domingo, 18 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 23

—Nunca me contratarían.

—Deja que pregunte por ahí.

Pedro no tenía ningún contacto en tiendas de jardinería, pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ayudarla. Se preguntó que se necesitaría para llevar una sonrisa a aquellos labios, y supuso que encontrar a su hijo. Ya debía de tener siete años.

—¿Era niño o niña? —preguntó.

—Niña. Me permitieron que estuviera dos horas con ella… era preciosa. Me habría gustado que Sergio la viera. Me habría gustado que…

Paula dejó de hablar. Su dolor era tan evidente que Pedro se sintió culpable.

—Dime que es lo que te gusta de la jardinería. Redactaremos un currículo y veremos lo que podemos encontrar. Aunque falta poco para el invierno y no estoy seguro de que sea fácil… —dijo él.

Ella lo volvió a mirar con desconfianza.

—Ya me las arreglaré.

—Todo el mundo necesita ayuda de vez en cuando —le recordó.

—Esta bien… escribiré todo lo que se me ocurra y te lo daré después para que me ayudes a redactar el currículo —dijo.

Pedro no esperaba que cambiara de opinión tan fácilmente y se llevó una sorpresa muy agradable.

—Hazlo esta noche. Mañana pasare a recogerte, iremos a desayunar y nos encargaremos del asunto —afirmó.

Ella asintió. Después, salió del coche, le dió las buenas noches y se alejó hacía la entrada del motel. Pedro la observó desde el interior del vehículo. Había dado un paso muy pequeño, pero al menos iba a permitir que la ayudara.

Paula esperó a Pedro en el interior del motel. Había escrito todo lo que se le había ocurrido en una libreta, pero su experiencia con plantas se reducía prácticamente a las verduras que plantaban a la cárcel y poco más. No sabía casi nada de flores, por ejemplo, y dudaba que en tales circunstancias le dieran un empleo. Además, el día había amanecido cubierto y caía una lluvia ligera. En pocas semanas empezaría a nevar y llegaría el invierno. Mala época para los trabajos al aire libre.

Pedro llegó poco después. Ella vió el coche a través de las puertas de cristal, caminó a su encuentro y subió al asiento del copiloto.

—Buenos días… —dijo él.

—Son buenos si te gusta la lluvia.

—Me encanta. Aclara la atmosfera y las montañas parecen tan cercanas como si las pudieras tocar con las manos.

Pedro arrancó el vehículo y ella se recordó que aquello era una simple reunión de negocios. Pero sentía curiosidad por él. Quería saber más cosas del ayudante del fiscal que se empeñaba en ayudarla.

—¿Siempre has vivido en Denver? —preguntó.

—Sí. Crecí en el sur. ¿Y tú?

—No soy de aquí. Vine cuando termine los estudios en la universidad, para estar con Sergio. Él era de Boulder y no tenía intención de marcharse de allí, pero sus padres murieron poco antes y eligió Denver porque había más oportunidades laborales y porque aquí vivía su amigo Mariano—explicó.

Pedro notó el tono de amargura en su voz.

—Comprendo.

—Cuando lo encuentren, quiero verlo.

—¿Por qué?

—Quiero saber porque hizo lo que hizo.

—Veré si es posible.

Paula lo miró y se preguntó si verdaderamente permitiría que viera a Mariano. Como estaba conduciendo, Pedro iba concentrado en la carretera y ella pudo observarlo con detenimiento. Era un hombre muy atractivo. Le extrañó que siguiera soltero.

—¿Por qué no te has casado? —preguntó.

—Estuve casado —dijo.

—Ah…

—Me divorcié hace año y medio. Y no tengo intención de repetir el error — afirmó, lanzándole una mirada rápida—. Tengo un hijo… de cinco años.

Paula sintió un dolor intenso en el corazón. Ella tenía una hija, pero no sabía donde estaba ni la había visto crecer.

—Ojala pudiera verla otra vez… me refiero a mi hija —dijo ella—. Me gustaría saber si esta bien.

—Podrías llevar el asunto a tribunales. Te obligaron a entregarla en adopción porque te habían condenado por asesinato, pero las cosas han cambiado.

Ella negó con la cabeza.

—No sería justo. Si la adoptó una familia decente, estaría mal que interfiriera. Ellos son sus padres ahora. Los únicos que ha conocido —explicó—. Pero si no es feliz, entonces…

En ese momento, Pedro detuvo el coche junto a una cafetería y preguntó:

—¿Te parece bien aquí?

Paula asintió e intentó recordarse que solo estaba con Pedro por el asunto del trabajo. En otras circunstancias habría preferido arreglárselas sola; pero la vida no era fácil para una ex presidiaria y habría aceptado la ayuda hasta del diablo en persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario