viernes, 8 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 5

Paula no estuvo tan segura. Dos horas más tarde, todavía tenía la  mente  en  Pedro,  en  esa  cara oscura y  sexy  que  la  miraba,  la estudiaba, tratando de meterse en su cabeza. En la oscuridad opaca, pudo distinguir la forma de Federico en el largo  y  elegante  sofá  junto  a  la  ventana,  con  el  pecho  subiendo  y  bajando  acompasadamente.  Federico jamás  vería  la  oscuridad  detrás  de  la  luz,  era  esa  clase  de  persona.  Pedro Alfonso la  perturbaba.  E  incluso  en  ese  momento,  en  el  santuario  de  la  habitación,  aún  podía  experimentar  un  escalofrío  de  aprensión  por  el  simple  hecho  de  pensar en él. Las cosas no parecieron tan malas por la mañana. Despertó  temprano,  echando  de  menos  la  comodidad  de  su  propia casa y a su hijo. Michael todavía dormía. Le dedicó una sonrisa tierna a la silueta bajo la manta. Podría haber compartido su cama, él lo  sabía,  pero  había  elegido  el  sofá  y  eso  la  había  aliviado.  El  único  cuerpo con el que estaba acostumbrada a compartir su espacio era el de su hijo de cinco años, y habría resultado incómodo tener a Federico en la cama con ella, aunque sabía que no se habría movido del lado que ocupara. Tenía un sueño apacible. Se levantó. Desde que tuvo a Jamie, el reloj de su cuerpo parecía haberse adaptado a despertarse temprano y derrumbarse en la cama a las diez. Se  acercó  a  Federico y  lo  sacudió  con  suavidad  hasta  que  entró  en un estado de embotada vigilia.

-Necesito llamar a  Rebecca  y  hablar con  Joaquín -susurró,   alisándole  el  pelo  que  sobresalía  en  todas  direcciones-.  ¿Dónde hay  un teléfono en esta casa? No quiero entrar en el dormitorio de nadie y lo mejor será que llame ahora, mientras todos duermen.

-Fuera del dormitorio... mmm... -se sentó a medias con el ceño fruncido-. Dios, hace tanto que no estoy aquí... ¿Por qué no usas mi móvil? Puedes bajar a la piscina y llamar desde allí. Sal por la puerta delantera, luego gira a la derecha y sigue un poco más. ¿Quieres que te acompañe?

-¿Y  privarte de  tu  merecido  sueño?  -sonrió-.  Ni  se  me  pasaría  por la cabeza.

Dedicó   unos   escasos  quince   minutos  a  lavarse  la  cara   y  cepillarse,  luego  se  puso  unos  vaqueros  cortados  y  una  camiseta  y  salió con el teléfono de Federico. Era  la  primera  vez  que  se  hallaba  lejos  de  su  hijo  y  lo  echaba  tanto  de  menos  como  había  imaginado,  a  pesar  de  que  sabía  que  estaría  bien  en  Inglaterra.  Por  el  día  iba  a  la  escuela  y  adoraba  a  Rebecca, quien se había instalado en su casa durante la semana para cuidar de él.  La  zona  de  la  piscina  estaba  alejada  de  la  parte  frontal  de  la  casa  y  rodeada  de  un  follaje  protector.  Se dijo que  ya  podría  admirarlo más tarde; le dio la espalda y encontró un pequeño punto privado en una silla en un lado. En ese momento, tenía que ponerse en contacto con su hijo antes de que se marchara a la escuela. Después  de  unos  minutos  de  conversación  con  Rebecca,  la  voz  de su hijo le provocó una sonrisa. Alzó las piernas y se reclinó con los ojos cerrados, para poder imaginar su carita. Sólo intervino aquí y allá, contenta de escuchar sus divagaciones infantiles.  Podía  imaginarlo  con  el  pelo  de  color  caramelo  revuelto,  con  el  uniforme  de  la  escuela,  las  piernas  delgadas  colgando  del  taburete de la cocina.

 -Te llamaré más tarde -prometió con voz trémula; respiró hondo para recobrarse-. No olvides hacerme un dibujo para cuando vuelva. Podremos ponerlo junto al del dinosaurio en el tablero.

Desde  la terraza,   Pedro observaba  en  silencio   mientras   la   llamada  llegaba  a  su  fin  y  ella  permanecía  donde  estaba,  el  rostro  suave, perdido en pensamientos propios e interiores. Apretó  los  labios  mientras  la  consideraba.  Sólo  había  una  cosa  que  pudiera  hacer  que  una  mujer  pusiera  esa  expresión,  y  era  un  hombre. Y sólo había un motivo para que hubiera salido de la casa a hora  tan  temprana  como  las  seis  y  media  de  la  mañana  para  hacer  una llamada, y era porque no podía realizarla delante de Federico. Con  los  movimientos  fluidos  y  silenciosos  de  una  pantera,  recogió la toalla del cuarto de baño y tomó la ruta más larga hacia la piscina. Paula,  aún  agradablemente  absorta  en  pensamientos  de  Joaquín,  fue  ajena  a  su  aproximación  hasta  que  él  habló  y  la  sobresaltó,  haciendo que girara aturdida.

-Lo  siento  -tartamudeó,  incorporándose  a  medias  cuando  él  se  plantó delante-. No te oí llegar.

Sintió la fuerza plena de su belleza masculina como el golpe de un  martillo  neumático.  Estaba más  bronceado  que  su  hermano  y  vibraba con un poderoso atractivo masculino del que Federico carecía. Parecía  más  imponente  con  el  sol  acentuando  sus  facciones  duras  y  fuertes  y  esos  ojos fríos e insondables  que  en  ese  momento  la  atravesaban con la misma falta de calor que la noche anterior.

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