A Paula la boca le sabía a serrín y tenía la sensación de que le clavaban agujas en la herida de la sien, pero sabía que tenía que seguir sentada allí y soportar lo que él quisiera decirle; sabía que eso era lo mínimo que podía hacer. Y tenía que creer que aquello era un primer paso. Porque si él estaba tan enfadado era porque le importaba. Si no le hubiera importado, no se habría sentado a hablar con ella; le habría informado de lo que pensaba hacer sobre Feli y punto.
—Tu marido —dijo él—. ¿Qué mentiras le contaste sobre mi hijo?
—No le conté mentiras. Manuel sabía la verdad. Se la dije antes de que nos casáramos.
—¿Y te dijo que no te preocuparas y que le parecía bien que el padre de Feli no conociera su existencia?
—No. Feli sabe que tiene un padre biológico y que Manuel era su padrastro.
Pedro la miró con ojos entrecerrados.
—¿Y qué cree Feli que le pasó a su padre biológico?
—Le dije que las cosas no salieron bien entre su padre y yo, que su padre se marchó antes de saber que esperábamos un hijo y que algún día, cuando llegara el momento oportuno, buscaríamos a su padre —explicó ella.
—¿Cuándo le dijiste todo eso?
—Hace años. Él tenía tres. Fue justo antes de que me casara con Manuel.
—¿Y desde entonces?
—No ha hecho preguntas. ¡Oh, Pedro! Tienes que entenderlo. Él ha tenido una vida felíz. Quería a Manuel y lo aceptaba como padre, pero siempre he sabido que algún día haría preguntas, que algún día querría conocerte.
—Algún día...
—Tienes que entender...
—Pues no, Paula, no lo entiendo. No entiendo nada. Me estás diciendo que tu esposo me robó a mi hijo intencionadamente.
—No es verdad. Es sólo que... Manuel era estéril y siempre había querido hijos. Tú llevabas tres años fuera y pensó que era mejor dejar de momento las cosas como estaban. Me avergüenza decirlo, pero entonces era justo lo que quería oír. Nos casamos y Manuel trató a Feli como a un hijo. Fuimos... felices los tres.
—Felices —Pedro lo dijo como si fuera un insulto.
—Sí.
—¿Y renunciaste a buscarme?
—Sí. Estuvo mal, lo sé. Y Manuel también lo sabía. Su último deseo antes de morir fue que te buscara y te dijera la verdad.
—¿Quieres decir que, cuando al fin me lo dijeras, suponiendo que lo hubieras hecho, habría sido por él?
—No, yo no he dicho eso.
—¿Y cuánto tiempo hace que murió tu esposo? ¿Más de un año? Y ese tiempo yo estaba aquí.
Paula se esforzó por no apartar la vista y mirarlo a los ojos.
—No espero que lo comprendas. Yo quería a mi marido. Había llegado a mi vida en un momento en el que me sentía muy mal conmigo misma y por el desastre en que había convertido mi vida. Estaba desconectada de mi familia, trabajaba muchas horas para mantenernos a Feli y a mí e intentaba ser una buena madre. Manuel... me enseñó a vivir. Con él crecí y tomé las riendas de mi vida. Cuando él murió, pasé un tiempo muy afectada. No podía... lidiar con nada que no fuera el día a día. Antes de que él muriera, sabía que te lo diría, pero después de perderlo, necesitaba tiempo para afrontar esto.
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