domingo, 4 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 42

Entraron  en  la  casa  con  Fargo.  Feli  se  dirigió  a  la  habitación  de  juegos  del  sótano  a  jugar con  la  videoconsola.  Paula subió  las  escaleras  hasta  el  dormitorio  amplio  y  alegre  que  le había  asignado  Pedro y  se  puso  a  abrir  la  correspondencia que  había  hecho  que  le  enviaran desde  San  Antonio.  Mientras  abría  y  clasificaba  facturas,  pensaba  que  tendría  que  hablar  con Pedro  y  convencerlo  de  que  ya  era  hora de contarle la verdad a Feli.

Pedro llegó a casa desde el bufete y se detuvo justo en el interior de la puerta. La casa estaba tan silenciosa que conoció un momento de soledad. Lo primero que se le ocurrió fue que Paula y Feli se habían ido.Imposible. Ella no se atrevería.La señora Graciela salió al vestíbulo desde el comedor.

—Señor Alfonso... —¿Dónde están Felipe y su madre? —preguntó él con ansiedad.

—El  chico  está  en  el  cuarto  de  juegos.  La  señora  Torres  ha  subido  a  su  habitación.

Pedro sintió un gran alivio... y una especie de debilidad.

—Gracias.

La  mujer  se  volvió  por  donde  había  llegado  y  Pedro bajó  al  cuarto  de  juegos,  donde encontró a Feli tal como le habían dicho. El niño se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas y estaba inmerso en un juego de monstruos. Una criatura verde explotó de pronto en la pantalla gigante.

—¡Muerto! —gritó  Feli.  Fargo,  tumbado  a  su  lado,  levantó  las  orejas.   Miró  a  Pedro,  movió  la  cola  y  soltó  un  gruñido  de  saludo.  Feli le  lanzó  una  mirada  rápida y siguió con los dedos pegados a los controles—. Hola. ¿Quieres jugar? Fargo se levantó y se acercó. Pedro le rascó detrás de las orejas.

—Tal vez más tarde.

—Está bien.

—¿Tu madre está arriba?

—Creo que sí.

El  perro  volvió  a  tumbarse  en  el  suelo  y  Pedro volvió  a  las  escaleras.  Subió  deprisa hasta la planta baja, pero después aflojó el paso y siguió su camino sin hacer ruido. No quería que ella lo oyera acercarse, aunque se negaba a pensar por qué.La  puerta  de  la  habitación  estaba  abierta,  así que  se  detuvo  en  el  umbral  y  la  miró anhelante.Sabía  que  ella  también  se  sentía  atraída  por él,  porque  se  lo  había  dicho  ella  misma. Y, sin embargo, él la evitaba. Pero  ahora,  observándola desde  el  umbral,  se  preguntó  por  qué.  ¿Qué  sentido  tenía? Cierto que lo que había hecho era imperdonable y que no podía confiar en ella, pero seguía sintiendo un fuerte anhelo por ella. Vivían en la misma casa, ¿Y por qué tenía  que  pasar  las  noches  solo,  ansiando  su  contacto  y  su  calor, su  suavidad  y  su  dulzura?¿Por qué tenía que permanecer despierto atormentado por recuerdos de aquella noche de tantos años atrás?¿Por  qué  negarse  aquello  cuando  ella  le  había  dicho  con  toda  claridad  que  también lo deseaba? Cierto que Paula había roto sus sueños de tener una vida juntos. Ahora  sabía  que  eso  sólo  había  sido  una  fantasía  tonta.  ¿Pero  por  qué  no  podía  poseerla, si negándose eso sólo conseguía desearla aún más? La observó girar un poco en la silla y tender el brazo hacia un cajón. Entonces lo vió  y  se  quedó  inmóvil  con  el  brazo  extendido  y  el  pelo  sedoso  cayéndole  sobre  un  hombro. Contuvo el aliento y se enderezó.

—Pedro, no te... —le temblaba la boca.

Él  observó  su  rostro  inolvidable,  los  rasgos  delicados  y  la  boca  exuberante.  El  ojo izquierdo ya no estaba hinchado y había dejado de llevar la venda. El corte en la sien, cruzado con puntos, se veía rojo y feo.

—¿No qué? —preguntó él con suavidad.

Paula tragó saliva.

—No sabía que estabas ahí.

Pedro se encogió de hombros y entró en la habitación.

—¿Pedro? —preguntó ella con voz ronca. Se levantó de la silla—. ¿Qué haces?

Él cerró la puerta. Paula se llevó una mano a la boca.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó Pedro.

Paula dejó caer la mano a un costado. Tragó saliva y lo miró a los ojos.

—No —susurró—. Quédate, por favor.

Y él se acercó y la tomó en sus brazos.

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