viernes, 23 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 38

—La cárcel no era tan mala cuando hacía buen tiempo —continuó—. Pasaba mucho tiempo en los huertos. Pero el invierno era muy duro. No podíamos salir.

—Ojalá pudiera borrar esos años, Paula —dijo él—. Siento muchísimo lo que te ha pasado.

—Pero me has sacado de allí, que es lo que importa —observó—. Esos años son años perdidos para siempre. No puedo volver al pasado, ni recuperar a mi hija, ni devolver la vida a Sergio, ni estudiar Magisterio otra vez. Sin embargo, soy libre. Y aunque no llegues a entenderlo del todo, es una sensación maravillosa.

—Creo que puedo entenderlo. No en el mismo sentido, por supuesto, pero… bueno, no importa.

—Claro que importa. ¿A que te refieres?

Pedro se apoyó en la barandilla del porche y contempló las montañas.

—Me casé con Noelia por varios motivos. Y cuando me divorcié, tuve la impresión de que había estado en una cárcel que yo mismo me había construido — declaró—. Ahora soy libre, como tú. E intento no cometer los mismos errores, no dejarme llevar por cosas que en realidad son intrascendentes.

—No sé si te entiendo…

Él se giró y la miró.

—Mi familia no tenía dinero. Estudié en la universidad gracias a una beca y estaba loco por salir de la pobreza. De hecho, tu caso fue mi primer caso importante… y no lo hice bien porque estaba demasiado preocupado en impresionar a Noelia y a su familia.

—¿Para que te aceptaran?

—Algo así. Mariano Winters es primo de Noelia.

Paula se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en el estómago.

—¿Qué? ¿No se supone que eso sería incompatible desde un punto de vista profesional? ¿Cómo pudiste trabajar en el caso si mantenías una relación con un familiar de la víctima?

—En aquella época solo estaba saliendo con Noelia. Nos comprometimos más tarde, en las Navidades de ese año, y nos casamos al verano siguiente. No había incompatibilidad alguna. Además, yo no tuve mucho que ver con la investigación.

—De modo que se casaron y las cosas no salieron bien…

—No. De pequeño, siempre quise vivir como los Winters. Envidiaba su suerte y su dinero, pero la realidad resulto algo diferente… me aburrían las fiestas constantes y la necesidad de Noelia de estrenar un vestido nuevo todos los días. Yo quería concentrarme en mi trabajo y ella no me dejaba.

—¿Tan importante es tu trabajo para tí? —preguntó con curiosidad.

—Lo creas o no, me hice abogado para ayudar a la gente. El sistema funciona casi siempre. No lo hizo contigo, pero…

—¿Pero?

—Tus circunstancias fueron excepcionales. Si Adrián no hubiera estado tan preocupado por las elecciones, si el juez hubiera sido otro, si tu abogado hubiera demostrado más profesionalidad… quien sabe lo que habría pasado.

—Me habrían dejado en libertad —dijo ella—. Lo sabes de sobra. Reabriste el caso por eso. Porque sabías que yo era inocente.

—Lo sospechaba. Pero ahora tengo ocho años más de experiencia y no cometería los mismos errores. Lo malo es que no puedo cambiar el pasado.

Paula suspiró y se encogió de hombros.

—Nadie puede cambiarlo. Simplemente tuve mala suerte, ¿Verdad?

Franco apareció en ese momento.

—¿No vas a venir a ver mi dormitorio? Luego podríamos ir a dar un paseo…

—No, ahora no, Fran. Falta poco para que oscurezca —dijo su padre.

—Pero dijiste que saldríamos… quiero enseñarle a Pau el arroyo…

—Ahora no —insistió—. Es tarde.

—¡No es justo!

Franco pegó una patada a la puerta de la casa.

—Te diré una cosa… ¿Que te parece si ayudas con la cena? —preguntó su padre.

—¿Y tomaremos perritos calientes?

—Por supuesto —respondió—. Espero que te gusten los perritos calientes, Paula. A mi hijo le encantan…

—No me extraña. Seguro que su madre no se los sirve a menudo —dijo con ironía.

Pedro y Paula se miraron y sonrieron. Ella se sentía completamente a salvo con él. Y deseaba explorar la relación que se había establecido entre los dos.

—Noelia ni siquiera sabría prepararlos. Se llevaría un gran disgusto si supiera que los comemos…

Paula rió. No podía imaginar a Noelia Winters en el campo, disfrutando de unos sencillos perritos calientes. Un sentimiento de euforia reemplazo a su preocupación anterior. No podía cambiar el pasado, pero podía disfrutar del presente. Y durante aquel fin de semana, su presente eran Pedro y Franco Alfonso.

Ella estaba a sus anchas cuando metieron a Franco en la cama. La cena había resultado encantadora, a pesar de su miedo a que el pequeño tostara demasiado los perritos y los quemara. Había oscurecido y la luz del fuego creaba un ambiente romántico en el salón, muy tranquilo ahora que Franco se había dormido.

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