lunes, 5 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 48

Pedro le besó el pelo y susurró:

—Deberíamos  hacer  esto  más  a  menudo.  Yo  propongo  una  docena  de  veces  al  día.

Ella se acurrucó contra él.

—Una  idea  excelente,  aunque  Feli se  sentiría  un  poco  solo  si  nos  pasáramos  el día encerrados en un cuarto.

—Feli...  —sonrió  él.  Le  acarició  el  hombro  y  le  besó  la  nariz—.  ¿Él  cree  que  eres mi novia?

Paula echó atrás la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—Los niños pueden sorprenderte mucho a veces. Y supongo que ahora soy más o menos tu novia, ¿No?

Esperó la respuesta de él con ansiedad.¿Y si decía que no, que no quería una embustera por novia y que haber hecho el amor no implicaba nada más?

Pedro tardó tiempo en contestar.

—Sí, supongo que desde el punto de vista de Feli, se podría decir que eres mi novia —dijo al fin.

No  era  precisamente  lo  que Paula esperaba,  pero  tampoco  era  tan  malo  como  había temido.

—Ahí lo tienes —musitó.—¿Pero cómo rayos lo sabía él? Hasta hoy no nos hemos acercado y a mí no me había dicho nada antes.

—Es listo y observador. Ha captado que había una atracción entre nosotros.


—¿A tí te ha dicho algo?

Paula recordó una conversación en casa de sus padres.

—Sí. El día que nos mudamos aquí me preguntó si eras mi novio.

—¿Y qué le dijiste?

—Nada. Dejé que sacara sus propias conclusiones.

Los ojos de él se oscurecieron con desaprobación.

—¿Por qué?

Ella se apartó de él y se incorporó sobre un codo.

—Piénsalo.  Tú  y  yo  apenas  nos  hablábamos  entonces,  pero  él  nos  había  visto  juntos antes... la noche que vinimos aquí y en la boda de Vale. Sabía que había algo.

—O sea, que le mentiste.

—No.  Sólo  me  callé  —Paula comprendió  que  era  el  momento  ideal  para  hablar  de  la necesidad  de  decirle  a  Feli  la  verdad—.  Aunque  sólo  sea  un  niño,  tiene  que  resultarle  raro que  nos  hayamos  trasladado  aquí  contigo.  Y  tú  me  hiciste  jurar  que guardaría el secreto de lo que pasa, así que él se ha explicado a sí mismo la situación pensando  que  debe  ser  algo  entre  tú  y yo,  ya  que  ninguno  de  los  dos  le  hemos  explicado que tú eres su padre.

Pedro la miró un momento y después asintió con la cabeza.

—Sí, eso suena razonable.

—Muchas gracias —comentó ella, con irritación.

—Vamos, Pau... —tendió una mano hacia ella, que leyó en sus ojos deseo, pero también la necesidad de evitar aquella conversación. Retrocedió aún más.

—Ahora no. Mira, al principio accedí a esperar hasta que estuvieras preparado para decírselo, pero hace una semana que nos mudamos aquí y dos que te enteraste de que era tu hijo.

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