viernes, 16 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 17

No quería que Pedro le gustara. No quería sentir nada por él, salvo amargura y hostilidad. No quería olvidar lo que él y su jefe le habían hecho.

—Si pudieras haber estado esta noche con otra persona, ¿A quién habrías elegido? —preguntó Pedro.

Paula no lo dudó.

—A Marisa Hernandez, mi compañera de celda. Saldrá dentro de un par de meses… Es curioso. La idea de quedarme sin ella se me hacía insoportable. Es mi mejor amiga; o más bien, mi única amiga. Y al final ha resultado que he salido antes que ella.

Se detuvo un momento y cambió levemente la posición del tenedor, hacía la izquierda.

—Si consigo un trabajo y tengo dinero, podríamos festejar su libertad aquí y pedir una botella de champan. Sé que le encantaría —dijo con suavidad.

Cuando llegó la bebida, Pedro alzó su copa.

—Por un futuro brillante. Te deseo toda la suerte del mundo, Paula.

Ella bebió un poco y asintió. Iba a necesitar mucha suerte.

Unos minutos más tarde, después de pedir la comida, pensó que las cosas iban mejor de lo que había imaginado. Pedro era divertido, y un gran conversador. Le contó por que le gustaba aquel local y le recomendó unos cuantos restaurantes del centro. Paula no dijo nada. Solo escuchó y bebió champan. El camarero llego con los platos y ella sonrió al ver su contenido, dispuesto de forma ingeniosa. En la cárcel no se molestaban con esas tonterías; servían la comida sin ton ni son.

—¿Que planes tienes? —preguntó él.

Paula empezó a comer.

—Mañana empezare a buscar empleo —respondió—. Aunque tal vez debería haber empezado hoy… ¿Qué te parece?

Pedro negó con la cabeza.

—Creo que deberías esperar unos días. Acostúmbrate otra vez a la libertad y descansa —sugirió.

—No me lo puedo permitir. Necesito un trabajo cuanto antes. Tengo poco dinero.

—¿Ya has encontrado alojamiento?

Ella dudó como si no quisiera responder, pero al final lo hizo.

—No, todavía no. Supongo que esta noche podría dormir en un motel. Si no encuentro trabajo, no podre alquilarme un piso.

—En mi casa hay habitaciones de sobra…

Paula se sobresaltó. Pensó que Pedro buscaba algo más que limpiar su mala conciencia. Tal vez, que se mostrara agradecida por haberla sacado de prisión.

—Lo siento, no es una buena idea —continuo él—. Olvida lo que he dicho.

Ella lo miró con ojos llenos de enfado.

—Cenar contigo ha sido un error, y no quiero nada más de tí. Ni te debo nada. ¿Me he expresado con suficiente claridad?

—Cuando terminemos de cenar te dejaré en un motel decente y no tendrás que volver a verme —dijo él.

—Excelente.

Paula echó otro trago de champan. Vió que la mujer de la mesa contigua le sonreía. Probablemente pensaba que Pedro y ella estaban celebrando algo bien diferente. Y durante unos momentos deseo que las cosas hubieran sido diferentes. Estar allí porque un hombre atractivo la hubiera invitado por algún acontecimiento especial, como un ascenso o algo parecido. Reirían, bailarían, él la miraría con ojos llenos de amor y ella volvería a sentir la emoción de saberse querida. Echaba de menos a Sergio. Comprendía que la mujer de la mesa mirara constantemente hacía ellos. Pedro era un hombre guapo, elegante y de actitud segura. Supuso que estaría acostumbrado a que las mujeres se acercaran a él y miro sus manos. No llevaba anillo, pero eso no significaba necesariamente que estuviera soltero.

—Si te pones en contacto con la prensa, te pagarían una buena suma por tu historia —dijo.

Ella parpadeó.

—No puedo creer que me sugieras eso. Tú no saldrías bien parado.

—No puedo cambiar lo que pasó, Paula. Para esta noche, todos los habitantes de Denver conocerán tu historia. Parte de la rueda de prensa de Esteban ha salido en la radio. La he oído mientras te esperaba… —explico—. Hagas lo que hagas, Adrián Denning y yo tendremos problemas.

—¿Por eso me has invitado a cenar? ¿Para intentar congraciarte conmigo?

Él sonrió con arrepentimiento y sacudió la cabeza.

—Dudo mucho que fuera posible. No, sinceramente no quería que estuvieras sola esta noche.

Paula sintió un extraño revoloteo en el corazón. Los ojos de Pedro eran oscuros e intensos y brillaban con sinceridad. Cuando sonreía, se le hacían hoyuelos en las mejillas que enmarcaban sus labios. Y tenía una mandíbula tan fuerte como si no le asustara nada; ni siquiera equivocarse ante millones de personas.

—¿A tu esposa no le ha importado que me llevaras a cenar?

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