lunes, 12 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 8

—Supongo que sí. Mariano y Sergio eran muy amigos. Salíamos a cenar con cierta frecuencia o quedábamos en casa y jugábamos a las cartas.

—¿Mariano llegó a mencionar algo de San Francisco? ¿Les comento que tenía intención de marcharse? —preguntó.

Paula acercó la silla a la mesa y sentó. Después, intentó concentrarse. Habían pasado muchos años y recordar no resultaba fácil. Hablaban de muchas cosas. De trabajo, de dinero, de relaciones personales, de cambiar el mundo.

—No recuerdo que dijera nada de San Francisco, pero una vez se refirió a California.

Lo había recordado porque aquella noche cenaron en casa y comieron demasiados espaguetis.

—¿Y qué dijo?

—Que era un sitio muy interesante, con personas abiertas que no estaban sometidas a los viejos prejuicios y tradiciones. Le parecía una ciudad tolerante y llena de energía.

—¿Tolerante?

Paula se encogió de hombros.

—No recuerdo sus palabras exactas, pero eso es más o menos lo que quiso decir. Mariano estaba bajo la presión constante de su padre. Supongo que, para él, California era el sueño de librarse de la familia y vivir su propia vida.

—¿Tenía amigos allí?

—Lo desconozco. Pero espere un momento… Claro que los tenía —corrigió—. Sergio me dijo una vez que podíamos ir a ver a Sabrina y que ella nos enseñaría Disneylandia. Supongo que tendría más amigos, aunque no conozco sus nombres.

—Más amigos además de Sabrina…

Paula asintió.

—Sí.

—Entonces, ¿Mariano no se llevaba bien con su familia? No recuerdo que ese detalle se mencionara en el juicio.

Ella se encogió de hombros.

—No se llevaba bien con su padre. Hacía meses que no se veían. Mariano no se veía capaz de estar a la altura de sus exigencias y sus expectativas. Sergio me comentó que discutían muy a menudo y que algunas de sus peleas fueron bastante violentas.

—¿Insinúa que su padre quería matarlo?

Ella negó con la cabeza.

—No insinuó nada. Pero si la pistola que encontraron fue el arma homicida, entonces puedo asegurarle que Mariano no murió aquella noche. Cuando se marchó de mi departamento estaba vivo.

—Tal vez fue a verlo más tarde y lo mató.

—Pero no lo maté.

—Sin embargo, lo había amenazado de muerte una semana antes, cuando se presento en el entierro de Sergio Anderson —le recordó—. Un reportero de televisión grabo la escena y todo el mundo pudo verla. Le dijo cosas terribles. No es lógico que días más tarde se presentara tranquilamente en su departamento para hablar con usted.

—Dije lo que dije, pero estaba muy alterada. Mariano lo sabía, así que vino a verme para ver si me encontraba bien. Le pedí disculpas por haberme comportado de ese modo. Tengo tendencia a perder la calma en ciertas situaciones.

La vida en la prisión, con sus normas interminables, había contribuido a moderar su temperamento. Pero de vez en cuando, estallaba.

—¿Y cuando fue a verla?

—La noche en que lo mataron. Ya lo dije en el tribunal.

—E insiste en que hicieron las paces…

Pedro lo dijo con tal escepticismo que ella lo miro con dureza. Era evidente que el abogado seguía sin creer en su inocencia.

—Yo no maté a Mariano. Él causó la muerte de Sergio, pero sabía que fue un accidente. A Mariano le dolió tanto como a mí. Eran viejos amigos.

Pedro no necesitaba revisar su testimonio. Adrián había hecho preguntas suficientes durante el juicio, aunque las respuestas no tenían el mismo sentido ocho años después. Tal vez fuera por la experiencia que había ganado a lo largo de los años, pero al leer la trascripción, encontró puntos tan oscuros que le parecía imposible que Adrián y el juez los hubieran pasado por alto.

Miró a Paula y recordó que la pistola se había encontrado a la mañana siguiente detrás de unos arbustos, en el edificio donde vivía. Si había asesinado a Winters, habría querido deshacerse del arma; no la habría dejado en un lugar tan evidente. Pero también cabía la posibilidad de que se hubiera confiado, pensando que tenía tiempo de sobra, o simplemente de que hubiera cometido un error. Muchos delincuentes terminaban en la cárcel por errores tontos. Pensó que estaba perdiendo el tiempo. No le había dicho nada que no supiera. El padre de Mariano había confirmado que el cadáver era el de su hijo. En los registros de la policía no constaban las huellas dactilares de la víctima, pero las del cadáver coincidían con las que encontraron en la casa de Paula. Y por si fuera poco, también coincidía el grupo sanguíneo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario