domingo, 18 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 22

—¿Hay alguna acusación en su contra? —preguntó Pedro.

—No.

—En tal caso, y como abogado suyo, debo pedirle que la liberen.

El agente sacó un formulario de un cajón y le pidió que firmara.

—Es toda suya. Pero si la volvemos a encontrar en circunstancias parecidas, presentaremos cargos —advirtió.

Segundos después, Pedro y Paula salían de comisaría.

—Gracias —dijo ella—. No puedo creer que me hayan detenido por pasear tranquilamente por la ciudad.

Paula se alejó inmediatamente de él.

—Espera un momento… te llevaré al motel.

Ella miró su coche y suspiró.

—Esta bien. La próxima vez tendré cuidado con los barrios donde me meto.

—¿Y se puede saber que hacías donde te han encontrado? —preguntó, cuando subieron al vehículo.

—Nada. Salí a pasear y terminé en esa zona.

—¿A pasear? En el formulario que me han dado estaba el nombre de la calle y se encuentra a casi diez kilómetros del motel…

—Como se nota que no has estado ocho años en la cárcel. ¿Sabes lo mucho que significa la libertad? Poder salir cuando quieras, ir donde quieras, caminar cuanto quieras… el sábado pasado llegue aun más lejos. Estuve caminando hasta las tres de la madrugada. Y fue maravilloso. Liberador.

—Bueno, pero no salgas de los barrios decentes de la ciudad.

—No, claro que no —se burló—. Si alguien me ve, podría pensar que soy una ladrona y llamaría a la policía. Esta ciudad es terrible.

Pedro prefirió cambiar de tema.

—¿Ya has encontrado un empleo?

Ella sacudió la cabeza.

—No, la gente no me quiere contratar. No tengo referencias laborales, ni más experiencia que el trabajo en la huerta de la cárcel —respondió—. Y en los colegios no quieren que enseñe a los niños.

Unos segundos después, Pedro detuvo el coche en el estacionamiento del motel.

—¿Y que te gustaría hacer?

—Que más da. Tendré suerte si me aceptan como vendedora de hamburguesas.

—Te he preguntado otra cosa —insistió.

Ella lo miró con desconfianza, como si pensara que su pregunta tenía dobles intenciones. Pedro deseó tomarla de la mano y decirle que todo saldría bien, pero Paula había dejado bien claro que no quería que la tocasen.

—Que me gustaría hacer… —repitió ella—. Bueno, estudié  Magisterio en la universidad, pero ha pasado mucho tiempo y tardaría bastante en ponerme al día. ¿Sabes lo que me gustaría de verdad? Recuperar a mi hijo. Recuperar esos ocho años. Y sospecho que en eso no me puedes ayudar.

—No. Lo siento.

—Si, ya. Pero sentirlo no sirve para nada.

Pedro  tomó aliento.

—Bueno, empecemos con lo del trabajo. ¿Te apetece trabajar en un rancho, o tal vez en una granja? —preguntó.

Ella negó con la cabeza.

—No tengo experiencia con esas cosas. Además, dudo que haya muchas granjas en Denver.

—Oh, hay más de las que te imaginas. ¿Y qué te parece una tienda de jardinería o algo así?

Paula lo miró con interés durante un momento.

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