miércoles, 27 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 40

La  expresión  en  sus  ojos  no  la  animó  a  pensar  que  el  tema  estaba   abierto   a   debate;   brevemente   le   dio   las   indicaciones  pertinentes.  En  todo  momento,  había estado pensando en sí misma, en la pesadilla de tenerlo allí, incluso por una noche, y lo que eso le hacía a su frágil equilibrio. No había dedicado pensamiento alguno al hecho  de  que  él  era  un  hombre  de  negocios  importante  y  que  ese  incidente  imprevisto  debía  ser  lo  último  que  hubiera  querido  o  deseado,  pero  se  había  quedado  porque  ella  estaba  físicamente  incapacitada para hacer las cosas que con tanta vehemencia le había dicho que podía hacer.

-Gracias  -dijo  con  sencillez-.  Sé  que  esta  noche  te  quedas  porque te sientes obligado a ello, pero, de todos modos, me siento... muy agradecida.

 -No hay necesidad de que te comportes como si te tuvieran que arrancar las palabras -le dedicó una sonrisa traviesa-. ¿No sabías que no hay nada que le guste más a un hombre que estar con una mujer que siente la necesidad de proteger?

 Ella le sonrió débilmente.

-Lo  recordaré  cuando te  grite  a  las  dos  de  la  mañana   exigiéndote  otra  dosis  de  analgésicos  -y  sabía  que  él  no  pondría  ninguna objeción.

Esperó  hasta  que  se  marchó,  luego  alargó  la  mano  hacia  el  teléfono  que  había  junto  a  la  cama  y  marcó  el  número  del  móvil  de  Federico.  Éste  se  mostró  en  su  forma  más  perversa  al  reconocer  la  voz.

-Pensó  que  te  tomaste  nuestro  compromiso  roto  muy  bien  -indicó Paula, cortándolo en mitad de una especulación acerca de que su hermano pasara la noche allí-. Así que, para que lo sepas, le dije que habíamos hablado sobre la posibilidad de que nuestro matrimonio podía no ser la ruta ideal a seguir.

 -Estaré adecuadamente apenado.

-Fede... siempre podrías decir la verdad.

-Prefiero  el  papel  de  ex  novio  destrozado,  gracias  -rió  pero  cambió de tema, preguntándole por el pie y por los detalles de cómo había sucedido. Luego, sin una prisa especial por lo tarde que era, le ofreció  una  extensa  descripción  del  grupo  de  jazz  que  esa  noche  había  tocado  en  su  club-.  Puedo  presentarme  durante  los  próximos  días  y  asegurarme  de  que  tanto  Joaquín como  tú  tengan  lo  suficiente  para  comer  -añadió  al  final-.  Pasaré  de  todos  modos  -afirmó  sin  esperar  una  respuesta-.  ¿Quién  va  a  estar  a  mano  durante  tu  convalecencia? ¿Podrás contar con la ayuda de Rebecca?

«Ni  soñarlo»,  pensó  Paula.  La  deuda  que  mantenía  con  una  persona  era  lo  bastante  mala  como  para  extenderla  a  otra.  Sin importar lo que hubiera dicho el médico, estaba segura de que podría ir a la cocina a saltos, y mientras Joaquín quedara satisfecho con la tele y algún juego de tablero, ella estaría bien. No le cabía ninguna duda. Pero  sabía  que  si  lo  mencionaba,  Federico se  encargaría  de  que  alguien se presentara para asumir la responsabilidad de ocuparse de la casa durante unos días. «Eso», pensó con sequedad, «es lo que le ha dado su entorno privilegiado». Siempre estaba convencido de que lo  podía  conseguir  todo.  Al  conocerlo,  había  supuesto  que  el  rasgo  surgía de su disposición a correr un riesgo, algo que sí había hecho, pero  en  ese  momento  sabía  que  siempre  había  sido  consciente  del  hecho  de  que  si  caía,  lo  habría  hecho  sobre  un  cojín  mullido,  no  el  suelo de cemento.

Prohibida: Capítulo 39

-Es lamentable, lo admito.

-¿Y eso es todo lo que tienes que decir al respecto? -fomentó un poco de ira sana porque él comenzaba a inclinarse sobre ella, con las manos apoyadas a los lados de su cuerpo tendido, que temblaba con vergonzosa percepción-. Eres el más desagradable...

 -Lo  sé.  Creo que  ya  me  has  dicho  eso.  Pero  aun  así,  te  hago  sentir cosas que mi hermano nunca te ha hecho vivir ni nunca podrá. Reconócelo. No sé si habrías seguido adelante con una boda si yo no hubiera aparecido, pero aparecí y creo que los dos sabemos que te he hecho un favor.

 -¿Cómo puedes estar ahí sentado justificando con tanta calma tu conducta?

 -Todo es en  nombre de la verdad   -respondió-.   Y  soy  lo  suficientemente honesto como para reconocer cuando he cometido un error.  Por  supuesto,  tú  ibas  a  casarte  con  Federico por  los  motivos  erróneos, pero la intención no era tan evidente como en un principio pensé.  Eres  una  madre  soltera  con  una  profunda  desconfianza  hacia  el  sexo  opuesto.  Fede representaba  al  protector  y  el  refugio  seguros. Ninguna emoción poderosa, pero tampoco nada de química. Habrían sido una pareja destinada al fracaso.

Paula observaba  el  rostro  oscuro  y  diabólicamente  sexy  con  renuente fascinación.

-No necesito emociones poderosas -se oyó decir-. Las tuve y no me aportaron nada bueno.

-El  hombre  equivocado  -murmuró  Pedro.  A la  luz  tenue,  la  irregular  subida  y  bajada  de  los  pechos  de  ella  resultaba   hipnotizadora. La visión que había estado acosándolo semanas surgió en  su  mente  con  perturbadora  claridad,  el  recuerdo  de  esos  pechos,  la  sensación  de  tenerlos  bajo  las  manos,  el  sabor  en  su  boca.  Debía  salir de esa habitación o terminaría por comportarse como un triste y necio  bruto,  feliz  de  aprovecharse  de  una  mujer  que  literalmente  no  podía huir de él. Se echó para atrás y se levantó, girando con rapidez para  ocultar  el  bulto  sobresaliente  de  su  erección-.  Necesitaré  una  sábana  -anunció  con  brusquedad,  sólo  girando  la  cara  para  mirarla  hasta no estar seguro de haber recuperado el control de su cuerpo-. Puedo  dormir  en  el  sofá  del  salón.  Si  dejas  la  puerta  del  dormitorio  abierta, podré oírte en caso de que necesites algo.

 -No hay necesidad...

 -Existe toda la necesidad -cortó con voz dura-. Es culpa mía que te cayeras y es responsabilidad mía cerciorarme de que no te causas más daño.

-¿Por qué  es  culpa  tuya?  -tuvo  visiones  de  él  subiendo  a  hurtadillas  las  escaleras  por  la  noche  para  comprobar  su  estado,  viéndola en toda su dormida vulnerabilidad...

-Si no hubieras estado huyendo de mí, jamás habrías tropezado con  ese  escalón.  Si  te  hubieras  hecho  más  daño,  cargaría  con  ese  peso toda mi vida. Facilitaba las cosas pensar que sus motivos eran egoístas. Pudo respirar  con  alivio,  porque  encajaba  en  la  categoría  en  la  que  desesperadamente quería meterlo. -Y no podemos permitir eso, ¿Verdad? -indicó con frío sarcasmo-.  Hay  sábanas  en  la  cómoda  del  rellano,  y  también  un  par  de  almohadas  extra.  Siempre  las  tengo  preparadas  por  si  se  queda  a  dormir un amigo de Joaquín.

 -De acuerdo. ¿Y su colegio está...?

-Puedo  hacer  que  vaya  acompañado  de  una  dle  las  otras  madres.

 -Lo llevaré yo.

Prohibida: Capítulo 38

Pedro no se molestó en contestar. Fue hacia la cómoda y abrió el primer cajón. Paula soltó un grito estrangulado de horror.

 -Necesitas  cambiarte  -explicó  él  sin  darse  la  vuelta-.  Y  voy  a  tener que ayudarte.

 -¿Ayudarme?  ¿Ayudarme?  ¿Cambiarme?  -se  incorporó  en  la  cama y su tobillo protestó con furia por el movimiento repentino.

-¿Duermes  con  esto?  -giró y  de  un  dedo  colgaba  una  camiseta  grande-. He mirado, pero no logro dar con nada más que pueda pasar por un pijama, a menos que tengas guardado en otra parte los saltos de cama y los tangas.

 -¡Puedo ponérmela  yo  misma!  -él  no  dejó  de  hacer  oscilar  la  camiseta de su dedo.

-Necesito ayudarte con ese chándal que tienes puesto

. -No soy una inválida.

 -Ya has oído  al  médico.  Nada  de  presión  sobre  el  tobillo  o  te  arriesgas a sufrir las consecuencias. Y ahora, ¿Por qué no empiezas a comportarte como una buena niña y me dejas ayudarte?

Se  dirigió  hacia  ella  y  Paula soltó  un  profundo  suspiro  de  resignación.  Estar  desvalida  ya  era  bastante  malo,  pero  hallarse  a  merced  de  ese  hombre  resultaba  casi  insoportable.  Y  encima  estaba  de  un  humor  magnífico.  Podía  entender  la  causa.  Había  logrado  aquello por lo que había ido hasta allí. No contento con ordenarle que dejara  a  su  hermano,  había  tomado  el  tema  entre  sus  manos  y  lo  había hecho por ella. Dudaba de que se hubiera detenido a considerar las  consecuencias  de  sus  actos.  Sencillamente,  había  hecho  lo  que  mejor sabía, sortear todos los obstáculos y llegar a su destino por el camino   más   corto   posible.   Los  sentimientos   eran   tecnicismos   menores para los que carecía de tiempo. En  todo  caso,  tan  pronto  como  pudiera  iba  a  tener  que  telefonear a Federico para explicarle lo sucedido. Mientras tanto... Apretó los dientes y cerró los ojos cuando Pedro, con delicadeza, le  quitó  los  pantalones.  Luego  la  acomodó  debajo  del  edredón  y  con  cuidado depositó la camiseta a su lado.

-Te  estoy  haciendo  un  favor  -musitó;  Paula abrió  los  ojos  y  lo  miró con profundo escepticismo-. La idea de todo ese dinero debió de ser  tentadora,  en  especial  con  todos  los  gastos  asociados  a  la  educación  de  un  niño,  pero,  ¿De  verdad  puedes  decir  que  hubieras  sido feliz viviendo con alguien por quien no sientes nada?

