lunes, 5 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 47

Pedro tomó a Paula de la mano en cuanto Feli cerró la puerta de su cuarto.

—Vamos.

Ella  lo  siguió  sin  vacilar  hasta  el  hermoso  dormitorio  de  él,  con  sus  paredes  marrones  y  sus luces  suaves.  El  edredón  color  azul  acerado  de  su  cama  estaba  ya  retirado, sin duda por la mano de la señora Graciela.

Pedro  no  perdió  tiempo  en  desnudarla.  Le  quitó  la  camisa  y  el  sujetador,  la  besó con fuerza y le quitó la falda que se había puesto ella después de la ducha. Paula se quitó las sandalias, se bajó las bragas y se quedó desnuda delante de él.Era extraño lo natural que le resultaba estar desnuda con él. Pedro la tomó de los hombros con gentileza y le sonrió.Ella tendió una mano al cinturón de él.Él  se dejó  hacer.  Cuando  Paula  le  sacó  la  camisa  por  la  cabeza,  retrocedió  y  se  sentó al borde de la cama y ella se arrodilló y le quitó los mocasines.

—Por fin —sonrió él.

La  joven  asintió  con  la  cabeza.  Pedro le  ofreció  la  mano  y  ella  la  tomó.  Él  la  tumbó en la cama y se sentó a horcajadas sobre ella. Le acarició el cuerpo despacio.Y él bajó la boca y la besó... primero en los labios y después empezó a bajar... Y siguió bajando.Hasta  que  ella  quedó  con  la cabeza  en  la  almohada  y  gimiendo  de  deseo  mientras  él  lamía  y  succionaba  su  sexo  y  ella se  estremecía  y  se  sumergía  por  completo en sus sensaciones.Cuando  llegó  al  orgasmo,  gritó  el nombre  de  él  y  Pedro extendió  una  mano  hacia el cajón de la mesilla de noche.

—¡Oh! —gritó  ella—.  Déjame...  déjame...  —le  quitó  el  preservativo  y  lo  abrió.  Tomó  el  miembro  de  él  y  lo  apretó,  acariciándolo  desde  la  cabeza  a  la  base...  y  de  nuevo hacia arriba. Pedro le agarró la muñeca.

—Pónmelo —dijo entre dientes—. Date prisa.

Ella  obedeció  y  le  colocó  el  preservativo.  Pedro la  montó  a  horcajadas  de  nuevo y ella lo guió hacia su interior.Su cuerpo lo recibió con suavidad y él se acomodó entre sus muslos, apoyó los antebrazos en la almohada y hundió los dedos en el pelo sedoso de ella.

—¡Qué bien! —murmuró. Susurró su nombre con voz ronca y baja y enterró la cabeza en su hombro.

Paula  lo  abrazó  por  la  cintura  con  sus  piernas  y  se  movieron  juntos  a  un  ritmo  cada  vez más  intenso  hasta  que  el  mundo  dejó  de  existir  y  sólo  quedaron  ellos  dos,  por fin sin rabia, dolor ni mentiras que enmendar. Sólo un hombre y una mujer que encajaban perfectamente uno en el otro, que compartían un placer caliente y llegaban al clímax juntos en una explosión de luz.No descansaron mucho tiempo. Pedro no podía dejar de tocarla, de besarla, de apretarse contra su cuerpo.Y  ella  también  lo  tocaba  y  lo  besaba  por  todas  partes.  La  segunda  vez  ella  se  colocó arriba  y  lo  recibió  dentro  poco  a  poco.  Cuando  estuvo  allí  del  todo,  se  movieron juntos perezosamente, como olas que lamieran una orilla arenosa. Al final ella se derrumbó encima de él y Pedro la abrazó con fuerza. Paula sintió los latidos fuertes del corazón de él en su mejilla.Después de eso, él los tapó con la sábana gris de raso y la abrazó de costado. Y ella apoyó la cabeza en su hombro sintiéndose saciada y a salvo en el círculo de sus brazos.

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