miércoles, 14 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 14

No sé de donde sacan la información, pero los periodistas sabían más de lo que había imaginado.

—¿Y cómo ha reaccionado Paula?

—Parecía superada por los acontecimientos. Creo que se ha alegrado cuando la han llevado de vuelta a las celdas —contestó.

—¿A las celdas?

Pedro se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en el estomago. Estaba seguro de que el juez la liberaría. Había pruebas suficientes para eso y para anular el juicio.

—Ya sabes que es el procedimiento habitual. Tiene que seguir los pasos apropiados. Pero los buitres de la prensa la estarán esperando allí, dispuestos a devorarla… pobre mujer. Me ha parecido un junco débil ante una tormenta.

—Entonces, todo ha salido como lo habíamos planeado…

Esteban  asintió con gravedad.

—El juez Forsythe cree que hay pruebas suficientes para anular el juicio de hace ocho años. De hecho, fue bastante crítico con el comportamiento de la fiscalía y tuve que recordarle que yo no estaba en el cargo en aquella época.

—¿Y qué va a hacer ella?

—No tengo ni idea. Es posible que la prensa amarilla le ofrezca una suma astronómica a cambio de publicar su historia. Pero volviendo a lo nuestro, será mejor que te mantengas alejado de la prensa hasta después de las elecciones. A no ser, por supuesto, que te apetezca que te interroguen.

Pedro negó con la cabeza.

—He salido muy bien parado de la situación —continuo Esteban—. Pero te advierto que si pones en peligro mi reelección, les ofreceré tu cabeza en bandeja de plata.

Pedro no se inmutó. Era lo que esperaba. A Esteban le interesaba más la política que el ejercicio de su trabajo y la defensa de los ciudadanos. Sin embargo, no permitiría que jugara con él. Llegado el caso, su cabeza no sería la única que rodara.



Paula no podía creerlo. Cuando el juez la dejó en libertad, pensó que podría salir de la sala y retomar su vida. Pero el mundo exterior le parecía tan aterrador como la pesadilla que había sufrido. Y agradeció que la dejaran unos minutos a solas cuando regresó a las celdas del edificio. Le habían dado ropa para que se cambiara. Cuando terminó, se miró en el espejo. La camiseta y los vaqueros eran grandes para ella, pero los zapatos le quedaban bien. Y cualquier cosa era mejor que el uniforme de la cárcel. Se mordió los labios y lamento no tener mejor aspecto. Pedro Alfonso tenía razón cuando dijo, dos semanas atrás, que estaba demasiado delgada. Pensó en el e intento convencerse de que no se había sentido decepcionada al ver que no aparecía en el tribunal. Quería que escuchara las duras criticas del juez. Que lo inhabilitaran o que hicieran cualquier cosa parecida para que no volviera a cometer un error semejante. Ahora era libre. Y estaba asustada.

Al salir de la sala del tribunal, se había visto acorralada por tal cantidad de periodistas y reporteros de televisión que había pedido protección a los agentes de policía para que la apartaran de ellos y la protegieran de sus preguntas. Afortunadamente, tenían que devolverla un momento a la celda para completar el proceso. Y el papeleo tardó muy poco. En ese momento entro una agente de policía.

—¿Se encuentra bien? Lleva mucho tiempo aquí…

—Si, si, estoy bien.

Paula intentó sonreír, sentirse bien de verdad. Podía salir de la cárcel cuando quisiera y hacer lo que le apeteciera. Pero no se le ocurría nada, además de escapar de los periodistas. La mujer la miró con simpatía.

—No me extraña que no quiera salir en este momento. No me gustaría tener que enfrentarme a esa gente. Hagamos una cosa… la llevaré por el garaje y pasaremos al otro edificio para que pueda salir por la puerta trasera. Así les dará esquinazo. Por lo menos durante un rato.

—¿En serio?

El primer pensamiento de Paula fue que la agente pretendía engañarla de algún modo. Pero después se dijo que no tenía motivos para desconfiar de ella. Su mundo había cambiado. Ya no estaba sometida al horror de la vida en la cárcel. Ya no tenía que estar permanentemente en tensión.

—Se lo agradecería mucho.

Paula respiró a fondo y dió un paso adelante. No sabía que le depararía el futuro. Pero ahora era una mujer libre.


Pedro sacó el coche del estacionamiento y lo detuvo un momento antes de salir a la calle. Su casa estaba a la derecha; la cárcel a la izquierda. Quería verla otra vez y comprobar que estaba bien, que la habían liberado y que podía seguir con su vida. Con la vida que le habían robado. Por fin, giró a la izquierda.

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