miércoles, 14 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 12

—¿Cómo? ¿Estás seguro? —pregunto, muy sorprendida—. Dios mío… menos mal que el tío Gerardo no llego a saberlo. Lo habría matado él mismo.

—¿Nunca sospechaste nada?

Noelia tardó unos segundos en contestar.

—No, aunque ahora que lo dices, eso podría explicar muchas cosas. Mariano salía con muchas chicas, pero nunca tuvo nada serio con ellas —respondió—. Es increíble… su padre se lo habría tomado muy mal. Era un hombre chapado a la antigua y demasiado preocupado por el que dirán.

—Por lo visto no era precisamente tolerante…

—No, desde luego que no —dijo—. Pero lo que me has dicho es muy grave. Si el cadáver tenía un pendiente, es obvio que no era el de Mariano. ¿Cómo es posible que su propio padre lo confundiera?

—Bueno, le habían quitado la ropa y las joyas. A Gerardo le dieron el pendiente, es verdad, pero es posible que no se fijara en ese momento y que prestara más atención al anillo de la familia —respondió él.

—Quien sabe… podría ser que Mariano se pusiera un pendiente después de cenar conmigo. Aunque no alcanzo a comprender como pensaba explicárselo a Gerardo.

—Todo esto es muy sospechoso. Cuanto más investigo, más seguro estoy de que aquel cuerpo no era el de tu primo. Creo que hay pruebas suficientes para pedir que exhumen el cadáver y se hagan pruebas de ADN. Si tu familia no tiene nada que objetar, claro está.

Aquella no era la conversación que Noelia deseaba tener con su ex marido. Lamentó que Pedro no la mirara con la intensidad que dedicaba a las notas de su libreta. Y que no hubiera sido él, sino Martín, quien le había pedido que se casara con ella.

—Sea como sea, tendré que seguir investigando.

Pedro se levantó y cerró el maletín. Noelia empezaba a comprender que no tenía ninguna posibilidad con él y que quizá sería mejor que aceptara el ofrecimiento de Martín. Lo acompañó a la puerta y lo miro mientras subía a su coche y se alejaba. Pedro ni siquiera miró atrás.

Ella suspiró y cerró.

—¿Problemas?

Era Martín, que se había acercado.

—No lo sé. Pepe cree que Mariano puede estar vivo.

Noelia se estremeció. No quería pensar en la atención que desataría semejante noticia. No quería que los periodistas la persiguieran para entrevistarla. No quería que nadie especulara con la verdadera identidad del hombre asesinado y con los motivos que podía tener su primo para mantenerse lejos durante tantos años.

—¿Y de donde se ha sacado esa idea? —preguntó, sorprendido.

Noelia lo miró y dijo:

—Vamos a sentarnos al salón y te contaré todo lo que sé.

Martín merecía saberlo. A fin de cuentas, cabía la posibilidad de que algún día se convirtiera en su marido.


Pedro entró en su oficina como una exhalación. Había un par de luces encendidas en el edificio, pero ninguna en aquel piso. Era tarde. Sin embargo, no podía descansar. Si Mariano no había sido asesinado, Paula era inocente de ese delito y con toda probabilidad, también, de la muerte del desconocido. A fin de cuentas, la sentencia se había basado en que tenía un buen motivo para matar: su dolor y su ira por la responsabilidad de Mariano en el fallecimiento de Sergio Anderson. La grabación de aquel periodista la había condenado sin remedio. En ella, aparecía muy alterada y amenazando a un hombre que moriría, supuestamente, dos semanas más tarde.

Cuando entró en el despacho, vió que había unas hojas en el fax. Rosana sabía que estaba trabajando en el caso y le había adelantado el trabajo. Eran copias de huellas dactilares. Aunque los documentos originales los enviarían por correo, las copias servirían para que la policía local se pusiera manos a la obra. Ahora solo faltaba que en sus archivos todavía estuvieran las huellas encontradas en el departamento de Mariano. Echó un vistazo al expediente y releyó lo que había declarado Don Burroughs cuando habló con él:

—Yo nunca creí que ella lo hiciera.

—¿A quién se refiere? —le había preguntado Pedro.

—A la rubia a quien acusaron del homicidio. Me pareció demasiado joven y demasiado asustadiza para ser una asesina. El veredicto me sorprendió. Aunque es verdad que el fiscal estuvo muy agresivo y que se gano rápidamente al jurado. No se puede decir lo mismo del abogado defensor.

Pedro recordó que Paula le había dicho que su abogado estaba enfermo. Pero pensó que no podía estar tan enfermo como para preparar tan mal un caso. Si hubiera estudiado los hechos con más atención, habría descubierto las debilidades de la acusación y tal vez habría evitado que Adrián retorciera las palabras de Paula y destrozara su versión de los hechos. Fuera como fuera, había llegado el momento de hablar con Esteban. Había pruebas suficientes para reabrir el caso, y quería encargarse de él. Si había metido la pata ocho años antes, debía tener la oportunidad de arreglar las cosas. Y después, seguramente se pasaría el resto de su vida intentando expiar el error. Apoyó la cabeza en el respaldo y contempló la vista nocturna de la ciudad. La legislación lo protegía. Había hecho su trabajo tan bien como le fue posible, y Paula no tenía base para denunciarlos ni a Adrián ni a él. Pero era injusto. Había perdido ocho años de su vida y no tenía dinero, ni trabajo ni hogar. Incluso se había visto obligada a entregar a su hijo en adopción. Y el Estado de Colorado se limitaría a disculparse y a dejarla en libertad. Se preguntó adonde iría y como sobreviviría durante los primeros meses. Iba a ser muy difícil para ella, así que tendría que ayudarla. Aunque no recuperara el tiempo perdido, era lo mínimo que debía hacer.


Paula estaba tumbada en la cama, contemplando el techo. Desde la visita de Pedro Alfonso había empezado a pensar que todavía tenía alguna esperanza y que aquella pesadilla podía terminar en algún momento. Si habían visto a Mariano con vida, era posible que la dejaran en libertad o que repitieran el juicio. Pero también que el fiscal se apresurara a dar carpetazo al asunto y esconder el polvo debajo de la alfombra. Se puso de lado, con miedo a alimentar ilusiones y con miedo a rechazarlas. La idea de ser libre, de ir a donde le diera la gana, de comer donde quisiera, de escapar del encierro de esas cuatro paredes, era tan bella que resultaba abrumadora. Se abrazó a sí misma. No se lo había dicho a Marisa. No quería decírselo a nadie porque la decepción sería mayor si al final no pasaba nada. Pero era evidente que tenían dudas importantes sobre el caso. De lo contrario, Pedro Alfonso no habría ido a verla a la cárcel. Antes de quedarse dormida, volvió a pensar en el ayudante del fiscal. Parecía creer en la justicia. Ahora solo tenía que luchar tan intensamente por ella como ocho años antes en su contra.

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