lunes, 12 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 7

—Ja, ja… —rió—. Ha venido para ocultar los errores que cometieron entonces e impedir que alguien los descubra en el futuro.

—Tal vez pueda sacarla de aquí —declaró Pedro—. Solo por eso, debería hacer lo posible por ayudarme.

—¡Váyase al infierno! —exclamó, poniéndose de pie—. ¡Como se atreve a venir aquí e intentar engañarme de ese modo!

Él también se levantó, sorprendido por su reacción.

—Pensé que le gustaría saber que existe la posibilidad de…

—No existe ninguna posibilidad —lo interrumpió—. Si cree que Mariano está vivo, debería hablar con la policía de San Francisco para que lo confirme. Yo solo puedo repetir lo que declare en su momento, lo que seguramente tiene en ese expediente. ¿Qué espera dándome falsas esperanzas? ¿Cómo puede ser tan cruel?

Paula tomó aire antes de continuar.

—Por culpa suya, estaré encerrada en esta prisión hasta el fin de mis días. Así que no me venga con ese cuento de que Mariano anda por ahí… Además, eso de que alguien le ha dicho que alguien lo ha visto no es ninguna prueba.

—Cierto. Pero de todas formas, usted podría quedar en libertad en poco tiempo —insistió.

—Podría. Una simple posibilidad entre miles en sentido contrario. Es terriblemente cruel…

—Aunque solo sea una posibilidad, ahora tiene una esperanza que antes no tenía. ¿No quiere que la ayude a salir?

Por su tono cortado, ella supo que el abogado no se encontraba nada cómodo con la situación. Paula se apoyó en la mesa y declaró:

—Déjeme que le diga una cosa, señor ayudante del fiscal. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos para sobrevivir en este lugar. Me vuelve completamente loca. Lo consigo a duras penas, y ahora viene usted con su ropa cara y su gran sueldo a reírse en mi cara. ¡Odio estar presa por un delito que no cometí! ¡Odio estar encerrada! ¡Lo odio!

La puerta de la sala se abrió y el guardia preguntó:

—¿Va todo bien?

—Sí —respondió Pedro, sin apartar la vista de Paula—. No hay ningún problema, agente.

La puerta se cerró otra vez, pero el guardia permaneció pegado al cristal, observando los movimientos de Paula.

—Siento haberla incomodado. Sin embargo, necesito toda la información que pueda proporcionarme —insistió él.

Pedro caminó hasta el cristal y bloqueó la visión del guardia.

—Olvídese de mí. Usted ayudó a meterme en la cárcel. Me robó todo lo que tenía. Mi juventud, mi vida, mi familia. Estoy a punto de cumplir treinta años y mi mundo esta completamente vacío. Todo por personas dispuestas a hacer cualquier cosa para mantener sus cargos. Todo porque su jefe quería salir reelegido, y usted seguir con su trabajo y apuntarse otro éxito profesional.

—Tranquilícese, se lo ruego. Necesito que hablemos.

Paula deseó golpear a aquel hombre. Aliviar los años de frustración acumulada.

—No quiero hablar con usted. Incluso en la cárcel tengo algunos derechos que…

Ella rompió a llorar. No quería hacerlo, odiaba hacerlo, pero lloró. Quería que el abogado se marchara y la dejara en paz.

—Paula…

Pedro quiso alcanzarla. Ella se apartó de forma instintiva.

—No me toque, no me toque… —repitió, histérica.

Pedro permaneció en el sitio.

—No la tocaré. Cálmese.

Lentamente, sacó un pañuelo de la chaqueta y se lo tendió. Paula lo miró durante unos segundos, como si desconfiara. Él lo dejó sobre la mesa y dió un paso atrás. Solo entonces, ella lo recogió.

—¿Ya puedo marcharme? —preguntó, mientras se limpiaba.

—Necesito que me conteste a unas preguntas más.

Pedro regresó a su silla, se sentó y acercó su libreta. Paula dió la vuelta a la mesa, manteniendo la máxima distancia posible entre ellos.

—Sergio Anderson, Mariano Winters y usted eran amigos, ¿Correcto?

Ella asintió.

—Sí, bueno… Mariano y Sergio eran amigos desde el instituto. Yo conocí a Sergio en la universidad. Empezamos a salir y unos meses más tarde nos comprometimos.

Empezó a llorar otra vez. En aquellos días era una mujer felíz. Había conseguido un trabajo como profesora de enseñanza primaria y estaba enamorada de un hombre maravilloso. Se habían marchado a vivir juntos y querían casarse. Era un sueño hecho realidad. Pero de repente se convirtió en una pesadilla. Y todavía no había despertado.

—Conocí a Mariano cuando nos mudamos a Denver en junio —continuó.

—¿Pasaban mucho tiempo juntos?

Ella se encogió de hombros.

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