lunes, 19 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 31

Pedro habría podido estrangular a Noelia. Estaba furioso con ella por su comportamiento del sábado anterior, tanto por lo que había dicho en el piso como por haberle enviado la prensa al restaurante. Todavía estaba resentida por el divorcio, y sabía que si se empeñaba en complicarles la vida a Paula y a él, podía hacerlo. La nota del periódico del domingo fue peor de lo que había imaginado. Habían publicado varias fotografías de los dos en la página de sociedad, así como un largo artículo lleno de conjeturas sobre la relación que mantenían. Esteban se llevaría un buen susto. Solo faltaban un par de días para las elecciones, y si eso afectaba negativamente en los resultados, se enfadaría mucho.

Cuando apareció el lunes por la mañana en el despacho, Rosana ya había llegado. Parecía preocupada.

—Tenemos problemas, jefe.

—Me lo imaginaba. ¿Esteban está de mal humor?

—Si yo estuviera en tu lugar, me mantendría lejos de él.

Pedro acababa de colgar la chaqueta cuando Esteban apareció en el despacho.

—¿Es que has perdido la cabeza? Mañana son las elecciones. ¿Y como crees que me has dejado? Como un idiota… —declaró—. ¿Hay algo entre Paula Chaves y tú?

—Solo que la llevé a tomar una pizza. No sabía que fuera un pecado.

—Pues lo es. Tu formabas parte del equipo que la condenó y has participado en su liberación. Salir con ella es tan extraño que la prensa pensará que hay una conspiración o algo por el estilo.

—Solo tú y dos o tres personas más conocen mi papel en la anulación de su juicio.

—Cierto, pero mantente alejado de ella. No quiero que pises ni siquiera la misma calle. La condenaron injustamente y ahora la han liberado. Eso es todo. Cuanto antes se olvide el asunto, mejor para todos.

—Esa mujer ha perdido ocho años de su vida. No voy a dejarla en la estacada si puedo echarle una mano —afirmó.

—Llevaría a cenar no es precisamente echarle una mano. Si quieres ponerte cariñoso entre bastidores, por mi no hay ningún problema. Pero en público, no.

Pedro tuvo que contenerse. Esteban sabía que lo que hiciera con su tiempo libre era asunto exclusivamente suyo. No tenía derecho a meterse en su vida, pero prefirió callar en ese momento por no enturbiar las relaciones en el trabajo. Además, tenía intención de volver a ver a Paula. Con o sin su aprobación.

Cuando Esteban se marchó, Pedro se sentó y contempló el trabajo acumulado en su mesa. Llevaba nueve años en el cargo de ayudante de fiscal y sabía que su labor había sido brillante. Tenía un porcentaje muy alto de casos resueltos, una ética a prueba de bombas y una integridad profesional reconocida en todo el gremio. Pero a Esteban le preocupaban más las elecciones. Y en cuanto a Paula, para él solo era un instrumento que podía manipular a su favor. Justo entonces, Rosana se asomó al despacho.

—El juez Creighton llamó el viernes pasado. Puede verte mañana por la mañana, si quieres.

Le pareció perfecto. Creighton estaba especializado en casos de disputas familiares. Dos décadas de trabajo en la magistratura lo convertían en la persona más adecuada para asesorarlo.

—Muy bien. ¿A que hora?

Rosana le dió toda la información. Después, sonrió y dijo:

—¿Que hago mañana? ¿Voto por nuestro ilustrísimo jefe, o por su rival?

—Vota lo que más te apetezca —respondió Pedro.

En ese momento no le apetecía apoyar a Esteban.


A Paula le encantaba su trabajo. Lo único malo era el viaje. Las dos primeras mañanas se había bajado del autobús antes de llegar a su parada porque iba tan lleno que sintió claustrofobia. Prefería caminar a sentirse encerrada, de modo que ahora salía antes de casa para no llegar tarde. Era un empleo ideal. Patricio Talridge le encargaba cosas y la dejaba en paz; no la molestaba ni le decía como tenía que hacer el trabajo ni exigía explicaciones por todo. Era un hombre calvo, muy gordo, que siempre llevaba un cigarrillo apagado en la comisura de los labios. Dirigía muy bien el vivero y todos los empleados parecían contentos con él.

El tiempo había empeorado y hacía frío, pero seguía despejado y podía concentrarse en aprender todo lo que pudiera sobre bulbos y técnicas de siembra. Patricio le había comentado que cuando llegara la primavera y los clientes empezaran a preguntar sobre la forma de tener huertos, podría aprovechar su experiencia en la cárcel. De momento la había puesto a las ordenes de Eva Reynolds, una mujer que se tomaba el trabajo muy en serio pero que siempre encontraba un momento para charlar. Eva solo tenía uno o dos años más que ella. Y según le había dicho, estaba divorciada y encantada de poder disfrutar de la vida.

—No tiene sentido que limite mis posibilidades. Si alguna vez vuelvo a mantener una relación seria con alguien, seguiré con él. Así que, mientras tanto, quiero darle una oportunidad a todos los solteros de Denver —bromeó en cierta ocasión.

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