-Siento mucho por Federico.

Extrañamente,  no  era  eso  lo  que  Pedro quería  oír.  Apretó  los  labios al sentarse en la cama junto a ella.

 -En el pasado te hirieron.   Quizá  tengas   sentimientos   por   Federico,  pero  quizá  sean  la  clase  de  sentimientos  equivocados  -la  miró  pensativo-.  Puede  que  me  haya  equivocado  contigo  -musitó  despacio-.  Dí  por  hecho  que  no  eras  más  que  una  cazafortunas,  dispuesta  a  poner  tus  manos  en  el  dinero  de  mi  hermano,  sin  importar   lo   que   hiciera   falta.   Pero,  analizándolo   ahora,   nunca  encajaste  con  la  imagen.  No  es  que  haya  un  patrón  fijo  para  una  cazafortunas. ¡Vienen en todas las formas y tamaños!

Paula sintió  que  empezaba  a  sentir  calor  bajo  su  escrutinio.  Sin  embargo, algo dentro de ella experimentó placer ante la idea de que ya no la considerara de lo más bajo. Se dijo que no podía importarle menos lo que pensara de ella, pero eso no frenó la pequeña burbuja de placer, aunque mantuvo el rostro impasible.

 -¿Debería  sentirme  satisfecha  de que  hayas  cambiado de parecer?  ¿Después  de  que  tomaras  el  asunto  en  tus  manos  y  le  hicieras  ver  a  Fede que  discutía  mis  asuntos  personales  primero  contigo antes que con él?

Prohibida: Capítulo 37

-No  es  mi  joven  amigo  -dijo  con  los  dientes  apretados  cuando  Pedro regresaba   a   la   habitación   con   una   bolsa   con   verduras   congeladas en una mano y un trapo limpio de cocina en la otra.

-Y quizá  debería  ponerse  una  tobillera  -continuó  el  doctor,  mirando  a  Pedro por  encima  de  las  gafas  para  leer-.  Cualquier  farmacia buena tendrá lo que necesita. Pero, querida... -miró a Paula y  se  puso  de  pie-...  no  se  la  ponga  muy  prieta.  Quizá  se  sienta  cómoda,  pero  no  es  bueno  que  ese  tobillo  esté  inmovilizado.  En  cuanto  pueda,  probablemente  mañana,  puede  empezar  a  tratar  de  ejercitarlo. Pero sin excederse.

-Creo que voy a cancelar mi alojamiento con Federico, ¿No crees? -fue  lo  primero  que  dijo  Pedro después  de  acompañar  al  doctor  a  la  salida y regresar al salón.

Paula lo miró en silencio consternado.

-Puedo arreglarme -respondió al rato.

Algo tan  claramente  falso  que  Pedro ni  siquiera  se  molestó  en  contestar.  Sencillamente,  fue  a  su  lado  y,  sin  prestar  atención  a  sus  protestas, la alzó en brazos. -Cerraré y apagaré las luces después de meterte en la cama.

 -¡No  harás  nada  parecido!  ¡Puedo  arreglarme  perfectamente  sola!

-Igual que todos cuando no podemos caminar.

-Escucha...  -respiró  hondo  y  se  decidió  por  el  enfoque  maduro-... en cuanto me metas en la cama, podré arreglarme perfectamente sola y llamar a la madre de Diego a primera hora de la mañana para que venga a recoger a Joaquín y lo lleve al colegio. Y estoy segura de que a Rebecca no le importará venir en algún momento con algo de comida. Es un viaje algo largo, pero lo entenderá -sintió el torso duro contra ella y se mordió el labio con nerviosismo-. Quiero decir...

-¿Cuál es tu dormitorio?

 -El de la derecha. ¿Has oído lo que acabo de decir?

-Cada  palabra  -abrió  la  puerta  con  el  hombro  y  logró  encender  la luz sin dejarla caer-. Pero voy a ignorarlas porque debes saber tan bien  como  yo  que  estás  diciendo  tonterías  -la  depositó  en  la  cama  doble,  luego  se  irguió  para  poder  observarla-.  Has  oído  lo  que  ha  dicho  el  doctor.  Nada  de  caminar.  Así  que  explícame  cómo  piensas  preparar  a  tu  hijo  por  la  mañana  sin  salir  de  la  cama.  A  menos  que  hayas dominado unas habilidades mágicas que nadie más es capaz de ejecutar,  entonces  no  se  puede  hacer  -metió  las  manos  en  los  bolsillos a la espera de que intentara refutar su declaración-. Lo cual no  me  deja  otra  opción  que  quedarme  aquí.  En  especial  ahora  que  Fede y  tú  no  son  pareja.  Quiero  decir...  -volvió  a  sonar  el  móvil.  En  esa  ocasión,  la  conversación  con  su  hermano  fue  breve,  una  simple transmisión de información que no duró más de dos minutos-. Ninguna  oferta  para  venir  corriendo  a  tratar  de  arreglar  las  cosas.  ¿Decepcionada?

-Por  supuesto  que  Fede no  puede  venir  aquí  a  cuidarme  -murmuró con tono agrio-. Tiene un horario de trabajo cambiado.

 -Oh, pero pensé que podría considerar el bienestar de su amada más importante que supervisar la cocina de un restaurante. Después de todo,  supervisar  cómo   pican   cebollas   y   la   preparación   de   repostería  no  puede  ser  más  importante  que  venir  a  visitarte,  y  menos cuando se ha encontrado súbitamente abandonado sin previo aviso.

-Eso fue culpa tuya. No tenías derecho a decirle que había roto el compromiso. Se lo habría dicho yo en persona.

Prohibida: Capítulo 36

-Oh, a propósito -concluyó Pedro-, lamento enterarme de que tu compromiso se ha roto...

 -¿Cómo te atreves? -echó chispas ella cuando cortó-. ¿Cómo te atreves?  -tenía  las  mejillas  inflamadas. 

Eso resultó  mejor  analgésico  que  las  pastillas.  ¿Quién  tenía  tiempo  de  concentrarse  en  algo  tan  insignificante como el dolor cuando el cerebro le hervía de furia?

 -Pensé  que  me  saltaría  la  posibilidad  de  que  tú  no  cumplieras  con tu palabra. Después de todo, dispusiste de semanas para hacerlo, pero,  de  algún  modo,  no  pudiste  conseguirlo.  Es  gracioso,  pero  Federico no reaccionó como yo habría esperado... -clavó los ojos en el rostro encendido de ella.

-¿A qué te refieres? -preguntó incómoda. -Guardó  silencio  durante  unos  segundos,  pero  luego  manifestó  pesar. No asombro, ni sorpresa, ni la oferta de venir de inmediato a solucionar  las  cosas,  lo  que  cabría  esperar  de  un  hombre  al  que  acaban de lanzarle semejante bomba.

-No tenías derecho a decir nada.

-No me dejaste elección. ¿Imaginas por qué mi hermano aceptó la  noticia  de  forma  tan  incondicional?  -algo no  encajaba.  Nada  encajaba.  En  teoría,  todas  sus  suposiciones  resultaban  lógicas;  pero  en la práctica, era como un rompecabezas al que le faltaran algunas piezas clave.

-Yo...  nosotros...  le  insinué  durante  las  últimas  semanas  que  quizá estar prometidos no fuera lo más adecuado para nosotros.

-¿Por qué no me lo mencionaste?

 -¡Porque  no  es  asunto  tuyo!  -exclamó. 

Apartó  la  vista  y  rezó  para que el doctor hiciera algo útil como aparecer, y por una vez sus plegarias  se  vieron  respondidas,  porque  oyó  el sonido  de  un  coche  deteniéndose  ante  la  casa,  seguido  del  ruido  de  una  puerta  al  cerrarse y de pisadas por el sendero. Suspiró aliviada cuando sonó el timbre. A  él  no  le  quedó  más  remedio  que  suspirar  con  impaciente  frustración antes de desaparecer para dejar pasar al médico. El doctor Hawford era un hombre de modales suaves de cincuenta   y  pocos años, amable  con  sus  pacientes    y   tranquilizadoramente eficaz.

-Echémosle  un  vistazo,  señorita  Chaves-se  puso  en  cuclillas  junto  al  pie  y  lo  manipuló  con  delicadeza,  pidiéndole  que  le  dijera  cuándo y cuánto le dolía.

Al fondo, Pedro acechaba como un depredador temporalmente aislado de su presa. Al menos eso es lo que consideraba Paula.

-Un  esguince  de  grado  dos  -anunció  el  médico,  incorporándose  para ir a sentarse en el sofá con su maletín negro-. Ha hecho un buen trabajo  para  desgarrarse  algunos  de  sus  ligamentos,  de  ahí  la  hinchazón y el dolor. La buena noticia es que no se requiere ninguna intervención  hospitalaria  para  un  esguince  de  este  tipo.  La  mala  es  que va a tener que estar en reposo completo unos días, posiblemente una semana.

-No puedo  permitirme  estar  fuera  de  combate  una  semana,  doctor.

-¿Se lo ha informado a su pie? -miró-a Pedro-. Traiga un poco de hielo,  o  algo  frío  si  no  hay  hielo  en  el  congelador.  Una  bolsa  de  guisantes congelados es un buen sucedáneo. Es importante que tratemos de reducir la hinchazón. Y ahora, querida... -la miró no sin cierta  simpatía-...  sé  que  tiene  un  hijo  pequeño,  pero  va  a  ser  imposible  que  durante  unos  días  pueda  llevar  a  cabo  sus  tareas  habituales.  Y  como  intente  apoyar  demasiado  pronto  ese  pie,  podría  provocarse  un  daño  importante  que  la  dejará  inmovilizada  mucho  más tiempo.

 -Pero...

-Tiene que estar inmovilizado, Paula. Ahora voy a recetarle unos antiinflamatorios  que  aliviarán  el  dolor  y  la  hinchazón  -sacó  su  cuaderno de recetas y comenzó a escribir-. Haga que su joven amigo se los compré a primera hora de la mañana.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 35

Paula se lo dió. Se lo sabía de memoria, aunque nunca lo había necesitado  para  una  urgencia.  Estaba  demasiado  ocupada  con  la  creciente  lista  de  motivos  por  los  que  no  podía  tener  un  tobillo  roto  como  para  darse  cuenta  de  que  Pedro abría  su  móvil  y  marcaba  el  número. Desde luego, el ambulatorio estaba cerrado, pero ofrecía un número  de  emergencia  en  un  mensaje  grabado.  El médico  del  otro  lado  de  la  línea  no  tuvo  ninguna  posibilidad  de  negarse  a  hacer  una  visita  en  cuanto  Pedro se  puso  en  acción.  Había  urgencia  en  su  voz,  pero  también  la  suposición  muda  de  que  el  doctor  Hawford  no  titubearía  en  abandonar  la  cama  un  domingo  por  la  noche  para  presentarse a inspeccionar el tobillo ya hinchado.

