—Claro que sí. Sabes que lo haré encantada.
Después de hablar con su madre, Paula fue a ver a su hermana. Valeria no se mostró contenta.
—Eso es una locura; tú quieres a ese hombre. Tú misma me lo dijiste hace unos días.
Paula intentó explicárselo.
—No confía en mí ni en su corazón y sigue enfadado conmigo. No me perdonará nunca.
—Tonterías. Claro que te perdonará. Lo que hiciste estuvo mal. Tú lo sabes y él lo sabe, ¿Pero van a estropear algo bueno por culpa de eso? ¿Qué sentido tiene? Me dan ganas de ir a hablar con Pedro.
—Vale, por favor, no lo hagas.
—Pero tú lo amas.
—Sí. Y no me voy a casar con él. No sería bueno para mí ni para Pedro ni para Feli. No puedo casarme con alguien que no me ha perdonado.
—Pues es el mayor idiota de Texas y no entiendo por qué no me dejas...
—No.
Valeria discutió un poco más, pero acabó por prometerle que no le diría a Pedro lo que pensaba.
La semana siguiente pasó con rapidez. Paula tuvo varias conversaciones largas con Feli, quien parecía ir aceptando que su madre no se iba a casar con su recién descubierto padre. Paula y Pedro se mostraban educados, amistosos incluso, aunque con cierta cautela. Y se mantenían alejados de mutuo acuerdo siempre que Feli no estaba allí. Y aunque seguía en su casa y lo veía todos los días, Paula echaba de menos a Pedro. Añoraba su risa y sus besos, la proximidad de su cuerpo en las horas oscuras de la noche...
El sábado por la mañana, cuando recogía sus cosas para marcharse, descubrió que casi se sentía aliviada. Iría a su casa, donde no habría nada que le recordara a él. Pensó un momento en Manuel. Había sido duro superar su pérdida y ahora tendría que encontrar el modo de superar la de Pedro. Él y Feli salieron a despedirla a la puerta. Paula abrazó a su hijo y le dijo que lo vería unas semanas más tarde. Sonrió a Pedro, que estaba un poco más atrás.
—Que se diviertan en Disneylandia.
—Te quiero, mamá —Feli la estrechó un momento con fuerza y se apartó para colocarse al lado de su padre.
Paula puso el coche en marcha y se alejó. Miró una vez por el espejo retrovisor y vió que seguían allí de pie juntos... el amor que su secreto le había hecho perder y su único hijo. Sintió una opresión en la garganta y mantuvo la vista fija al frente hasta que llegó a la curva que conducía a la autopista y que tapaba la vista de la casa.
Cuando Pedro y Feli volvieron de Disneylandia una semana y un día después de que Paula se marchara a San Antonio, se encontraron con que el pueblo era un hervidero de comentarios.Al fin se había corrido la voz de que Pedro Alfonso era el padre del hijo de Paula Chaves Torres y en Prime Cut, la peluquería de Melina, no se hablaba de otra cosa.
Emilia Lusk estaba sorprendida.
—Por eso se llevó al niño al rancho... Betty Stoops chasqueó la lengua.
—Tantos años y no lo sabíamos —comentó con desaprobación. Emilia movió la cabeza.
—Y ahora creo que ella ha vuelto a San Antonio y ha dejado al niño con Pedro —suspiró—. Ese Pedro es guapísimo, lo admito. ¿Pero que sabe él de cuidar niños?
—Bueno —le recordó Betty—. El chico es su hijo... Hubo murmullos de asentimiento.
Daniela Brewer, sentada en la silla de Melina, miró a ésta por el espejo; pero la esposa de Federico se limitó a sonreír y no dijo nada.
—Volverá —decretó Daniela—. Paula volverá. Y si no, al tiempo.
Pedro quería que Paula volviera. La quería con él, a su lado, en el día a día. Quería que llevara su anillo y quería darle su apellido.La quería en su cama todas las noches, quería el sabor de su boca y los grititos de placer que emitía cuando le hacía el amor. Quería mirar a través de la mesa y encontrarse con sus ojos azules y su boca sonriente.Y quería también su firmeza con Feli. En cuanto se quedó a solas con él, se le hizo evidente que alguien tenía que negarle algo de vez en cuando y ahora eso le tocaba a él. Y procuraba negarle al menos tantas cosas como le daba.
Feli parecía tomárselo bien. En cierto sentido, parecía más feliz y relajado ahora que comprendía que su padre era el jefe.Aun así, había sido más divertido inundarlo de regalos, prometerle la luna y ver cómo se iluminaban sus ojos cuando lo veía llegar a casa del trabajo con un juguete caro.Oh, sí. Pedro echaba mucho de menos a Paula.Pero para hacer que volviera con él tenía que perdonarla. Y no lo conseguía.
Un par de veces había pensado en llamarla y fingirlo; decirle que la quería y que la había perdonado.Pero habría sido mentira y ella habría acabado por descubrirlo. No había perdonado los años que le había privado de su hijo y no creía que los perdonara nunca. Siempre que miraba a Feli, sentía un vacío por los años perdidos, los años que él no había estado a su lado... por culpa de ella.La quería, sí. Eso no podía evitarlo. Pero había mucha rabia en su modo de amarla y mucha amargura en su anhelo por ella.
La semana transcurría lentamente. Alejandra cuidaba de Feli de lunes a viernes. Era amable con Pedro, lo invitaba a entrar y le ofrecía café o un refresco, pero él siempre rehusaba con educación.Lo peor eran las noches. Cuando Feli se acostaba, Pedro se quedaba solo y entonces la echaba de menos y deseaba llamarla y exigirle que volviera con él. El viernes por la noche tomó un whisky con su hermano en el estudio de éste, lo cual resultó ser un gran error.
—Pensaba que querías casarte con esa mujer —dijo Federico en cuanto terminó de servir la bebida—. ¿Qué salió mal?
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