domingo, 25 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 47

—No es para tanto. En el restaurante chino donde comimos te has portado muy bien. Pero espera un momento… acabo de acordarme de que a una manzana de aquí hay un café que tiene terraza. Podemos cenar allí.

—Pero hace frío…

—Eso no importa. Aquí instalan calefactores en la calle para que la gente pueda comer fuera. Pero si es incomodo, iremos a otra parte.

Minutos más tarde, cuando ya estaban sentados en la terraza, Paula pensó que lo de los calefactores era un gran invento. Estaban solos, y las maquinas calentaban lo suficiente como para no tener frio.

—Magnífico —dijo ella, sonriendo a su acompañante—. Gracias por este día tan maravilloso. Creo que no lo olvidaré nunca.

—Me alegra que te hayas divertido, porque yo me lo he pasado en grande.

Pedro estaba tan sorprendido como ella de lo bien que se llevaban. No habían hecho gran cosa. Solo pasear, ver tiendas, compartir experiencias normales. Justo lo que nunca había podido hacer con Noelia. Miró a Paula. Su felicidad era tan evidente que deseó hacerla feliz hasta el fin de sus días.

—¿Que vas a comer tú? —preguntó ella, levantando la vista del menú—. Todo parece tan bueno que pediría un poco de cada plato, pero no me lo podría comer.

—Bueno, te recomiendo que pidas algún pescado fresco, de temporada.

—Pediré pez espada. A mi padre lo trasladaron a San Diego cuando yo tenía diez años y pasamos una temporada allí. Al principio no quería probarlo porque estaba convencida de que sería peligroso, pero luego me gusto mucho.

Pedro rió y ella lo miró.

—¿Sabes una cosa? No se casi nada de tí. Siempre te cuento historias de mi vida —continuó ella—, pero tú no dices gran cosa. Yo pensaba que los abogados eran más comunicativos.

—Oh, es que ya hablo demasiado en mi trabajo….

—No lo dudo, pero ¿Por que no hablas más conmigo? ¿O es que siempre eres así? Anda, cuéntame algo de tu infancia.

—¿De mi infancia? No hay mucho que contar. Crecí en Denver, estudié… y luego fui a la universidad, saqué el titulo de Derecho y empecé a trabajar en la fiscalía. Mi vida no ha sido nada interesante.

—Es un resumen muy corto. ¿Y que me dices de los amigos de aquella época? ¿Todavía los ves? ¿Que querías ser cuando eras pequeño? Y no me digas que querías ser abogado, porque sospecho que te habría gustado ser bombero o vaquero.

—Sí, claro, quería ser vaquero. De hecho, tenía varios amigos que vivían en ranchos y se pasaban la vida hablando de caballos y de rodeos…

—¿Y aprendiste a montar?

—Me temo que no.

Pedro ni siquiera había podido ir a visitar a sus amigos. Su padre siempre se había negado a llevarlo, y él estaba loco por ir al rancho de Javier Haversham y aprender a montar a caballo.

—Si las cosas hubieran sido distintas, podrías haberte convertido en ranchero…

—Si, pero me gusta mi trabajo. Puedo ayudar a la gente con cosas importantes.

Paula se quedó en silencio y él la miró con tristeza. Por desgracia, su trabajo también podía destruir la vida de personas inocentes. Al final, ella dijo:

—Me alegra que trabajes en la fiscalía. De no haber sido por tí, todavía estaría en la cárcel.

—No creas. La mayoría de los jueces y abogados que conozco son personas realmente comprometidas con la justicia.

—La mayoría, pero no todos —puntualizó ella—. Sin embargo, no quiero hablar del pasado. ¿Sabes lo que me apetece? Volver al hotel en tranvía.

—No llegan tan lejos. Pero podemos tomar uno hasta el fin de la línea y luego parar un taxi —propuso.

—Perfecto.

El tranvía estaba prácticamente vacío, así que se sentaron en uno de los bancos y Pedro la tomó de la mano. Su piel era tan suave que se preguntó si el resto de su cuerpo seria igual y decidió pensar en otra cosa. Pero no lo consiguió. Paula le gustaba demasiado. Deseaba abrazarla. Besarla. Hacerle el amor durante toda la noche. Pero probablemente, ella solo quería volver a su habitación y tal vez darse una ducha antes de meterse en la cama. Sola. Maldijo su suerte y maldijo sus emociones. Se sentía como un adolescente en su primera cita con una chica. Y no quería complicar su relación con el deseo sexual.

Cuando llegaron al hotel, él se encargo de las bolsas. Al pasar por el vestíbulo, oyeron la música que procedía del bar y volvieron la vista hacía el. Varias parejas estaban bailando en la pista.

—¿Te apetece tomar algo y tal vez bailar un poco? —preguntó Pedro.

Ella estuvo a punto de aceptar. Pero bajó la mirada, observó sus pantalones y su jersey y negó con la cabeza.

—No estoy vestida para eso.

—Estas maravillosa, Pau. Se trata de bailar, no de hacer un pase de modelos…

Pedro llamó a un botones, le dió las bolsas y dijo:

—Por favor, llévelas a mi habitación. Es la 1730. Si hay algún problema, estaremos en el bar.

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