viernes, 1 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 51

–¡No quiero ni siquiera hablar contigo! ¡De mi parte, el trato sigue en pie!

–¡No puede seguir en pie!

 –¡Me fastidia estar discutiendo todo esto! ¡Me voy adentro! –exclamó Paula.

Pedro la vió alejarse corriendo por el sendero de piedra que rodeaba la casa. Estaba desesperado. ¡Cómo odiaba que ella lo apartase así! Entonces, de pronto, escuchó a Paula gritar su nombre. Corrió hacia ella. Había tropezado con una piedra y se había caído de rodillas.

–¿Pau, estás bien?

–El costado. Me duele. ¡Oh, Pedro! ¿Le habré hecho daño al niño?

–Por supuesto que no –dijo Pedro, rogando que fuese cierto–. ¡Voy a abrir la puerta del coche, vendré enseguida! En unos segundos estuvo de nuevo a su lado.

–Pon los brazos alrededor de mi cuello –y la alzó con todas sus fuerzas y la llevó al coche–. Estás más pesada que de costumbre.

Ella no contestó nada. Tenía la cara hundida en su hombro. La dejó en el asiento de adelante. Estaba pálida. Conocía bien la ciudad como para saber cuál era el modo más rápido de llegar al hospital maternal. Al llegar a Urgencias la subieron en una silla de ruedas y la llevaron a un consultorio, desde el que llamaron a su obstetra por el un interfono. Entonces ella le dijo susurrando:

–No ha sido culpa tuya, Pedro. Mi madre siempre me decía que debía controlar mi carácter...

–Yo fui el que empezó la pelea.

–No importa lo que ocurra, no es culpa tuya –dijo ella enérgicamente tomándole la mano–. ¡Mírame, Pedro!

Pedro tenía la mirada perdida, parecía atormentado.

–Tienes que creerme. Yo sabía que esa piedra estaba floja. Llevaba tiempo pensando que tenía que pedirle a Francisco que la fijara bien.

–Jamás me perdonaré si...

–Paula, ¿Qué has hecho? –el doctor Fowler era un hombre de unos sesenta años, y tenía el aspecto del médico campechano en el que se puede confiar.

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