—Creo que ha ido muy bien —dijo Pedro esa tarde.
Estaban sentados en el borde de la piscina en bañador y con los pies en el agua. Feli había ido ya a casa de Nahuel. Paula se dejó caer en el agua, se giró y apoyó la barbilla en las manos cruzadas en el borde.
—Sí, ha ido bien. Pero ya te lo había dicho yo. Tendrás que admitir que sé de lo que hablo.
Pedro inclinó la cabeza a un lado y la miró con aire perezoso.
—A veces.
—¿A veces? ¡Ja! —se agarró al borde con una mano y salpicó todo lo que pudo con la otra.—¡Eh!
—A veces, no. Casi siempre. Y te sale agua de la nariz.
—Te la has ganado.
—Ni se te ocurra —ella se hundió en el agua para alejarse de él.Pero no fue lo bastante rápida.
Él saltó a la piscina, le puso una mano en la cabeza y empujó. Paula lanzó un grito espeluznante, pero tuvo que interrumpirlo para tomar aire antes de hundir la cabeza.Cuando salió a la superficie, riendo y chapoteando, él se lanzó a por ella y la joven volvió a gritar.
—Suéltame —dijo ella.
—De eso nada —Pedro tiró de la muñeca de la joven y echó a andar hacia la parte más superficial. Paula hizo pie.
—Está bien, está bien. Tú ganas. Suéltame ya.
—No —la abrazó y bajó su boca a pocos centímetros de la de ella.
—¡Bésame!
Paula lo empujó en el pecho, aunque no con mucha fuerza.
—¿Y por qué debo besarte?
—¿Porque te gusta? —sonrió él.
Ella dejó de fingir que se debatía y simuló pensar en ello.
—Bueno, eso es posible, sí.
—¿Porque tu corazón late con más fuerza y te cuesta respirar?
—¿Y tú cómo sabes eso?
Pedro le tomó la mano derecha y colocó la palma abierta encima de su corazón.
—Muy fácil. ¿Sientes eso? —y ella lo sintió—. Bésame.
La joven le echó los brazos al cuello y se entregó a la gloria del beso... hasta que la mano de él se acercó al cierre del sujetador del bikini... Entonces lo apartó.
—No pienso quedarme en topless en la piscina de tu rancho.
—¿Y en mi dormitorio?
Paula apoyó el dedo índice en la barbilla e hizo una mueca.
—Déjame pensar en eso.
Pedro lanzó un juramento. La agarró por la mano y tiró de ella fuera de la piscina.
—¿Adonde me llevas? —preguntó ella, fingiendo inocencia.
—Adivínalo.
Paula no tenía que adivinar mucho. Se dejó arrastrar riendo y Fargo, que estaba tumbado debajo de una sombrilla, se levantó y corrió tras ellos.
Los días del verano pasaban con lentitud. Días felices, en opinión de Paula, seguidos de noches llenas de sexo en la cama de Pedro. Feli cumplió su promesa de llamar papá a Pedro y se metió en su vida como hijo de Pedro sin necesitar un periodo de transición y sin el menor asomo de timidez o incomodidad. Pedro declaró que eso le parecía asombroso, pero a Paula no le sorprendió nada. Su hijo tenía una vena muy pragmática. El padre que había conocido y querido había muerto y no le preocupaba descubrir que tenía otro, un padre que estaba loco por él, un padre divertido que a veces casi podía ganarlo en el juego de Agresión Alienígena. Un padre que estaba pendiente de todas sus palabras y le había dicho que Fargo ahora era también suyo.
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