—Más excusas, más mentiras —Pedro sonrió con frialdad—. Es hora de admitir la verdad; tú no pensabas decírmelo nunca.
—Te lo iba a decir el lunes —repuso ella con seriedad—. Para eso pedí una cita contigo.
—No te creo.
Paula apretó los labios. ¿De qué serviría que prometiera que había pensado hacerlo? Él no la creía y ella no tenía derecho a esperar que lo hiciera.
—¿Por qué el lunes? —preguntó Pedro—. ¿Por qué no una de las veces que nos hemos visto en las dos últimas semanas? ¿Por qué no la noche que viniste aquí con Feli y hablamos durante horas de todo excepto de lo que más importaba? ¿Por qué no entonces?
—Porque no habría estado bien con Feli aquí. Y porque había decidido esperar hasta después de la boda. Quería que Vale tuviera su gran día. Sabía que, si se sabía la historia, todo el mundo empezaría a hablar de esto.
Pedro movió la cabeza.
—Excusas. Es todo lo que tienes que ofrecer, ¿Verdad?
—No, no es verdad. No son excusas y yo lo sé. Pero tú has preguntado y yo te he contestado. Volví aquí por dos razones, la boda de mi hermana y tú. Pensaba quedarme una semana después de la boda para tener tiempo de verte y decirte lo que tenías derecho a saber. Lo tenía todo planeado. Después de la boda, me pondría en contacto contigo y te diría que tienes un hijo. Asumía que no tendríamos contacto hasta ese momento. ¿Cómo iba a sospechar que no dejaría de encontrarme contigo desde que llegara al pueblo? ¿Cómo iba a saber que...? —se interrumpió.
—¿Qué? —preguntó él.
Ella se ruborizó.
—Mira, da igual.
Pedro no quiso dejarlo pasar.
—¿Qué? ¿Cómo ibas a saber qué?
—No impor...
—¿Qué?
Paula cerró los ojos, pero no ayudó mucho. Cuando volvió a abrirlos, él seguía allí esperando, con la mandíbula apretada y los ojos marrones duros como ágatas.
—¿Cómo iba a saber que volverías a gustarme tanto otra vez? —musitó—. Que volvería a sentirme como en el instituto, a anhelar una mirada tuya, buscar tu mirada... ansiar una palabra amable... un beso dulce y tierno.
Apartó la vista hacia las ventanas altas que flanqueaban la puerta de cristal que daba al porche de atrás. Aquello era muy hermoso, verde y exuberante. Le hubiera gustado poder abrir la puerta, salir corriendo por la hierba y no parar nunca. Miró a Pedro con el corazón oprimiéndole el pecho. Le dolía mirarlo, verlo así, tan grande y atractivo, con su boca sensual y sus maravillosos ojos oscuros que parecían horadarla, con la boca apretada con disgusto.
—No me gustó —continuó con sinceridad—. No me gustó sentirme tan atraída por tí después de tantos años. Ésa es la verdad, la creas o no. No lo esperaba y me confundió mucho descubrir que todavía te deseaba. Pensaba que ya lo había superado, pero desde que he vuelto al pueblo, vuelvo a ser una adolescente desorientada. Vuelvo a cometer los mismos errores que entonces.
—¿Eso es lo que soy para tí... un error?
—Yo no he dicho eso. Tú tergiversas lo que digo.
—Me asombras. Eres increíble. Te sientes atraída por mí y por eso me alejas de mi hijo. ¿Y ahora te crees que diciéndome eso lo vas a arreglar todo?
—Yo no lo he dicho para arreglar nada.
—Me alegro —repuso él —, porque esto no arregla nada,Paula.
Ella cruzó las manos en su regazo y las miró con intensidad.
—¿Qué quieres hacer? Podemos decirle a Feli que eres su padre y...
—No.
Paula levantó la vista.
—¿No? ¿No quieres decírselo?
—Todavía no.
—Pero...
—Tú misma lo has dicho. Él consideraba a tu marido como su padre. Conmigo lo ha mencionado más de una vez. Y a pesar de lo que piense de un hombre que intentó robarme a mi hijo intencionadamente, no voy a...
—Pedro, basta —le imploró ella—. Comprendo que estás enfadado y sé que tienes derecho a estarlo. Pero Manuel fue un buen padre para Feli. Un padre muy bueno. Tú mismo has dicho que es un chico estupendo. Un chico estupendo no aparece de la nada.
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