-¿Los  analgésicos  han  empezado  a  surtir  efecto?  -preguntó  al  cerrar  el  móvil  y  acercar  una  banqueta  baja  para  sentarse junto a  ella.

-Gracias por  llamar  al  doctor  -dijo  Paula-.  Estoy  segura  de  que  querrás ponerte en marcha ya. Es tarde y Londres no se encuentra a la vuelta de la esquina.

 -Muy  cierto  -miró  el  reloj  de  pulsera-.  Son  más  de  las  diez.  No  tiene sentido regresar a Londres. Tendré que quedarme aquí.

-¡Aquí! -chilló, horrorizada-. ¡No puedes quedarte aquí! ¿Te has olvidado de Joaquín? Además, la casa es demasiado pequeña. Sólo hay dos dormitorios y los dos se usan. Si pisas el acelerador, no tardarás tanto en volver a Londres.

 -¿Defiendes que supere el límite de velocidad por complacerte a tí?

 -¡Te digo que no  te vas a  quedar aquí!  -brevemente  olvidó  el  dolor  horrendo  del  pie  ante el  pensamiento  más  opresivo  de tener  a  Pedro bajo el mismo techo una noche.

 -No  proponía  pasar  la  noche  en  tu  casa  -le  aclaró-.  Proponía  quedarme con mi hermano.

-No puedes hacer eso -las palabras salieron de su boca antes de que su cerebro pudiera editarlas-. Quiero decir que no puedes hacer eso  sin  llamarlo  primero.  Fede tiene  un  horario  raro.  Puedes  presentarte  en  su  casa  y  descubrir  que  no  está,  y  quizá  tengas  que  esperarlo durante horas.

-¿Un domingo?  -preguntó,  levemente  desconcertado  por  el  rechazo  inmediato  de  la  idea.  La  estudió-.  Tienes  razón.  No quiero  quedarme  esperando  durante  horas  ante  un  apartamento  vacío.  Lo  llamaré  ahora.  Además,  estoy  seguro  de  que  querrá  enterarse  de  tu  pequeño accidente.

Antes  de  poder  manifestar  su  opinión  sobre  la  idea,  él  abrió  el  condenado  móvil  y  en  esa  ocasión  no  le  quedó  más  remedio  que  aguzar el oído para tratar de oír cada segmento de la conversación. Sólo  pudo  captar  un  lado,  pero  no  le  resultó  complicado  aventurar  una  conjetura  sobre  lo  que  se  decía  del  otro.  O  incluso  imaginar a Federico en el club, con el teléfono pegado al oído y yendo hacia su despacho para que la voz de su hermano no se mezclara con el ruido y la música. Hubo  una  breve  explicación  de  su  presencia  en  casa  de  Paula,  que  logró  sortear  con  éxito  aduciendo  que  había  ido  allí  con  la  esperanza  de  encontrarlo  a  él.  Ella  casi  bufó.  Luego  le  dió  un  parte  breve de lo sucedido con el tobillo sin proporcionarle los detalles que habían conducido a la lesión.

 -Pero  ahora  que  estoy  aquí  -dijo Pedro-,  parece  ridículo  que  regrese a Londres a esta hora. ¿Tu departamento tiene sitio para más de una persona?

Frunció  el  ceño  ante  la  respuesta  que  había  obtenido,  aunque  Paula sabía  que  Federico había  expresado  alegría  de  que  su  hermano  se  quedara  con  él.  ¡Si había oído  su  exclamación  desde  donde  se  encontraba! Quizá había sido el ínfimo titubeo antes de contestar.

Prohibida: Capítulo 34

Paula sintió como si alguien hubiera decidido darle un martillazo en el tobillo. ¿Cómo había sucedido? Un minuto corría hacia la puerta de  entrada  como  perseguida  por  todos  los  perros  del  infierno  y  al  siguiente  la  había  abierto,  dado  un  paso  y  ¡Bang!  Cayó,  fallando  el  pequeño escalón que llevaba al sendero de entrada. El mismo por el que a diario le advertía a Jamie que sorteara con cuidado.

 -¿Qué ha pasado? -él se arrodilló a su lado.

Paula le dedicó una mirada amargada.

-¿Tú qué crees? -exclamó-. Tropecé. Pero estoy bien -realizó un esfuerzo valeroso por incorporarse, pero de inmediato volvió a caer.

-No seas tonta -sin esperar una respuesta, la alzó en brazos y la llevó de vuelta a la casa, cerrando con el pie. Fue al salón, donde la depositó con gentileza en el sillón-. Bueno. Echemos un vistazo.

Paula no tenía que mirar para saber que el tobillo comenzaba a hinchársele. Clavó la vista al frente para luchar contra el impulso de quejarse  como  una  niña  del  dolor.  Sólo  arriesgó  a  bajar  los  ojos  cuando sus dedos gentiles le inspeccionaron el pie.

-No me gusta -la miró brevemente.

Desde luego, era un cambio tenerlo literalmente a sus pies, pero sentía  demasiado  dolor  como  para  apreciar  su  propio  humor.  Tenía  las manos cerradas y las uñas clavadas en las palmas.

-Gracias por esa opinión  -comentó  a  través  de  dientes  apretados-,  pero,  lo  creas  o  no,  yo ya había  llegado  a  la  misma  conclusión.

 -Te daré unos  analgésicos,  luego  voy  a  tener  que  llevarte  a  Urgencias.

-¿Has  olvidado  la  pequeña  cuestión  del  niño  de  cinco  años  que  duerme arriba?

-¿Hay  alguien  que  pueda  quedarse  con  él?  ¿Quizá  un  vecino?  ¿Quién  lo  cuidó  cuando  fuiste  a  Grecia para jugar a ser  la  pareja  amorosa de mi hermano?

 Paula soslayó el tono burlón.

-No conozco a ninguno  de  mis  vecinos.  Al  menos  no  lo  bastante  bien  como  para  pedirle a alguno que venga a pasar una noche para cuidar de Joaquín, y Rebecca vive en el centro de Brighton. Ella se quedó aquí una semana para hacerme el favor, pero no está cerca -hizo una mueca-. Necesito unos analgésicos. Están en la encimera de la cocina.

Pedro se  puso  de  pie  ceñudo,  y  cuando  regresó  un  par  de  minutos  más  tarde  con  un  vaso  de  agua  y  dos  grageas,  había  desarrollado la única solución.

-En  ese caso,  tendremos  que  despertar  a  tu  hijo  y  llevarlo  con  nosotros.

-Mi pie puede esperar  -el  martilleo  se  había  mitigado  a  unos  pinchazos  desagradables. 

Con  un  poco  de  suerte,  los  analgésicos  erradicarían  lo  peor,  permitiéndole  descansar  un  poco  y  poder  ir  a  Urgencias  a  la  mañana  siguiente.  Comenzó  a  decírselo,  pero  él  se  puso a mover la cabeza antes de que hubiera acabado.

-Este pie  tiene  que  ser  examinado  ahora,  esta  noche.  Si  no  puedes o no quieres ir a ver a un médico, entonces un médico tendrá que venir a verte a tí.

 -Es improbable  que  un  médico  salga  para  hacer  una  visita  un  domingo  por  la  noche.  Los  analgésicos  me  ayudarán  a  pasar  la  noche...

 -Los analgésicos están diseñados para el dolor de cabeza, Paula, no un posible tobillo roto.

-¡No  está  roto!  -chilló. 

No podía  permitirse  el  lujo  de  la  inmovilidad,  no  con  un  hijo  activo  de  cinco  años  al  que  había  que  llevar al colegio, alimentar, bañar y divertir.

 -¿Cuál es el número de tu ambulatorio?

Prohibida: Capítulo 33

Era  unos  centímetros  más  alto  que  su  hermano,  pero  parecía  comerse  la  casa  pequeña  de  un  modo  que  Federico nunca  había  hecho.

 -Romperé  el  compromiso  -fue  Paula la  primera  en  quebrar  el  silencio,  y  en  su  voz  había  resignación  y  pesar. 

El  condenado  compromiso  había  sido  una  idea  tonta  desde  el  principio,  aunque  había servido admirablemente el propósito de ambos. Miró con gesto desafiante  a  la  figura  sentada  en  el  sillón  y  vió  que  Pedro asentía  de  modo imperceptible.

-No es el hombre para tí -murmuró.

 -No, quizá no lo es -convino Paula amargamente. No  había  hombre  para  ella.  Hacía  tiempo  que  les  había  cerrado  el  corazón.  Sólo  Pedro había  sido  capaz  de  atravesar  sus  barreras  y  hacerla  reaccionar,  pero  ésa  había  sido  la  reacción  de  una  mujer  joven y sana que anhelaba un contacto físico, algo que no había sido consciente  de  echar  de  menos-.  Tal  vez  nadie  lo  es.  Para  mí,  quiero  decir.  Fue  estúpido  pensar...  -maldijo  para  sus  adentros. 

Sintió  que  los ojos se le humedecían, más allá del punto en que podía controlar las lágrimas con un rápido parpadeo. A  través  de  la  resplandeciente  bruma  de  las  lágrimas  no  deseadas, notó que Pedro reducía la distancia que los separaba para ir a sentarse en el sofá junto a ella, alargando la mano para entregarle algo...  un  pañuelo.  Paula lo  aceptó  agradecida  y  se  secó  los  ojos,  musitando  una  disculpa  avergonzada,  sin  atreverse  a  mirarlo  por  miedo a ver rechazo ante esa exhibición de emoción. Quizá imaginara que se la estaba inventando.

-Deja  de  disculparte  -murmuró  él. 

Pasó  el  dedo  pulgar  por  una  lágrima rebelde sobre su mejilla. Paula tembló,  irremediablemente  atraída  por  él  y  furiosamente  consciente de que no debería ser así.

 -Deberías  irte  -susurró,  bajando  la  vista-.  Ya  tienes  lo  que  has  venido a oír y también mi palabra. Acerca del compromiso.

 -¿Qué te hizo?

 -¿Federico?  No  me  hizo  nada...  -unos  ojos  desconcertados  lo  miraron y al instante supo a qué se refería.

