miércoles, 28 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 57

Pedro tiró de ella en dirección contraria al coche.

—¿Adonde me llevas?

—A casa.

—Pero el coche…

—Venga, ya lo recogeré mañana. Vámonos.

Paula se dejó llevar. En realidad le apetecía dar un paseo, pero pensó que Pedro tenía razón y que tal vez fuera buena idea que visitara a un psicólogo. Aunque también cabía la posibilidad de que se curara con el tiempo, cuando asumiera que ya no estaba en la cárcel y que era una mujer libre. Cuando llegaron al piso, Pedro llamó por teléfono a casa para oír los mensajes del contestador. Tardo tanto tiempo que después se disculpó.

—Lo siento. No imaginaba que hubiera tantos… Pero no me extraña, teniendo en cuenta que Mariano Winters llegó a Denver esta tarde.

—¿Te ha llamado algún periodista?

—Un par, además del abogado defensor y de Noelia. Pero al final no me has contado lo que quería mi ex mujer…

—Que me alejara de tí —respondió.

Pedro suspiró.

—Ha sido una niña mimada toda su vida. El divorcio le hirió el orgullo y quiere que volvamos a vivir juntos, pero no va a suceder. La vida con ella era estar de fiesta en fiesta. Incluso se enfadaba cuando no podía ir porque tenía trabajo —explicó—. Y razonar con Noelia no sirve de nada… Para ella, lo único importante son las relaciones sociales.

—Pero seguro que se enorgullece de tu trabajo…

—¿Es que tú te enorgulleces?

Paula comprendió lo que quería decir.

—La culpa de lo que paso la tuvieron Adrián Denning y Mariano. Tú también estabas allí, pero eras demasiado joven e inexperto para saber nada.

—Yo no estoy tan seguro.

—De todas formas, has madurado y has desarrollado un profundo sentido de la justicia. Cualquier persona se sentina orgullosa de tí. Y eso me incluye.

Pedro se acercó a ella y la besó. Paula se apretó contra él y lo abrazó con fuerza. Ya no sentía ningún agobio con el contacto físico. Bien al contrario, se sentía más libre que nunca. Y disfrutaba tanto que habría querido estar así hasta el último de sus días.

—Tal vez deberíamos comprar una tienda de campaña e instalamos en mitad del campo —bromeo él.

—¿Para que? Tengo una cama perfecta…

—Pero tenemos la costumbre de empezar a besarnos en la calle y con frío.

—¿Lo dices por lo de la cabaña? Solo fue un beso y luego entramos.

—¿Solo un beso? Yo estaba seguro de haber oído las campanas del paraíso…

Ella rió con suavidad.

—Lo dudo mucho. Pero es cierto, no fue solo un beso. Fue un espectáculo.

—¿Y esta noche?

—¿Quieres que hagamos una competición a ver si sale mejor que el otro día?

—A menos que tengas una idea más interesante…

—No. Como ya he dicho, tengo una cama perfecta en casa.

—Entonces, a que estamos esperando.

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