas. Pedro avanzó con cautela, como si no estuviera seguro de ser bien recibido. Paula lo miró y se sintió mejor de inmediato. Se había maquillado levemente y sabía que el nuevo peinado le quedaba bien, de modo que se sentía más segura.

—No necesito preguntar donde has estado… —dijo él.

Pedro se acercó y tomó un par de bolsas para ayudarla.

—He ido de compras con Eva —explicó.

—¿Puedo cantar la canción, papá? —preguntó Franco.

—Dentro de un momento, hijo. Hemos venido para ver si nos concedes una segunda oportunidad…

—Si, pero no estabas en casa —dijo el niño—. Llevábamos siglos esperando…

—De haber sabido que vendrían, les habría dicho que no iba a estar.

—Es culpa mía por no haber llamado. Lo siento —dijo Pedro.

—¿Podemos ver a Tom? —preguntó el chico.

Paula no estaba segura de querer pasar la tarde con Pedro y su hijo, pero no podía negarse a la petición del pequeño.

—Por supuesto. Le encantará verte.

Entraron en el edificio y unos minutos después Franco ya estaba jugando con el gato. Paula llevó las compras al dormitorio y las dejó en la cama. Después, se detuvo un momento ante el espejo y se miró. Eva había acertado. El nuevo peinado mejoraba mucho su aspecto y el maquillaje remarcaba el color de sus ojos.

Cuando volvió al salón, Franco estaba cantando la conocida canción que llevaba su nombre. Pero solo sabía la primera línea, la que decía: «Oh, Paula, no llores más por mi».

—¿Nos vamos ya? —preguntó el chico al verla.

—¿Nos vamos? —preguntó, sorprendida.

A fin de cuentas, acababan de llegar.

—Si, tú también puedes venir. Hemos venido a buscarte. ¿Puede venir también Tom?

Paula miró a Pedro con confusión.

—Hemos venido para invitarte a pasar el fin de semana con nosotros —explicó él—. Tengo una casa a una hora de la ciudad, cerca de Surrey Junction. Nos quedaremos a pasar la noche y volveremos mañana por la tarde.

La propuesta le pareció sorprendente. Por lo visto, Pedro estaba realmente interesado en ella.

—Es una casa muy bonita —dijo Fran.

—Estoy segura de ello…

—¿Puede venir Tom? —insistió.

Paula negó con la cabeza.

—Tom no es un gato de la calle y tiene que estar aquí. Fuera hace demasiado frío para él.

—Es una casa normal, no una cabaña en el bosque —dijo Pedro—. Tiene tres dormitorios, así que hay uno para cada uno. Y mañana podríamos dar un paseo antes de volver a la ciudad… venga, Paula, estarás de vuelta antes de la noche. ¿Te apetece?

Paula sintió una mezcla de entusiasmo, excitación y nerviosismo. Miró a Pedro e intentó ignorar los sentimientos que albergaba hacía él. Ahora tenía una vida nueva. Era una mujer independiente y no quería ligarse a nadie. Pero deseaba pasar más tiempo con él y se llevaba muy bien con su hijo. No perdía nada por acompañarlos. Como decía Eva, tenía que divertirse un poco.

—Bueno, deja que guarde unas cosas e iré con ustedes.

Mientras guardaba unas pertenencias en una bolsa pequeña, se maravilló por lo que estaba haciendo. Un mes antes estaba en la cárcel y no tenía esperanzas de salir. Ahora tenía un departamento y un trabajo e iba a pasar un fin de semana con un hombre y su hijo. Sin hacerse preguntas sobre lo que eso significaba.

Iban hacía el oeste por la autopista, en dirección a las montañas Rocosas. El tráfico era ligero y Pedro puso un CD de jazz en el equipo de música. Franco hablaba a mil por hora e interrogaba a Paula sobre asuntos de lo más variopinto o preguntaba a su padre por el ciervo que a veces veían desde el porche.

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