-¿Sabe que tiene un hijo?

 -Es hora de que te vayas.

-Deberías desprenderte de ello. Aferrarse al pasado es un juego peligroso. Puede ser un maestro cruel.

 -¿Y tú cómo lo sabes?  -le  soltó  Paula-.  ¡Naciste con  privilegios!  Oh,  no  me  digas...  desde  temprana  edad  aprendiste  las  penalidades  de  saber  que  podías  chasquear  los  dedos  y  conseguir  todo  lo  que  querías. Pobre Pedro. ¡Superar semejante desgracia!

-Algunos podrían decir que tener trazado tu destino desde el  día de  tu   nacimiento   es   un viaje duro  -indicó Pedro con  calma,  permitiéndose  el  ridículo  lujo  de  confiar  en  otra  persona.  ¿De  dónde  había  salido  eso?  Desnudar  su  alma  jamás  había  ocupado  un  lugar  primordial en su lista de prioridades. De hecho, jamás había figurado-.  Federico tal  vez  dispusiera  de  la  libertad  de  hacer  lo  que  le  apeteciera, pero como heredero de un imperio, yo no tuve elección -continuó con brevedad- Lo que no quiere decir que dedicara mi vida a gimotear por ello.

-Yo no gimo por mi pasado -murmuró ella-. He aprendido de él.

-¿Qué te hizo? -repitió con curiosidad-. ¿Aún lo ves? Tienes que verlo cuando viene a recoger a su hijo

-Él...  jamás  ve  a  su  hijo  -soltó. 

Observó  la  expresión  de  Pedro endurecerse hasta la incredulidad, y la amargura que creía controlada invadió  su  sistema-.  Bueno,  tienes  que  comprender  que  cuando  un  hombre   casado descubre   de  repente que su  amante  está  embarazada, no es algo que suene a música en sus oídos...

-¿Te  involucraste  con  un  hombre  casado?  -no  supo  por  qué  se  sintió tan decepcionado.

 -No me digas  que  te  sorprendería  si  así  fuera  -comentó  con  sarcasmo,  leyéndole  la  mente.  Luego  suspiró  y  apoyó  el  mentón  en  las  rodillas-.  Cuando  me  relacioné  con  él,  no sabía  que  estaba  casado.  Yo  tenía  diecinueve  años  y  él  era  un  hombre  fabulosamente  sexy diez años mayor que yo. Las cosas fueron hermosas durante un año y medio, hasta que cometí el error de quedar embarazada.

-En  cuyo  momento,  tu  caballero  de  reluciente  armadura  reveló  sus pies de barro -concluyó Pedro.

-Me  dijo  que  estaba  casado,  que  lo  que  habíamos  tenido  no  había sido más que algo divertido, algo que hacer en Londres durante la semana,  porque  los  fines  de  semana  siempre  regresaba  a  Home  Counties  para  estar  con  su  mujer  y  su  hija  de  dos  años.  De  hecho,  ¡Yo  ni  siquiera  había  sido  la  única!  Aunque  fue  lo  bastante  amable  para decirme que yo era la única que había durado tanto. Ya. Querías saber  y  ya  sabes  -se  puso  de  pie y se  alejó  de él-.  Y  ahora,  vete.  ¡Antes de que me digas que merecía lo que recibí!

Pedro se levantó de un salto, pero ella ya corría hacia la puerta. Lo  oyó  antes  de  tener  tiempo  de  llegar  más  allá  del  salón.  El  agudo grito de dolor de Paula seguido de un gemido ahogado...

Prohibida: Capítulo 32

¿Se  habría  visto  Federico atraído  por  eso?  Escuchó  distraído  el  sonido de pisadas que se perdía escaleras arriba. ¿Habría encontrado su  hermano  a  ese  boceto  de  madre  e  hijo  demasiado  difícil  de  resistir? Si a la ecuación se añadía el hecho de que la madre en cuestión  tenía  el  rostro  de  un  ángel  y  un  cuerpo  que  le  negaba,  ¿Le  habría  sido  imposible  alejarse?  Algo  en  el  cuadro  no  encajaba,  pero  cuando  intentó  analizarlo,  descubrió  que  su  mente  se  desperdigaba.  Pensaba  en  la  expresión  de  ella  al  abrazar  a  su  hijo,  en  el  modo  en  que esos brazos esbeltos podían ser fuertes y dar apoyo, en los ojos que habían mostrado su orgullo como madre. Chasqueó la lengua con frustración y centró la mente otra vez en la tarea que lo ocupaba, que era averiguar si había roto el compromiso. Había  preparado  dos  tazas  de  café  cuando  Paula regresó  a  la  cocina.

-Sigues aquí -comentó, de pie en el umbral, los brazos cruzados.

-No  esperarías  que  me  marchara,  ¿Verdad?  Te  he  preparado  café. Con leche, sin azúcar. ¿Es así como lo tomas?

Paula no contestó. Se sentó en la silla frente a él, lo más alejada posible, y suspiró con gesto cansado.

-Ya no puedo pelear  más  contigo  -apoyó  el  mentón  en  las  manos y lo miró.

-Yo tampoco quiero pelear, pienses lo que pienses.

 -Lo sé -le dedicó una sonrisa débil-. Lo único que quieres es que me  largue  de  la  vida  de  tu  hermano,  para  no  poner  mis  pequeñas  y  codiciosas zarpas sobre sus millones.

Pedro se  acaloró.  Después  de  todo,  sólo  decía  lo  mismo  que  él  había estado pensando, pero de una manera que hacía que pareciera el villano y ella el cordero al que iba a sacrificar. Sin embargo, debía reconocer  que  sí  parecía  extenuada.  En  vez  de  lanzarse  a  otro  ataque, decidió que no haría ningún daño aflojar un poco el ritmo. Un negociador  inteligente  sabía  que  la  oportunidad  del  momento  lo  era  todo. Se reclinó.

 -Tienes un hijo guapo.

-¿No quieres decir un artículo guapo?

-Me disculpo por eso. Fue un simple error de locución.

-¿Sí? Bueno, de todos modos, no importa -bebió un sorbo de café, asombrosamente   rico.   O quizá  era  ella  la  que  estaba  asombrosamente  cansada  y  cualquier  cosa  caliente  le  sabía  bien.  La  luz  fluorescente  de  la  cocina  hacía  que  todo  resaltara,  y  en  ese  momento  no  lo  necesitaba.  Era  lo  bastante  perceptiva  sin  la  ayuda  adicional de esa luz brillante. Se levantó con la taza en la mano-. Me voy al salón. Me voy a beber este café y luego te vas a marchar -no le dió oportunidad de que respondiera.

Había  anochecido  y  cerró  las  cortinas,  luego  fue  al  sofá,  se  acurrucó en un extremo y observó con cautela cómo Pedro ocupaba el mullido sillón que había junto a la puerta.

Prohibida: Capítulo 31

-¡No es asunto tuyo!

-Supongo  que  suficiente  para  mantenerte.  Y  permitirte  unos  pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta  barato.  ¿Por eso  decidiste  que  disponer  de  una  pequeña  ayuda  financiera  en  esa  dirección  podría  ser  útil?  Y  Federico habría  sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el  añadido de un   niño.   ¿Lo   enganchaste con  alguna  historia  lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?

-¡Los niños no son artículos!

-¿Dónde  está  el  padre  del  niño?  ¿Ayuda  en  algo  la  pensión  de  mantenimiento que te pasa?

-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve  en  tu  terreno,  pero  no  te  atrevas  a  entrar  en  mi  terreno  creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!

Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban.  Nunca.  Paula jamás  había  gritado  delante  de  él.  De  hecho,  ni  siquiera  recordaba  haber  gritado  en  años.  Temblaba  cuando  se  agachó para mirar a Joaquín.

 -Hola,  cariño.  ¿Qué  haces  levantado?  Sabes  que  deberías  estar  en la cama. Mañana hay colegio.

-Oí gritos -miró a Pedro-. ¿Quién es?

-Nadie.

-Soy Pedro, el hermano de Federico.

Paula pudo  sentirlo  detrás  de  ella,  luego  fue  consciente  de  que  se  agachaba  a  su  lado.  Habló  con  voz  suave,  pero  era  el  mismo  hombre  que  había  reconocido  considerar  a  los  niños  como  artículos.  Con gesto protector, protegió a Joaquín contra su hombro. Pero el pequeño se soltó, ansioso por continuar con el inventario del  hombre  que  había en  la  cocina  de  su  madre.  Logró  soltarse  del  todo  y  se  sentó  con  las  piernas  cruzadas  en  el  suelo,  con  las  manos  de Paula cubriéndole las suyas.

 -Te pareces al tío Fede. ¿No es verdad, mami?

 -Veo una o dos diferencias -dijo ella con los dientes apretados.

Pedro tuvo ganas de sonreír. Parecía un ángel pequeño, frustrado y  encolerizado.  Se  recordó  que  después  del  examen  lógico  de  la  situación,  después  de  las  conclusiones  concisas  que  había  sacado  acerca  de  la  conducta  y  las  motivaciones  de  ella,  era  cualquier  cosa  menos angelical, sin importar lo que indicaran las facciones.

 -¿De  verdad?  -preguntó  con  inocencia-.  La  gente  dice  que  nos  parecemos mucho. Aparte de una pequeña diferencia de estatura.

-La  gente  dice  que  las  víboras  se  parecen  a  las  serpientes  de  jardín. Aparte de una pequeña diferencia en los niveles de toxinas. Tuvo que esforzarse para no sonreír.

 -Intento encontrar el cumplido en eso -repuso con gravedad y le encantó ver que el ángel lo miraba aún con más ferocidad.

