Paula no estuvo tan segura. Dos horas más tarde, todavía tenía la mente en Pedro, en esa cara oscura y sexy que la miraba, la estudiaba, tratando de meterse en su cabeza. En la oscuridad opaca, pudo distinguir la forma de Federico en el largo y elegante sofá junto a la ventana, con el pecho subiendo y bajando acompasadamente. Federico jamás vería la oscuridad detrás de la luz, era esa clase de persona. Pedro Alfonso la perturbaba. E incluso en ese momento, en el santuario de la habitación, aún podía experimentar un escalofrío de aprensión por el simple hecho de pensar en él. Las cosas no parecieron tan malas por la mañana. Despertó temprano, echando de menos la comodidad de su propia casa y a su hijo. Michael todavía dormía. Le dedicó una sonrisa tierna a la silueta bajo la manta. Podría haber compartido su cama, él lo sabía, pero había elegido el sofá y eso la había aliviado. El único cuerpo con el que estaba acostumbrada a compartir su espacio era el de su hijo de cinco años, y habría resultado incómodo tener a Federico en la cama con ella, aunque sabía que no se habría movido del lado que ocupara. Tenía un sueño apacible. Se levantó. Desde que tuvo a Jamie, el reloj de su cuerpo parecía haberse adaptado a despertarse temprano y derrumbarse en la cama a las diez. Se acercó a Federico y lo sacudió con suavidad hasta que entró en un estado de embotada vigilia.
-Necesito llamar a Rebecca y hablar con Joaquín -susurró, alisándole el pelo que sobresalía en todas direcciones-. ¿Dónde hay un teléfono en esta casa? No quiero entrar en el dormitorio de nadie y lo mejor será que llame ahora, mientras todos duermen.
-Fuera del dormitorio... mmm... -se sentó a medias con el ceño fruncido-. Dios, hace tanto que no estoy aquí... ¿Por qué no usas mi móvil? Puedes bajar a la piscina y llamar desde allí. Sal por la puerta delantera, luego gira a la derecha y sigue un poco más. ¿Quieres que te acompañe?
-¿Y privarte de tu merecido sueño? -sonrió-. Ni se me pasaría por la cabeza.
Dedicó unos escasos quince minutos a lavarse la cara y cepillarse, luego se puso unos vaqueros cortados y una camiseta y salió con el teléfono de Federico. Era la primera vez que se hallaba lejos de su hijo y lo echaba tanto de menos como había imaginado, a pesar de que sabía que estaría bien en Inglaterra. Por el día iba a la escuela y adoraba a Rebecca, quien se había instalado en su casa durante la semana para cuidar de él. La zona de la piscina estaba alejada de la parte frontal de la casa y rodeada de un follaje protector. Se dijo que ya podría admirarlo más tarde; le dio la espalda y encontró un pequeño punto privado en una silla en un lado. En ese momento, tenía que ponerse en contacto con su hijo antes de que se marchara a la escuela. Después de unos minutos de conversación con Rebecca, la voz de su hijo le provocó una sonrisa. Alzó las piernas y se reclinó con los ojos cerrados, para poder imaginar su carita. Sólo intervino aquí y allá, contenta de escuchar sus divagaciones infantiles. Podía imaginarlo con el pelo de color caramelo revuelto, con el uniforme de la escuela, las piernas delgadas colgando del taburete de la cocina.
-Te llamaré más tarde -prometió con voz trémula; respiró hondo para recobrarse-. No olvides hacerme un dibujo para cuando vuelva. Podremos ponerlo junto al del dinosaurio en el tablero.
Desde la terraza, Pedro observaba en silencio mientras la llamada llegaba a su fin y ella permanecía donde estaba, el rostro suave, perdido en pensamientos propios e interiores. Apretó los labios mientras la consideraba. Sólo había una cosa que pudiera hacer que una mujer pusiera esa expresión, y era un hombre. Y sólo había un motivo para que hubiera salido de la casa a hora tan temprana como las seis y media de la mañana para hacer una llamada, y era porque no podía realizarla delante de Federico. Con los movimientos fluidos y silenciosos de una pantera, recogió la toalla del cuarto de baño y tomó la ruta más larga hacia la piscina. Paula, aún agradablemente absorta en pensamientos de Joaquín, fue ajena a su aproximación hasta que él habló y la sobresaltó, haciendo que girara aturdida.
-Lo siento -tartamudeó, incorporándose a medias cuando él se plantó delante-. No te oí llegar.
Sintió la fuerza plena de su belleza masculina como el golpe de un martillo neumático. Estaba más bronceado que su hermano y vibraba con un poderoso atractivo masculino del que Federico carecía. Parecía más imponente con el sol acentuando sus facciones duras y fuertes y esos ojos fríos e insondables que en ese momento la atravesaban con la misma falta de calor que la noche anterior.
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