—No voy a jugar al fútbol este curso, ¿Verdad?
—Siempre queda el curso que viene.
El niño sonrió.
—Sabía que dirías eso. Estoy cansado, ¿Sabes?
Ella asintió, le puso la mano en la frente y sintió el calor y la suavidad aterciopelada de su piel.
—Descansa.
—Mamá —dijo el niño—. Dile algo a papá. Creo que también se ha asustado mucho.
Pedro saltó de la silla al verla y se quedó inmóvil con la cabeza colgando, la personificación de la culpabilidad.
—Pau, no sé qué decir. Es culpa mía, tienes razón en pensarlo. Me dijo que salía a montar en bici y le dije que sí. Ni siquiera se me ocurrió pensar...
—¡Basta!
Él agachó aún más la cabeza y hundió los hombros.
—Sí, lo sé, no quieres oírlo. Y te comprendo muy bien.
Una señora de pelo blanco hacía punto cerca de ellos y miraba muy interesada a Pedro.Paula se acercó más a él y le tomó una mano con gentileza. Pedro se puso tenso y después se agarró con fuerza a ella.
—Vamos fuera —dijo Paula.
Él la miró entonces. Y ella vió un resplandor de esperanza en sus hermosos ojos.
—Sí. Está bien. Fuera.
Encontraron un banco a la sombra en un lateral del edificio. Pedro empezó a acusarse de nuevo en cuanto se sentaron.
—Tenía que haber prestado más atención. Salió solo y...
—Pedro.
Él respiró hondo.
—¿Qué?
—No has hecho nada malo. Y no tienes por qué culparte de nada. Tiene diez años y no puedes vigilarlo constantemente. Sabía que no debía acercarse a la carretera, acaba de confesarme que no tuvo cuidado. Y es la verdad.
—Pero...
Paula tendió una mano y le tapó los labios. Rompió el contacto casi al instante, pero aun así sintió el fuego, la corriente mágica de calor que se producía entre ellos siempre que se tocaban.
—Escúchame. No es culpa tuya. Los accidentes ocurren y tenemos que dar gracias a Dios de que Feli sólo se haya roto un par de huesos. Podemos decirle que tenga más cuidado y después de esto seguramente lo tendrá. Pero no se te ocurra pensar que te culpo a tí porque no es así.
Pedro la miró con la boca abierta.
—¿Lo dices de verdad? ¿No me echas la culpa?
—Claro que no. Feli se va a poner bien, así que anímate.
Pedro cerró los ojos.
—Pau... —susurró.
Algo en su voz hizo que a ella se le acelerara el corazón.
—¿Sí?
Él se apoyó en el respaldo del banco, levantó la cabeza y miró el cielo del crepúsculo.
—Yo no conocí a mi padre, pero aun así lo odiaba. Juré que nunca sería como él, que iba haciendo hijos por todas partes y después se marchaba. Creo que por eso estaba tan furioso contigo. No porque no me hubieras buscado para decirme que tenía un hijo, sino porque, a la postre, yo era igual que mi padre. Te dejé embarazada y me marché.
—Tú no te alejaste de Feli. Yo no te dí otra opción.
Pedro la miró a los ojos.
—Yo me fui de Junction y después elegí volver a casa. Y tú le diste a mi hijo un buen padre en mi ausencia, un hombre que te quería como tú merecías, que cuidaba de tí, de los dos, mejor de lo que hubiera podido hacerlo yo en ese momento. Y ahora estás aquí, a mi lado, y sólo se me ocurre pensar en lo que podía haber hecho yo o lo que hiciste tú. Pero eso no importa. Lo que importa es que estemos juntos, que tú eres la única mujer posible para mí y siempre lo has sido. Y que, bueno, si todavía necesitas que lo diga, te he perdonado, pero ahora no consigo ver que haya nada que perdonar —le tomó la mano—. Te quiero, Pau.
Ella sintió los ojos llenos de lágrimas.
—¡Oh! Me alegro mucho.
—¿Recuerdas la primera noche que viniste al rancho con Feli?
—Sí.
—Aquella noche intenté decirte algo importante.
—Pero yo no podía dejar que me lo dijeras. Todavía no.
—¿Me dejas ahora?
Paula tuvo que secarse las lágrimas.
—Sí. Oh, sí.
—Pau, el primer día que llegaste al pueblo, cuando te ví salir del coche, pensé: «Por fin. Ahora sé por qué volví al pueblo» —le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí—. Tú eres la razón, Pau. Sólo tú.
—¡Oh, Pepe! ¡Cuánto te quiero!
—Cásate conmigo y vuelve al pueblo. O si no quieres, podemos...
Ella volvió a tocarle los labios.
—Calla. Me encantaría volver a casa y vivir en el rancho con Feli y contigo. Me parece bien. Y mi hermana preparará nuestra boda. Y he pensado que quiero volver a la universidad, a estudiar Economía. Pero eso se puede hacer por internet, así que no será un problema —le sonrió—. Bésame.
Él soltó una risita.
—Todavía no has dicho que sí.
—¡Oh, Pepe! Llevo semanas diciendo que sí. Y por fin me has oído.
Le echó los brazos al cuello y levantó la boca hacia él.Y él la besó.Fue un beso de pasión y compromiso. De amor y perdón. Un beso enriquecido con la promesa de todos los días futuros... sus días juntos. Por fin.
FIN
Que hermoso final para esta atrapante historia!!!
ResponderEliminarHermoso final para esta bellísima historia! Gracias por compartirla!
ResponderEliminarQué hermoso final, ideal para esta bella historia.
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