Joaquín se  había  animado  ante  la  mención  de  serpientes  y  se  lanzó a una complicada descripción de las serpientes que había visto en  el  zoo.  Pedro estaba  extasiado  por  el  parecido  del  niño  con  su  madre. El pelo era de una tonalidad rubia más oscura, pero tenía los mismos ojos, nariz y boca. ¿Quién  era  el  padre?  ¿Dónde  estaba?  ¿Andaría  por  ahí,  quizá  aún dormía con ella? Ese pensamiento lo puso malo y de inmediato lo descartó. El  ángel  había  hecho  girar  al  niño  para  que  quedara  de  cara  a  ella y en ese instante le daba un discurso severo sobre irse a dormir. Pedro se puso de pie y regresó a la mesa, observando en silencio mientras la madre alzaba al hijo en brazos. Ambos habían olvidado su presencia.  Ella  estaba  centrada  por  completo  en  el  pequeño,  en  llevarlo arriba.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 30

Era  pequeña  pero  bonita.  Encimeras  de  color  gris  moteado,  muebles de pino que parecían baratos pero funcionales, una pequeña mesa  oblonga  que  aceptaba  a  cuatro  personas  siempre  que  no  les  molestara  permanecer  en  un  contacto  físico  muy  próximo  entre  sí.  Todo   tenía   una   escala   muy   pequeña.   Nevera   pequeña,   cocina   pequeña, muebles suficientes para guardar sólo los utensilios básicos para que funcionara una cocina. Sin  embargo,  Pedro no  contemplaba  las  dimensiones  de  la  habitación.  Miraba  las  fotos  que  había  en  la  puerta  de  la  nevera,  sostenidas por imanes, y un pequeño tablero de anuncios en la pared junto a la mesa. Más fotos. Se  apartó  y  Paula pasó  junto  a  él,  respirando  hondo  mientras  captaba la dirección que seguía su mirada. Era una locura. ¡Joaquínno era un secreto!

 -Unos  dibujos  interesantes  -comentó,  yendo  hacia  la  nevera  para  inspeccionar  los  dibujos allí  fijados.  Uno  era  una  versión  de  alguna  escena  submarina,  otra  era  de  la  familia,  consistente  en  una  figura  como  un  palo  gigante  con  un  montón  de  pelo  blanco  y  otra  mucho  más  pequeña  con  una  cara  grande  y  risueña,  más  diversos  intentos de escritura.

Paula no  tenía  ni  idea  de  por  qué  se  sentía  tan  nerviosa.  Se  humedeció los labios y trató de relajarse.

 -Eso creo. -¿Tuyos?  -retiró  la  escena  submarina  y  lo  estudió  con  interés  exagerado antes de alzarlo para que ella lo viera.

 -De mi hijo.

-Tienes un hijo. No es de...

 -No, no es de Federico.

Theo sintió esa llama de intensa curiosidad recorrerlo. Con cuidado volvió a fijar el dibujo a la nevera y luego se volvió hacia ella.

 -¿Te importa si me siento?

 -Es tarde.

 -¿Has roto tu compromiso?  No, claro  que  no  lo  has  hecho.  El  anillo sigue en tu dedo -no sólo prescindió de negárselo, sino que no le ofreció una disculpa. Sus ojos se oscurecieron-. Quizá pienses que estoy jugando, pero permite que te asegure que no es así.

-No dejaré que me ataques en mi propia casa -le informó Paula, cruzando los  brazos   en   gesto protector.   Se sentía nerviosa,   intimidada  y,  entre  todo  eso,  terriblemente  atraída  por  el  hombre  sentado  en  su  cocina,  como  si  tuviera  algún  derecho.  Verlo  en  persona hizo que reconociera cuánto lo había tenido en la cabeza y lo desastrosamente   fácil   que   era   que   esos   sentimientos   ocultos   recobraran la vida en contra del sentido común y de la razón. En ese momento  le  recordaban  lo  agradable  que  había  sido  que  la  besara,  que la tomara entre sus brazos, que le acariciara los pechos... Cerró los  ojos  fugazmente  y  luego  lo  miró-.  Joaquín se  despierta  con  facilidad. No quiero tener una discusión contigo aquí. Las paredes de esta casa son como el papel.

-Ah. Joaquín. Eso pensaba.

-¿Qué significa eso?

 -La caligrafía del trozo de papel en la nevera. Está aprendiendo a escribir su nombre. ¿Cuántos años tiene?

 -Cinco.

 -¿Qué aspecto tiene?

 -¿Por qué te interesa?

-Siento  curiosidad.  ¿Por  qué no lo mencionaste  antes?  A mi  madre.  A  nuestra  familia.  Tuviste  todas las oportunidades  -la  miró con ojos entrecerrados.

-No pensé que fuera el momento apropiado...

-Dame una pista  acerca de cuándo   habrías considerado apropiado contarlo. ¿Quizá en algún restaurante? ¿Cuando mi madre te preguntara  si tenías algún  hijo?  ¿Crees  que  es  una  pregunta  natural para que formule una futura suegra a la novia de su hijo?

 -¡No eres gracioso!

-Quizá decidiste que podías conquistar a Fede para que fuera el papá de tu pequeño, pero darnos la noticia a los demás sería más complicado.  ¿Es eso?  Pensabas ir  en  fases,  tal  vez,  antes  que  arriesgarte a que todos viéramos lo obvio.

 -Y tú vas a iluminarme con lo que es tan obvio, ¿Verdad? ¡Como si  no  supiera  la  dirección  que  sigues!  -tenía  las manos pequeñas  cerradas  y  cada terminal  nerviosa  de  su  cuerpo  lista  para  quebrarse  por la tensión.

 -¡Es  lógico!  -atronó  Pedro.  Bajó  el  puño  sobre  la  mesa  con  tal  ferocidad, que Paula se sobresaltó-. No parecías la típica buscadora de fortuna, pero en su momento no poseía todos los hechos, ¿Verdad? ¿Cuánto ganas al mes?

-¡No es asunto tuyo!

-Supongo  que  suficiente  para  mantenerte.  Y  permitirte  unos  pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta  barato.  ¿Por eso  decidiste  que  disponer  de  una  pequeña  ayuda  financiera  en  esa  dirección  podría  ser  útil?  Y  Federico habría  sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el  añadido de un   niño.   ¿Lo   enganchaste con  alguna  historia  lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?

-¡Los niños no son artículos!

-¿Dónde  está  el  padre  del  niño?  ¿Ayuda  en  algo  la  pensión  de  mantenimiento que te pasa?

-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve  en  tu  terreno,  pero  no  te  atrevas  a  entrar  en  mi  terreno  creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!

Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban.  Nunca.  Paula jamás  había  gritado  delante  de  él.  De  hecho,  ni  siquiera  recordaba  haber  gritado  en  años. 

Prohibida: Capítulo 29

-Dime  cuando  vayas  a  ir  -hablar  de  Pedro,  saber  que  Federico lo  vería  en  algún  momento  de  la  semana  siguiente,  la  hacía  temblar.  Saber  que  iba  a  estar  en  el  mismo  país,  mirando  el  mismo  cielo,  también la hacía temblar.

-Que es justo lo que debo hacer.

 -¿Qué?

-Marcharme -se levantó del sofá con un profundo suspiro y entre las protestas de Paula, le explicó que iba al club a asegurarse de que todo  iba  bien. 

Mientras  se  calzaba,  le  explicó  que  iba  a  actuar  un  grupo nuevo de jazz de Edimburgo. Quería comprobar en persona si eran lo bastante buenos como para volver a contratarlos. Paula protestó,  pero  sin  mucho  ánimo.  Había  sido  un  día  agotador y estaría encantada de meterse en la cama. Lo  había  acompañado  a  la  puerta  y  apagado  las  luces  de  la  cocina  cuando  sonó  el  timbre.  Corrió  al  vestíbulo,  ya  que  tenía  un  sonido  estridente  y  la  costumbre  de  despertar  a  Joaquín.  Una  vez  despierto, el pequeño se quedaría levantado durante horas. Abrió la puerta y ahí estaba. Tan  alto,  sexy  e  inesperado,  que  durante  unos  segundos  sólo  fue   capaz   de   parpadear,   como   si   con   ello   pudiera   hacer   que   desapareciera o convertirlo en Federico. Al final su cerebro se alineó con sus cuerdas vocales.

 -¿Qué haces aquí?


-Pasaba por la zona -repuso Pedro-. Pensé en hacerte una visita -comentó impasible.

Paula, por otro lado, luchaba por respirar.

-No  puedes  estar  aquí  -susurró  con  incredulidad-.  No  sabes  dónde vivo.

-Supe  dónde  vivías  en  cuanto  supe  dónde  trabajabas.  No  hace  falta  ser  Sherlock  Holmes  para  llamar  a  una  oficina  y  conseguir  información relevante.

-¡En personal jamás te habrían dado mi dirección!

 -¿Y por qué no?  Te  olvidas  de  que  soy  el  hermano  de  Federico.  Supongo  que  no  quieres  invitarme  a  pasar,  pero  vas  a  tener  que  hacerlo,   porque   no   pretendo   quedarme aquí   a  mantener   una   conversación, sin importar lo agradable que esté el clima.

 -Verás a Fede la semana próxima. Él me lo dijo. ¿Por qué quieres verme ahora? ¿Por qué?

-Tú  ya  lo  sabes.  Si  no  te  mueves,  voy  a  tener  que  alzarte  en  brazos y moverte yo.

Lo  miró  consternada.  Había  logrado  introducir  el  pie  en  el  umbral.  Si  luchaba,  iba  a  perder.  No  era  rival  para  Pedro Alfonso.  Se  apartó  y  lo  vio  entrar  en  su  casa  y  mirar  alrededor  con  curiosidad  e  interés. La casa era   la   más  pequeña   de   las   propiedades   de   dos   dormitorios.  La  había  comprado  hacía  seis  años,  solicitando  la  hipoteca  más  larga  que  le  estaba  permitido  y,  siendo  sensata,  había  logrado mantenerla. Se hallaba en una pequeña urbanización próxima a una escuela primaria y estaba considerada una buena inversión. Las casas  eran  como  cajas,  pero  cajas  agradables  y,  dependiendo  del  tamaño,  todas  tenían  un  amago  de  jardín.  En  su  caso,  era  una  pequeña parcela de hierba en el patio de atrás, que cultivaba con celo creativo.

-¿Me pongo en contacto con Fede? -inquirió Paula, sintiéndose invadida  por  el  modo  en  que  estudiaba  su  casa-.  Sé  dónde  está.  Estoy segura de que le encantará venir a verte.

Pedro no  se  precipitó  en  responderle. Continuó  mirando  a  su  alrededor durante unos segundos antes de volverse hacia ella. Podría haber  esperado,  podría  haber  visto  a  su  hermano  en  unos  días  y  averiguado  lo  que  necesitaba  saber,  que  era  si  ella  había  obedecido  sus instrucciones o no. Después de todo, le había brindado la elección de  marcharse  con  la  reputación  intacta  o  humillada  por  verse  expuesta  como  una  mujer  feliz  de  estar  comprometida  con  un  hermano y hacer el amor con el otro. Había  ido  a  verla  en  persona  porque  en  las  últimas  semanas  había pensado en ella más de lo que le gustaba reconocer. Resultaba un estorbo. La miró, observándolo con esos ojos castaños claros, resaltados por ese exquisito cabello de color vainilla.

