miércoles, 21 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 37

—Y además, nieva —dijo el niño al final.

—Nieva en casi todo Colorado —puntualizó Pedro.

—¿Usan la casa muy a menudo? —preguntó ella.

Era evidente que los Alfonso adoraban el lugar.

—No tanto como me gustaría. La compré con intención de vivir allí, porque solo esta a una hora de viaje de la ciudad. Pero mis horarios son tan largos y erráticos que solo voy algunos fines de semana.

—Incluso tiene una chimenea —dijo Franco.

—Parece un sitio maravilloso —comentó.

Paula miró por la ventanilla y contempló el paisaje. Empezaba a sentirse angustiada en el interior del coche y no quería estropear el viaje a padre e hijo. Odiaba que sus miedos le impidieran ser una persona normal.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Pedro segundos más tarde.

Ella lo miró y asintió.

—Estas pálida.

—¿Podríamos parar un rato y estirar las piernas?

—Hay una zona de descanso a un par de kilómetros. Pararemos allí.

Pedro no hizo preguntas y Paula lo agradeció mucho. Cuando por fin se detuvieron, ella salió del coche y se alejo unos metros para poder respirar. No tardó en recuperarse.

—¿Que te ocurre? —pregunto él, que se había acercado—. ¿Cansada del coche?

—No… es mi claustrofobia. ¿Queda mucho para llegar a la casa? Tal vez debería quedarme aquí hasta mañana —bromeó.

—Solo falta media hora, pero podemos ir poco a poco, parando de vez en cuando. Venga, llamaré a Fran y daremos un paseo.

—No hace falta…

Paula se sintió completamente estúpida. Pero no podía negar que la idea de volver al coche le desagradaba en extremo.

—Vaya, esto si que es una aventura… —dijo el niño cuando se acerco—. Nunca nos habíamos detenido por el camino.

—Siento que tengáis que parar por mi culpa —murmuró ella.

—Yo no lo siento —dijo Franco—. ¿Puedo balancearme?

—¿Balancearte?

—Si —intervino Pedro—. Cuando hay dos adultos, se empeña en que crucemos las manos y lo balanceemos como si estuviera en un columpio. Espero que no te moleste…

Balancearon al chico, que empezó a reír, y dieron un paseo. Cuando estaban a punto de perder de vista el coche, Pedro propuso que regresaran.

—Siento haberlos molestado —dijo ella al volver—. Espero aguantar el viaje hasta que lleguemos…

—Tonterías. Cuando quieras que nos detengamos, dímelo y lo haremos. No hay ninguna ley que nos obligue a hacer el viaje de un tirón…

Pedro fue tan comprensivo con ella que Paula se relajó y no volvió a sentir la amenaza de una crisis de pánico.

Media hora más tarde se internaron por un camino de montaña y distinguió una casa grande entre los árboles, en un claro. Era de madera y parecía tan solida como si llevara allí varios siglos. Tenía un porche delantero cubierto que obviamente se usaba mucho en verano y donde se veían varias sillas, unas mesas e incluso una mecedora.

—Es maravillosa… —dijo ella.

Paula se alegró cuando por fin se detuvieron y pudo salir y respirar. Si el día no hubiera sido tan frío, habría viajado con la ventanilla bajada.

—No me extraña que quisieras vivir aquí. Si fuera mi casa, no me marcharía nunca…

Por primera vez en muchos años, se sentía en paz. Hasta llegó a pensar en la posibilidad de marcharse a vivir fuera de Denver.

Pedro y Franco sacaron las bolsas del coche, y el niño no tardó en tirarle del brazo.

—Vamos, Pau, te enseñaré mi habitación.

—Espera un momento. Deja que disfrute antes del paisaje…

—Tomate el tiempo que quieras —dijo Pedro—. Vendré a hacerte compañía en cuanto deje las bolsas en la casa.

Paula subió al porche y camino hacía uno de los extremos. Era un lugar tan extremadamente tranquilo que le extraño que Pedro prefiriera el ritmo frenético de la ciudad.

—¿Estás bien? —pregunto él, cuando por fin reapareció.

Ella asintió e intento sonreír.

—Si. Siento…

Él alzo una mano.

—No hay nada que sentir. Además, no es culpa tuya… pero no imagino como te las arreglabas en la cárcel —comentó.

—No muy bien. Los dos primeros años tuvieron que medicarme para que no me volviera loca. Pero Marisa me ayudó mucho. Nos sentábamos con los ojos cerrados y me hacía imaginar que estaba en una playa o que volaba como un halcón… cosas así —explicó.

Paula pensó que había contraído una gran deuda con su amiga. Sin ella no habría sobrevivido.

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