miércoles, 28 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 56

—Precisamente por eso voy a todos los actos en los que Franco participa. Hasta ahora solo ha sido una fiesta de preescolar y otra en septiembre de este año, pero me he prometido que seré un buen padre.

—¿Noelia también asistirá?

—No lo sé.

—Bueno, por lo menos tú creciste en la misma casa. Nosotros nos mudábamos cada dos o tres años y nunca tuve un hogar verdadero —comentó—. Cuéntame más cosas de tu infancia.

Paula quería saberlo todo; conocer todos los detalles, tristes y alegres, de la vida de Pedro. Quería que le hablara de su madre, de la situación de su padre, de sus amigos, de sus motivos para elegir la carrera de Derecho. Y cuando él empezó a hablar, fue como si abrieran las puertas de una presa que llevara mucho tiempo cerrada. Hablaba tranquilamente, entrando en detalles y contestando a todas sus preguntas. Así pasaron gran parte de la velada, hasta que terminaron de cenar en el restaurante chino. Por fin, él le contó que había elegido la carrera de Derecho después de que a un vecino lo estafara su casero.

—Vaya, ahora lo entiendo —dijo ella.

—Quería ayudar a la gente y a la justicia. Y a medida que estudiaba, me fui interesando más y más por los casos penales. Comprendí que en los tribunales podría hacer algo más que luchar contra pequeños delincuentes como ese casero.

—Así que al final has resultado una especie de caballero andante. Hace ocho años no lo habría imaginado.

—Bueno, es evidente que no soy perfecto.

—No te preocupes. Eso es agua pasada. Has encontrado a mi hija y para mí es lo más importante del mundo —dijo con sinceridad—. Vuelve a contarme como es…

Pedro le dió todos los detalles. Le dijo que tenía el pelo largo y oscuro, que era muy bonita y que su sonrisa era maravillosa. Le habló de su voz y de como se dirigía a sus amigos. Y cuando terminó de hablar, la miró directamente a los ojos. Paula tuvo la impresión de que buscaba algo. Tal vez, la absolución. Quizá, el perdón.

Cuando llevaron las típicas galletas de la suerte, Paula abrió la suya y miro el papel que tenía dentro.

—Léelo en voz alta —dijo él.

—«La fortuna premia a los audaces» —leyó ella, arrugando la nariz—. Vaya, que lastima. Me habría gustado que dijera otra cosa. No sé, algo así como que me espera un largo y maravilloso viaje…

—¿Y adonde te gustaría ir?

Ella lo pensó un momento y sonrió con timidez.

—A San Francisco. Me divertí mucho allí.

—También podemos divertirnos en Denver.

—Venga, lee tu galleta…

Pedro la rompió y sacó el papel, que desdobló.

—«La verdad triunfará» —leyó.

—Menuda cosa —se burlo ella—. ¿Eso es lo mejor que sabes hacer?

—Por lo visto, si. ¿Nos marchamos?

Ella asintió.

Al salir del local, Paula respiró a fondo. Se habían sentado junto a la ventana y no había sufrido ningún ataque de pánico. Pero sabía que su mejoría se debía a él. Pedro la llevó al coche y ella se paró en seco.

—Discúlpame. Precisamente estaba pensando que me he comportado muy bien en el restaurante… pero no soy capaz de entrar en el coche en este momento.

Él se apoyó en el vehículo y le apartó un mechón de la cara.

—¿Quieres que vayamos andando a tu casa? Solo esta a unas manzanas de aquí.

—¿Y que hacemos con tu coche?

—Vendré a buscarlo cuando me marche.

—Eso es una tontería. Dame un minuto y me recuperaré.

—¿Has pensado en la posibilidad de ver a algún especialista para superar tu miedo?

—¿A un psicólogo, quieres decir?

—Si, a alguien que pueda ayudarte.

—Tal vez cuando ahorre un poco de dinero. No tengo seguro medico y ya sabes que dentro de unas semanas tendré que dejar el piso y buscar otro. El asunto de la claustrofobia no está actualmente entre mis prioridades.

—Pero yo podría…

Ella alzó una mano.

—No, no sigas por ese camino. Ya has hecho demasiadas cosas por mí. No podría pedirte nada más —afirmó.

Él la tomó de la mano.

—Hablemos de esto en el calor de tu departamento, si es que todavía quieres que te acompañe…

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