-No habría venido  aquí  si  hubiera  querido  hablar  con  mi  hermano.  No,  he  venido  a  verte  a  tí  -sintió  una  irritación  y  disgusto  súbitos consigo mismo por haber hecho el viaje para ver a esa mujer que  de  forma  manifiesta  no  lo  quería  en  su  casa-.  ¿Entiendo  que  sigues en contacto con mi hermano? -más allá del pequeño vestíbulo, vió  la  cocina,  y  hacia  allí  se  encaminó-.  Sabes  dónde  está  en  este  preciso momento de la noche. No es lo que quería oír -había llegado a la cocina. Se hallaba a sólo unos pasos de la puerta de entrada, y se detuvo.  Y  miró,  apenas  consciente  de  ella  a  su  espalda.  Llenaba  el  umbral.

Prohibida: Capítulo 28

-¿Sabes algo de tu hermano?

Paula miró a Federico, tendido en su sofá.  Los  domingos  eran  los  únicos  días  que  disfrutaba  lejos  del  trabajo y siempre trataban de hacer algo juntos. Ese día habían ido a los Pavillion Gardens, donde Joaquín disfrutó mucho. El clima había sido maravilloso  y  se  habían  llevado  una  cesta  de  picnic,  preparada  por  Federico.  Como  siempre,  había  sido  una  comida  deliciosa  y  exquisita  para ellos tres y seis personas más que los habían acompañado. Joaquín había  disfrutado  siendo  el  centro  de  atención.  Sabía  que  era  difícil  para  él.  Estaba  llegando a  la edad  en  la  que  empezaba  a preguntar  por  qué  no  tenía  padre,  y  Paula sabía  que  esas  preguntas  se tornarían más acuciantes con el tiempo. Se  había  enfrascado  en  sus  pensamientos  cuando  Federico la  devolvió a la realidad dándole una respuesta afirmativa.

 -¿Sí?  -al  instante  se  puso  alerta.  Habían  transcurrido  tres  semanas  y  ya  había  empezado  a  pensar  que  tal  vez  Pedro hubiera  olvidado la amenaza de estar en contacto y cerciorarse de que había roto  el  compromiso.  Se  había  serenado  y  pensado  que  lo  que  había  parecido  tan  real  e  importante  en  Santorini,  podría  haberse  fundido  con el entorno bajo el ajetreo frenético de la vida cotidiana de Pedro-. ¿Qué  le  contaste?  No  vendrá  aquí,  ¿Verdad?  -sabía  que  en  su  voz  había  pánico  de  que  pudiera  entrar  en  su  ritmo  normal  de  vida.  En  ese momento, esa cara dura, arrogante y ridículamente sexy se elevó de entre las brumas de la memoria como un puñetazo en el estómago-. No puede venir aquí, Fede. No quiero verlo.

 -Quieres  decir  que  te  asusta  verlo  -se  apoyó  sobre  un  codo  y  sonrió-. ¡Oh, las tupidas telarañas que tejemos!

-¡No es gracioso!

 -Lo  es  cuando  te  distancias  y  lo  observas.  Allí  estábamos,  haciendo   nuestros   planes   con   despreocupación,   y tú terminas enamorada de mi hermano. ¿Quién habría podido predecirlo? No... -reflexionó  unos  momentos-.  Yo  podría  haberlo  hecho.  Ha  tenido  ese  efecto  sobre  las  mujeres,  prácticamente  desde  el  día  en  que  nació.  Era  un  seductor  entonces  y  lo  es  ahora.  Pero  te  lo  advierto...  te  irá  mejor si no te enredas con él. Es el típico rompecorazones.

 -Dime  algo  que  no  haya  descubierto  -se  mofó. 

Se  puso  de  pie,  completamente cómoda con los pantalones a cuadros del pijama y el chaleco sin mangas que había conocido días más vibrantes. Eran  poco  más  de  las  ocho  de  la  noche.  Joaquín estaba  dormido  arriba,  extenuado  por  el  día  tan  activo  físicamente,  y  ella  no  tenía  planes  de  salir  de  casa.  Lo  más  probable  era  que  Federico terminara  en el sofá cama. A las nueve y media daban una película que los dos querían  ver  y  a  menudo  él  se  quedaba  si  consideraba  demasiado  esfuerzo ir a su ático con vistas a la playa.

-Y no me he enamorado de él. Es arrogante y reprobable.

-Pero altamente irresistible para el sexo opuesto.

-Cometí un error. ¿Cuántas veces lo has hecho tú?

-Demasiadas para mencionarlas, cariño, pero yo no soy tú.

Paula decidió  esquivar  esa  línea  de  conversación.  Federico la  conocía demasiado bien.

-¿Qué le contaste?

-De hecho, poca cosa. Llamó anoche cuando estaba inmerso en tratar de arreglar un enorme fiasco con las gambas y no disponía de mucho tiempo para charlar.

-¿Te preguntó si seguíamos prometidos?

 -Supongo  que  espera  que  sea  yo  quien  aporte  voluntariamente  esa información.

Se  tomó unos  segundos  en  digerir  eso.  En  lo  referente  a  Pedro,  ella iba a ser la responsable de dejar a Federico, presumiblemente sin mencionar  lo  sucedido  entre  ellos.  Por  lo  tanto,  habría  parecido  extraño  que  preguntara  si  aún  seguían  juntos  cuando  carecería  de  motivos para formular dicha pregunta en primer lugar.

 -¿Y qué le vas a contar?

-Ni idea -se reclinó en el sofá y clavó la vista en el techo. Paula no  dejó  de  mirarlo-.  No  me  gusta  mentir  -continuó  Federico al  rato-,  pero sé que mi madre estará terriblemente preocupada si piensa que ya no soy un hombre prometido. Tendrá imágenes mías muriendo por el  corazón  roto,  solo  en  mi  departamento  sin  más  compañía  que  botellas vacías de vodka y la televisión. Y mi abuelo no está muy bien ahora.  Todos  esperamos  que  sea  porque  la  fiesta  le  resultara  excesiva,  pero...  -la  miró  con  expresión  preocupada-.  También  Pedro está  preocupado  por  él  y  es  un  hombre  que  jamás  se  preocupa  a  menos que haya una razón válida. Le dije que me reuniría con él en Londres  en  algún  momento  de  la  semana  próxima.  Quizá  pueda  esquivar  el  asunto  del  compromiso  y  ocuparme  de  ello  en  algún  momento del futuro...

«¿Esquivar?  Tratar  de  ello  en  el  futuro?»  No  eran  palabras  que  asociara con Pedro Alfonso. Pero lo más inquietante era otra cosa. Iría a Londres  a  reunirse  con  su  hermano.  No  había  necesidad  de  que  lo  acompañara y no pensaba hacerlo.

Prohibida: Capítulo 27

-Tú  lo  llamas  así  -repuso  Pedro con  humor-.  Yo  lo  llamo  tratar  honestamente con los miembros del sexo opuesto. No hago promesas que no tengo intención de cumplir -a ese ritmo, se perdería la reunión que  tenía  programada  para  esa  tarde-.  ¿Por  qué  te  interesa?  -inquirió-. ¿Estás celosa?

 -¿Celosa? -lanzó indignada-. ¡De verdad que eres el ser humano más arrogante y egoísta que he conocido!

 -Pero no has contestado la pregunta...

La boca suave y entreabierta era una invitación que le resultaba incapaz de  resistir  y  en  esa  ocasión  sin  culpabilidad.  No se estaba  acostando  con  Federico.  Lo  estaba  utilizando.  Que  no  lo  hubiera  reconocido abiertamente era una simple cuestión técnica. Cerró la breve distancia que los separaba y le cubrió la boca con la suya. Volvió a sentir esa confusión mezclada con furia y deseo que había  estado  en  ella  cuando  la  había  besado  la  noche  anterior.  El  conocimiento de que lo deseaba a pesar de odiarse por ello fue como una descarga de adrenalina.  Experimentó  su  dura  y  palpitante  erección  presionada  contra  la  cremallera  y  continuó  saqueándole  la  boca.  El beneplácito llegó  cuando  ella  le  rodeó  el  cuello  con  los  brazos  y  cuando  él  deslizó  la  mano  por  debajo  del  top  sólo  encontró  un  gemido  de  entrega.  No  llevaba sujetador. No sabía cómo su hermano podía ocupar el mismo espacio  que  esa  mujer  y  mantener  las  manos  quietas.  Tenía  que  verla.  Que  la  reunión  esperara.  Los  ejecutivos  se  molestarían  pero aguardarían,  porque  era  demasiado  poderoso  para  que  lo  dejaran  plantado. Alzó el top y se excitó. Las areolas eran grandes círculos rosados y los pezones sobresalían orgullosos, rígidos y erectos, pidiéndole que se  introdujera  uno  en  la  boca  para  succionarlo,  probarlo,  para  oír  la  respuesta febril.  Paula se  retorció  cuando  le  succionó  un  pezón  al  tiempo  que  le  acariciaba el otro pecho con una mano. La provocó, la tentó, se llevó el  capullo  excitado  a  la  boca,  enviando  todos  sus  pensamientos  en  caída libre. Nunca en la vida se había sentido de esa manera. Los  dedos  de  ella se  enredaron  en  su  pelo  y  tiró  de  él  hacia  abajo, no deseando que frenara las exploraciones ardientes. Pero en el momento en que la mano de él bajó para reclamar ese  único  lugar  que  en  ese  momento  estaba  húmedo  por  el  deseo,  fue cuando la realidad atravesó las barreras de su mente encendida y trató de bajar el top con una mano y empujarlo con la otra.

-¡No! -se irguió y lo miró con ojos conmocionados. 

El top había vuelto a su sitio, pero los pezones aún le palpitaban del asalto al que los había sometido con la boca. El cuerpo entero le temblaba. Pedro necesitó  unos  segundos  para  asimilar  la  distancia  que  se  había  establecido  entre  ellos  y  sólo  unos  pocos  más  para  darse  cuenta  de  lo  descontrolado que había  estado.  Aturdido,  se  preguntó  qué  diablos  había  pasado.  Se  irguió  también,  consciente de  su  erección  que  todavía  clamaba  satisfacción.  Ahí  estaba  ella,  el  rostro  sonrojado y con expresión consternada. ¿Es que se había vuelto loco?

-Un  pequeño  recordatorio  -dijo,  agradecido  de  que  la  voz  no  traicionara  lo  que   sentía-   de  por  qué   necesitas  romper  tu  compromiso.

