lunes, 19 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 29

—Todavía podemos ir a cenar —dijo él.

—No, me vuelvo al piso. Tom me echara de menos.

Él la miró y dijo, en tono de súplica:

—Cena conmigo. Por favor.

Paula deseaba marcharse. Todas y cada una de sus células lo querían. Pero la expresión de sus ojos la mantuvo allí.

—Yo no quiero vengarme. Por lo menos, no de tí… —afirmó—. Pero Mariano, en cambio, es una historia diferente.

—Nunca he pensado que me desearas ningún mal.

—Y desde luego no haría daño a tu hijo —continuó ella.

—Lo sé, lo sé. Y cuando Noelia recapacite, también lo sabrá. Entre ella y yo hay una historia un poco complicada. Digamos que quiere algo de mí que yo no puedo darle, y que hace todo lo posible para salirse con la suya. No dejes que te enfade.

—Ha dicho que eres su marido. Pensaba que estaban divorciados.

—Y lo estamos. Nos divorciamos hace dieciocho meses. Pero de vez en cuando le cuesta recordarlo —comentó—. Vamos, Paula, no tienes nada mejor que hacer. Todavía podemos salvar el día. Ven a cenar conmigo.

—¿A la pizzería?

—¿Prefieres ir a otro sitio?

Ella negó con la cabeza. La propuesta era tentadora. Hacía años que no estaba en una pizzería, pero no sabía si debía arriesgarse a pasar más tiempo con un hombre que le gustaba tanto. Sobre todo ahora, que había recuperado su libertad. Él extendió una mano y ella se acercó un poco. Aquello no era una simple invitación a cenar. Le estaba ofreciendo otra cosa: su amistad. Pero no estaba segura de que la amistad fuera posible entre personas en sus circunstancias. Aunque Adrián Denning fuera el verdadero responsable de que la condenaran a prisión, Pedro había contribuido en calidad de ayudante del fiscal. Sin embargo, nada ni nadie podía cambiar el pasado. Ahora había empezado una nueva vida. Solo se trataba de decidir si quería que aquel hombre formara parte de ella. Por fin, aceptó la mano de Pedro.

—Franco se ha divertido mucho hoy. Siento que nos hayan interrumpido de esa forma… ya saldremos otro fin de semana —dijo él.

—No ha sido culpa tuya, Pedro.

No sabía como apartar la mano sin que el gesto resultara menos comprometedor que el contacto, así que la dejo allí, entre sus dedos. Hacía mucho tiempo que nadie la tocaba y se sintió muy bien. Por primera vez desde que aquel guardia le había dado una paliza, no tenía miedo.

-Entonces, ¿Te apetece esa pizza?

—¡Por supuesto!

La pizzería estaba llena de gente, como correspondía a un sábado por la noche. Al entrar, Paula estuvo a punto de girar en redondo y salir corriendo. Demasiadas personas y demasiado ruido. Pedro lo notó y le puso las manos en los hombros. Ella se puso tensa.
—Tranquilízate. No te voy a hacer daño… Pero algún día tendrías que contarme porque te disgusta tanto que te toquen —declaró.

Paula se maldijo por reaccionar tan mal ante el contacto físico. Quería llevar una vida normal, superar sus miedos. Se sentaron a una mesa, el uno frente al otro, y pidieron la cena y un par de refrescos.

—¿Te encuentras bien? —pregunto él.

Ella no se encontraba bien en absoluto. Las mesas estaban tan juntas que casi rozaba a la mujer de al lado, pero las risas y el buen humor de los clientes bastaron para que deseara sentirse tan relajada como ellos.

—Si, estoy bien —mintió—. Dime una cosa… ¿Ya han localizado a Mariano?

—La policía de San Francisco ha emitido una orden de búsqueda y captura.

Dejó el piso donde vivía, pero después de interrogar a algunos conocidos suyos han encontrado algunas pistas. Le han incautado el coche y han congelado sus fondos bancarios. Más tarde o más temprano cometerá un error y lo atraparan.

—Me gustaría creerlo. Hace ocho años no fueron capaces de encontrarlo.

—Porque entonces no lo estaban buscando.

—¿Y sabes quién mató al otro hombre?

—No tengo ni idea. Hemos investigado entre las personas que habían desaparecido en aquella época y todavía no hemos averiguado nada.

—¿No se puede hacer nada para acelerar el proceso?

—Creo que la policía esta haciendo todo lo que puede.

—Comprendo —dijo, muy seria—. En cualquier caso, quiero verlo cuando lo encuentren. ¿Lo traerán a Denver?

—Sí. Ya hemos presentado los papeles del traslado. Pero no puedo garantizarte que te dejen verlo —le confesó.

—Por supuesto que puedes. Me lo debes.

—Lo sé. Pero la última palabra la tiene Esteban Johnson.

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