Pedro tomó a Paula de la mano en cuanto Feli cerró la puerta de su cuarto.
—Vamos.
Ella lo siguió sin vacilar hasta el hermoso dormitorio de él, con sus paredes marrones y sus luces suaves. El edredón color azul acerado de su cama estaba ya retirado, sin duda por la mano de la señora Graciela.
Pedro no perdió tiempo en desnudarla. Le quitó la camisa y el sujetador, la besó con fuerza y le quitó la falda que se había puesto ella después de la ducha. Paula se quitó las sandalias, se bajó las bragas y se quedó desnuda delante de él.Era extraño lo natural que le resultaba estar desnuda con él. Pedro la tomó de los hombros con gentileza y le sonrió.Ella tendió una mano al cinturón de él.Él se dejó hacer. Cuando Paula le sacó la camisa por la cabeza, retrocedió y se sentó al borde de la cama y ella se arrodilló y le quitó los mocasines.
—Por fin —sonrió él.
La joven asintió con la cabeza. Pedro le ofreció la mano y ella la tomó. Él la tumbó en la cama y se sentó a horcajadas sobre ella. Le acarició el cuerpo despacio.Y él bajó la boca y la besó... primero en los labios y después empezó a bajar... Y siguió bajando.Hasta que ella quedó con la cabeza en la almohada y gimiendo de deseo mientras él lamía y succionaba su sexo y ella se estremecía y se sumergía por completo en sus sensaciones.Cuando llegó al orgasmo, gritó el nombre de él y Pedro extendió una mano hacia el cajón de la mesilla de noche.
—¡Oh! —gritó ella—. Déjame... déjame... —le quitó el preservativo y lo abrió. Tomó el miembro de él y lo apretó, acariciándolo desde la cabeza a la base... y de nuevo hacia arriba. Pedro le agarró la muñeca.
—Pónmelo —dijo entre dientes—. Date prisa.
Ella obedeció y le colocó el preservativo. Pedro la montó a horcajadas de nuevo y ella lo guió hacia su interior.Su cuerpo lo recibió con suavidad y él se acomodó entre sus muslos, apoyó los antebrazos en la almohada y hundió los dedos en el pelo sedoso de ella.
—¡Qué bien! —murmuró. Susurró su nombre con voz ronca y baja y enterró la cabeza en su hombro.
Paula lo abrazó por la cintura con sus piernas y se movieron juntos a un ritmo cada vez más intenso hasta que el mundo dejó de existir y sólo quedaron ellos dos, por fin sin rabia, dolor ni mentiras que enmendar. Sólo un hombre y una mujer que encajaban perfectamente uno en el otro, que compartían un placer caliente y llegaban al clímax juntos en una explosión de luz.No descansaron mucho tiempo. Pedro no podía dejar de tocarla, de besarla, de apretarse contra su cuerpo.Y ella también lo tocaba y lo besaba por todas partes. La segunda vez ella se colocó arriba y lo recibió dentro poco a poco. Cuando estuvo allí del todo, se movieron juntos perezosamente, como olas que lamieran una orilla arenosa. Al final ella se derrumbó encima de él y Pedro la abrazó con fuerza. Paula sintió los latidos fuertes del corazón de él en su mejilla.Después de eso, él los tapó con la sábana gris de raso y la abrazó de costado. Y ella apoyó la cabeza en su hombro sintiéndose saciada y a salvo en el círculo de sus brazos.
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