Giró  en  redondo  y  se  alejó.  Paula observó  la  espalda  y  se  preguntó  cómo,  después  de  sufrir  todo  tipo  de  mortificaciones  la  noche  anterior,  había  permitido  que  le  hiciera  otra  vez  lo  mismo.  Cuando al final se puso de pie, segura en el conocimiento de que ya se había marchado, descubrió que aún temblaba. Una y otra vez se repitió que se había ido para siempre y le dió las gracias a Dios por ello.

Prohibida: Capítulo 26

Después  de  elegir  un  banco  apartado  entre  árboles,  Paula se  sentó  y  abrió  el  libro,  pero  su  cerebro  se  negó  a  asimilar  las  palabras  de  la  página que tenía ante los ojos. Hacía  años  que  no  tocaba  a  un  hombre,  que  lo  besaba,  que  sentía  ese  impulso  por  su  cuerpo  que  hacía  que  deseara  estar  desnuda y abrazada a él. Que  llegara  a  suceder  la  asustaba.  Que  hubiera  sucedido  con  Pedro Alfonso le resultaba aterrador. Las letras se tornaron borrosas y parpadeó, aclarándose los ojos y  diciéndose  que  no  debía  llorar.  Abandonó  el  pretexto  de  leer,  se  reclinó en el respaldo del banco y cerró los ojos. La brisa era suave y cálida. Desde donde se encontraba, era imposible oír las voces de los invitados que se marchaban. Habiendo dormido muy poco la noche anterior, pudo sentir cómo los párpados se le volvían pesados y le dió la bienvenida a la paz de no tener que pensar, de no tener que castigarse con recriminaciones por su propia estupidez. No tenía ni idea del tiempo que había estado durmiendo ni de lo que  habría  seguido  haciéndolo  si  no  la  hubiera  despertado  el  sonido  de algo fuera de lugar, que no tenía nada que ver con la brisa entre las  hojas.  Abrió  los  ojos  y  descubrió  que  se  hallaba  en  la  sombra,  y  no porque el sol se hubiera puesto en el horizonte. Pedro se erguía sobre ella. El  corazón  comenzó  a  latirle  con  fuerza.  Se  lo  veía  vitalmente  masculino con unos pantalones de color crema y una fina camisa de algodón  de  un  azul  suave.  Tenía  el  pelo  húmedo  y  hacia  atrás.  A  pesar de todo, era consciente del atractivo primitivo que ejercía sobre su  cuerpo.  Era  una  reacción  instintiva  sobre  la  que  no  parecía  tener  control  y  en  ese  momento  era  más  aterrador  porque  la  luz  del  día  hacía que fuera de una realidad lúgubre.

 -¿Qué  quieres?  -preguntó  con  sequedad,  irguiéndose-.  ¿Cómo  me has encontrado aquí?

 -Me pareció el lugar más obvio al que irías para esconderte ante la posibilidad de tropezar conmigo.

-¿Puedes culparme? -soltó sin rodeos.

Pedro apreció  la  honestidad  sin  ambages.  Le  dedicó  una  sonrisa  pausada  que,  sin  saberlo  él,  le  produjo  un  extraño  cosquilleo  en  el  estómago, como el aletear de mil mariposas.

 -No, no puedo hacerlo.

-Entonces,  ¿Para  qué  has  venido  a  buscarme?  Ya  has  hecho  lo  que querías hacer, ¿No?

 -¿Sí?  ¿Le  has  dicho  ya  a  Fede que  su relación  se  ha  terminado?

 -No.

-¿Por qué?

 -¡Porque  todavía  duerme!  ¡Sería  complicado  mantener  una  conversación con alguien que no está despierto!

En esa ocasión, la sonrisa de Pedro fue auténtica.  La chica era valiente y divertida bajo ese exterior duro.

-Pobre  Fede.  Durmiendo  el  sueño  de  los  inocentes.  Por  no  mencionar de los frustrados. ¿Cuándo piensas comunicárselo?

 -Cuando  volvamos  a Inglaterra   -se  protegía  los  ojos  del  resplandor para poder mirarlo.

Le daba una pequeña ventaja, ya que no le permitía leer su expresión. Como dándose cuenta de ello, él se puso en cuclillas, con el rostro a pocos centímetros del suyo.

-Bien  -comentó  con  voz  sedosamente  agradable- porque  no  quiero que olvides que lo comprobaré para cerciorarme de que lo has hecho.

-¿Te marchas ya? -preguntó con cortesía-. Porque no quiero ser la culpable de retenerte.

 -¿No lo quieres?  -murmuró-.  Sí, me  voy  ya.  Los  negocios  son  una bestia que jamás duerme.

-¿Te vas solo?  -había  querido  dejarlo  con  la  burla de  despedida  de que si se marchaba en compañía de Brenda, quizá debiera dedicar un  tiempo  a  analizar  su  propia  moralidad,  pero  antes  de  poder  hacerlo, él le dedicó otra de sus sonrisas perezosas.

-Sí. ¿Por qué? ¿Pensaste que podría marcharme con la deliciosa Brenda? -movió la cabeza con pesar-. Quiere demasiadas cosas que no estoy  dispuesto  a  proporcionar  en  este  momento.  Declaraciones  de  amor,  solitarios  con  grandes  diamantes  y  en  el  horizonte  el  sonido  lejano de campanas nupciales.

-Quieres  decir  que  prefieres  ir  de  cama  en  cama  -soltó  con  desdén.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 25

Ella apartó la vista y él notó la palidez frágil de su piel y el modo vulnerable  en  que  juntaba  las  manos,  como  si  intentara  evitar  temblar como una hoja. Lo  asaltó  el  pensamiento  traidor  de  que  si  había  tenido  que  averiguar la realidad de ella de esa manera, le habría gustado haber recorrido toda la distancia, sacarle los pechos y probarlos, arrancarle el  vestido  y  exponer  cada  centímetro  de  su  desnudez.  Acalló  el  pensamiento culpable y desagradable, pero su dolo-rosa erección aún le decía lo que no quería oír.

-Te haré el favor de no ser quien aporte la prueba de tu engaño a Federico. Dejaré en tus manos romper el compromiso, de la manera que más oportuna creas.

-Eres  muy  benevolente,  pero,  ¿Cómo  sabes  que  es  eso  lo  que  quiero  hacer?  ¿O  lo  que  desea  Fede,  aunque  fueras  a  verlo  y  le  hablaras... bueno... de un beso...?

 No era lo que Pedro había esperado oír.

-Mi  hermano  puede  verse  cautivado  por  palabras  bonitas  y  un  aspecto atractivo, pero no creo que mi madre o mi abuelo adoptaran la  misma  actitud  y,  por  si  no  lo  has  notado,  mi  hermano  los  tiene  a  ambos en muy alta estima.


Paula se ruborizó.

 -De acuerdo.

 -Y que ni se te pase por la cabeza cometer un fraude.

-¿Como cuál?

 -Como  callarte  o,  peor,  exponer  planes  para  una  boda.  No funcionará.  Estaré  en  Atenas  las  próximas  semanas,  pero  en  cuanto  acabe allí, me pondré en contacto con Fede y me cercioraré de que hayas  hecho  exactamente  lo  que  te  he  dicho  que  hicieras  -fue  hacia  la puerta y la abrió antes de volverse hacia ella-. Apuesto que ahora estás deseando haber aceptado mi oferta original de desaparecer con los bolsillos llenos...

Paula palideció  pero  permaneció  en  silencio.  ¿Qué  sentido  tenía  responder?  Sólo  se  dió  cuenta  de  lo  rígidamente  tensa  que  .estaba  cuando él se fue, cerrando la puerta con sigilo a su espalda, tal como haría un amante clandestino. Luego se hundió. Apenas pudo obligarse a ir al cuarto de baño, desvestirse,  enfundarse  el  pijama  y  quitarse  el  maquillaje.  Pero  lo  hizo en piloto automático, como un robot. Sus pensamientos eran caóticos, y los peores eran sobre lo que había sentido cuando Pedro Alfonso la había tocado. Toda la percepción que había almacenado inconscientemente se había descargado sobre ella,  como  una  inundación  que  rompiera  las  paredes  frágiles  de  un  dique mal construido. Lo había deseado tanto, que su cuerpo le había parecido  estar  en  llamas,  un  fuego  desbocado  que  se  había  iniciado  en lo más hondo de su ser para extenderse hacia fuera, devorando a su paso devastador cualquier atisbo de sentido común. Bajo  el  confort  del  ligero  cobertor,  tembló  de  forma  convulsiva  en  la  habitación  a  oscuras  y  se  preguntó  por  qué  no  se  había  opuesto. La  respuesta  era  que  había  estado  desesperada  por  tocarlo  y  porque la tocara. La  aceptación  de  ese  hecho  la  llevó  a  emitir  un  gemido.  Se  sentía desnuda. Todas las defensas que había erigido a lo largo de los años habían caído de un solo golpe y del modo más terrible posible. Claro  que  se  lo  contaría  a  Federico,  pero  le  dolía  el  corazón  al  pensar que Pedro obtendría lo que se había fijado desde un principio, desvaneciéndose de su vida creyendo que era la mujer que se había inventado.  Una  cazafortunas  calculadora  que  había  atrapado  a  su  hermano  y  que  habría  llegado  hasta  el  final  si  él  no  la  hubiera  obligado a confesar. Se felicitaría por un trabajo bien hecho. Al final el sueño la dominó, pero fue un reposo inquieto. Había  decidido  que  se  lo  contaría  a  Federico al  día  siguiente,  pero,   como   cabía   esperar   después   de   los   festejos,   se   hallaba   profundamente  dormido  cuando  ella  despertó  poco  después  de  las  nueve de la mañana, y no tuvo valor para despertarlo. Además, ¿de qué serviría su confesión a esas alturas? Haría que pasara el resto de las breves vacaciones ansioso. Decidió que lo mejor era dejarlo hasta que regresaran a Inglaterra.

Tal  como  había  esperado,  la  villa  se  hallaba  rebosante  de  actividad.  La  gente  se  marchaba  y  el  vestíbulo  enorme  estaba  lleno  con todo tipo de equipaje.  Ana estaba ocupada supervisándolo todo, cerciorándose  de  que  el  transporte  que  habían  contratado  hubiera  llegado  a  tiempo.  Paula se  mezcló  entre  los  invitados,  la  mayoría  resacosos, sonrió e hizo comentarios sensatos sobre lo magnífica que había  sido  la  fiesta,  besó  mejillas  y  emitió  las  palabras  adecuadas  acerca de esperar que volvieran a verse. Por suerte, el único miembro del grupo al que no quería ver, no andaba  por  ahí.  Como  ella  no  iba  a  marcharse  ese  día,  fue  a  desayunar algo y luego se retiró al rincón más alejado del jardín con un libro y sus pensamientos.

Prohibida: Capítulo 24

-Pero no lo bastante atractivo para llevarte a su cama. ¿Qué va a suceder cuando mi hermano decida que ha llegado el momento de dejar  de  ser un  caballero?  ¿Entonces  insistirás  en  que  te ponga  la  alianza en el  dedo?  ¿De  ahí  surge  tu  recato  femenino?  ¿De la  necesidad  de  mantener  a  Fede de  puntillas,  con  la  zanahoria  colgando  ante  sus  narices,  para  tenerlo  donde  realmente  lo  quieres?  Muy inteligente. La cacería siempre es mucho más estimulante que la captura real...

Paula alzó  la  mano,  guiada  por  la  ira  y  el  pánico,  pero  en  esa  ocasión no hubo conexión con esa cara arrogante. Con destreza, él le atrapó la muñeca y no la soltó.

-Mmm. Lo hiciste una vez y en mi opinión ya fue demasiado -la acercó  un  poco  y  sintió  que  la atmósfera  cambiaba  con  velocidad  eléctrica.

La respiración de ella se aceleró y las pupilas se le dilataron. En ese instante no parecía importar si la había estado atacando o no. El cuerpo de Paula respondía al suyo, ajeno a lo que le dijera la mente. Esa certeza lo elevó en una ola poderosa. Sintió la boca seca al verse atrapado  en  un  remolino  de  deseo  similar,  porque  no  había  otra  manera  de  describir  lo  que  sentía.  La  suspicacia  y  la  curiosidad  se  fundieron en una devastadora atracción animal.

-¡Haces  que  desee  abofetearte!   -exclamó  ella   con   voz   estrangulada.

 Lo miró a la boca y de inmediato apartó la vista.

-¿Qué  más  te  impulso  a  desear  hacer,  Paula?  -murmuró  con  suavidad. 

En la  intensidad  del  momento,  Federico sólo  era  una  imagen, que desaparecía con rapidez.

-No sé a qué te refieres -tartamudeó-. Te has equivocado.

-Sabes a qué me refiero -le soltó la muñeca, pero no retrocedió.

 La envolvió en un abrazo en el que no hubo contacto físico, porque ni siquiera la rozaba, sólo se apoyaba en la pared frente a ella, sobre las palmas de las manos, con los codos doblados de forma que quedaba únicamente a unos centímetros de Paula. Sintió  que  se  ahogaba.  Pero le gustó  la  sensación.  Era  tan  intensa y cegadoramente real. Con un sobresalto, comprendió el éxito que  había  tenido  durante  años  en  aislarse  de  cualquier  contacto  significativo  con  el  sexo  opuesto.  Las  puertas  que  siempre  había  tenido abiertas al mundo, las había cerrado y sellado. Desconcertaba que  ese  hombre,  el  menos  apropiado  en  el  mundo  por  diversas  razones, hubiera logrado abrirlas. Quiso  protestar,  pero  sólo  fue  consciente  de  que  únicamente  emitía un gemido cuando él se inclinó y le cubrió la boca con la suya y alzó las manos para enmarcarle el rostro, elevándolo de modo que todo el cuerpo se arqueó para recibir ese beso. Necesitó  un  par  de  minutos,  como  mucho,  para  estar  perdida.  Todas las necesidades e impulsos que se habían secado en su interior florecieron  a  una  súbita  y  jadeante  vida.  Respondió  con  todo  su  ser  cuando la lengua de él le invadió la boca como algo que buscara ir directamente a su alma. Entonces, las  lecciones  aprendidas  y  los    años  de  autoconservación  volvieron  a  enfocarse. Y  con  ellos  la  imagen  de  Federico. Empujó  con  fuerza,  luchando  por  liberarse  y  jadeando  como  alguien privado de oxígeno. Pedro se retiró de inmediato, enfadado consigo mismo porque no había querido que terminara. Había querido que los llevara a ambos a su destino. En ese momento emergió la cara de Federico acusadora y su ira se proyectó hacia ella.

 -¿Cómo te atreves? -demandó ella.

-Es  un  poco  tarde  para  una  furia  santurrona,  ¿No  crees?  -replicó-.  Fede no  te  vale,  ¿Verdad?  ¿O  quizá  has  decidido  que  yo  soy una presa mejor? ¿Eh?

 -¡Qué palabras tan despreciables!

 -Pero  es  que  yo  soy  despreciable,  como  no  paras  de  decir.  Sin  embargo, no tanto como para que no te derritas con mi contacto -se apartó,  sabiendo  que  en  ese  momento  disponía  de  la  munición  para  hacer  lo  que  había  querido  desde  un  principio,  aportarle a  su  hermano  pruebas  suficientes  de  que  su  querida  novia  no  era  esa  preciosidad tan pura por la que evidentemente la tomaba. Sabía  que  podía  dejarlo  todo  arreglado  antes  de  regresar  a  Atenas.  Entonces,  ella  quedaría  fuera  de  la  vida  de  su  hermano  y  nunca más tendría que verla.

-Yo...

-¿Tú...? Continúa. Soy todo oídos...

 -Deberías irte ahora.

-¿Es todo lo que tienes que decir?

 -Fede volverá en cualquier momento...

-¡No  finjas  que  te  importa  algo  mi  hermano  o  lo  que  piense!  ¡Acabas de demostrar exactamente lo que te importa!

Durante  unos  segundos,  ninguno  pronunció  palabra.  El  aire  estaba denso por el remordimiento y las acusaciones y los restos de deseo que a Pedro le resultaban tan difícil de erradicar de su sistema.

Prohibida: Capítulo 23

-Estás  retrocediendo,  Paula-alargó  la  mano  y  encendió  la  lámpara del techo, y al mismo tiempo giró y se hizo a un lado.

A  regañadientes,  ella  entró  y  siguió  la  dirección  curiosa  de  su  mirada. El sofá no habría podido mostrar más indicios de ocupación. Dos  almohadas,  aún  con  la  marca  de  la  cabeza  de  Federico, cojines  sobre  la  alfombra,  y,  como  toque  final,  una  sábana  arrugada.  La  cama, por otro lado, estaba sin tocar.

-Vaya,  vaya,  vaya...  -Pedro avanzó,  recogió  los  cojines  y  los  distribuyó al azar en el sofá, luego se volvió con los brazos cruzados-. ¿Quizá una pequeña riña doméstica?

 -¿Te he dicho lo cansada que estoy?

-Varias veces.

 -Si tuvieras un gramo de decencia, aceptarías la insinuación y te marcharías.  Pero  ambos  sabemos que  la  decencia y  tú  no  son compatibles.

 -Qué curioso... -esbozó una sonrisa lobuna-. Me gustaría que me explicaras...

-No hay nada que explicar. Fede quería dormir una siesta y el sofá pareció un lugar tan bueno como cualquier otro.

-¿Incluso con  una cama  enorme  a  pocos  metros  de  distancia?  ¿Me estás diciendo que mi hermano es masoquista?

-¡No tengo nada que decirte!

 Pedro avanzó  hacia  ella  y  la  arrinconó  contra  la  pared  y  le  bloqueó la salida con un brazo.

 -No te acuestas con mi hermano, ¿Verdad?

 -¡Es  una  suposición  ridícula!  -de  hecho,  era  una  conclusión  natural.

Tuvo ganas de pegarse por no haber ordenado la habitación antes de marcharse, pero había estado tan agitada, que apenas había notado  el  desorden.  Y  tampoco  había  esperado  que  alguien  entrara  con  ella  en  el  dormitorio,  y  menos  el  hombre  que  tenía  en  ese  momento.

-He de reconocer que me estoy preguntando por qué...

-¡Fuera! -demandó Paula desesperada-. O de lo contrario...

-¿Gritarás?  ¿Me  volverás  a  abofetear?  ¿Te  dará  una  pataleta?  ¿Mi hermano no te atrae? -no supo por qué, pero eso le provocó una gran  oleada  de  bienestar.  Experimentó  la  satisfacción  de  haberla  arrinconado.   No como había imaginado en  un   principio,   pero definitivamente la había arrinconado. Y no se acostaba con Federico-. ¿Y bien? -instó.

-No voy a responder a ninguna de tus preguntas y si Fede se entera de que me estás intimidando...

 -¿Yo?  ¿Intimidándote?  No  hago  más  que  mostrar  un  interés  sano.  ¿Por  qué  mi  hermano  y  tú  comparten  una  habitación  si  ni  siquiera  dormís  juntos?  Tal  vez...  -los  ojos  le  brillaron  con  algo  oscuro-. Tal vez prefieres tentarlo con tu cuerpo... se mira pero no se toca...

 -¡Eso es repugnante!

 -¿Te lo parece?  O  quizá  -musitó,  disfrutando  con  ese  pequeño  juego de descubrimiento- el hecho de que mi hermano no te atrae te da absolutamente igual.

Paula fue consciente de los fuertes latidos de su corazón y de la fina  capa  de  transpiración  que  le  causaba  hormigueos  en  la  piel.  Nunca  antes  se  había  sentido  tan  atrapada  y  así  como  el  sentido  común  le  indicaba  que  cualquier  cosa  que  dijera  Pedro Alfonso era  simple  especulación,  no  dejaba  de  sentir  el  miedo  de  la  presa  al  ser  acechada lentamente por el depredador. Pedro no se sintió disuadido por el silencio de ella. Ya no sabía si lo motivaba la necesidad de proteger a su hermano, objetivo que tenía   al   principio,  o una necesidad  aún  más  poderosa  y  desconcertante  de  averiguar  cosas  sobre  esa  pequeña  mujer.  Le  habría  gustado  alargar  la  mano  para  rozarle  la  vena  que  traicionaba  el pulso acelerado...

-No me importa lo que pienses, Pedro.

-Claro que sí.

-¿Por qué? ¿Por qué debería importarme?

 -Puede  que  no  quieras  estar  interesada,  pero  lo  estás,  porque  soy el hermano de Fede, porque te guste o no, él no vive en el vacío. Afirmas no tener interés en el dinero de mi hermano. Si ése es el caso, entonces, ¿Por qué mantienes una relación con él cuando no te atrae?

 -Jamás  dije  que  Fede no  me  atrajera.  De  hecho,  considero  que es un hombre extremadamente atractivo.