-Las mujeres se relacionan con hombres que no tienen un horario habitual de trabajo...
-No hablo de las mujeres como pertenecientes a la especie en general. Hablo de tí.
Paula bebió champán y sintió el cosquilleo de las burbujas al bajarle por la garganta. El alcohol le dio vida a su rostro. El instinto le decía que se alejara de Pedro. No había nada que pudiera decirle que no tuviera como último objetivo mellarle la armadura. La quería fuera de la vida de Federico y lejos de la posibilidad de que pudiera ponerle las manos encima a los millones de los Toyas. La ponía enferma pensar en ello. Pero algo en él hizo que se quedara. Las dos copas de champán con el estómago vacío tampoco ayudaron.
-La gente necesita su propio espacio -se encogió de hombros-. Te da la oportunidad de dar un paso atrás y mostrarte objetiva con la persona con la que estás relacionada.
Pedro jugó con el champán en la copa, pero sin quitarle en ningún momento los ojos de encima.
-¿Y crees que eso es bueno?
-Claro que sí. Significa que no terminas por convertirte en una tonta y en confiar en alguien que no es merecedor de esa confianza -se contuvo y logró esbozar una sonrisa tensa-. Hablando en general, por supuesto.
-¿Quién fue él?
-No sé de qué hablas -el sonido de las voces y de las risas pareció muy lejano, simple ruido de fondo.
-Claro que sí -musitó él, con un simple deje de sorpresa ante el deseo de ella de querer negar la verdad.
En la penumbra, él era todo sombras y ángulos. Su masculinidad lo rodeaba como un campo de fuerza, pero no parecía amenazadora. Parecía... Paula tembló.
-¿Y bien? -insistió Pedro-. ¿Quién era? Desde luego, no hablas de Federico. Entonces, ¿De quién estás hablando? -bebió un poco más de champán y la observó como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Sujetó con fuerza el pie de la copa, porque durante un momento loco, quiso alargar la mano y tocarle el pelo, sólo para comprobar que su tacto era igual que su visión.
-Oh, alguien a quien conocí. Resultó que no era la persona que yo creía que era -soltó una risa breve.
El momento fugaz de querer tocarle el cabello se transformó en un impulso violento de matar a quienquiera que le hubiera causado esa desilusión. Contuvo con férrea voluntad el camino que empezaban a tomar sus pensamientos. Pero aún quería saber... Experimentó una punzada de irritación cuando Federico se acercó hasta ellos y pasó un brazo por los hombros de Paula para pegarla a él.
-¿No es la más guapa del baile? -le preguntó a su hermano-. A propósito, mamá quiere que conozcas a tu futura prometida, Brenda Papaeliou -sonrió con gesto travieso y alzó la copa-. Puedes correr, hermano, pero no puedes esconderte.
Pedro trató de sonreír, pero deseó que su hermano se largara para poder terminar la conversación. Era una locura el modo en que la percibía con cada fibra de su cuerpo.
-Brenda Papaeliou... sí, creo que mencionó el nombre antes...
-Justo tu tipo, Pedro. Una mata tupida de pelo oscuro, curvas y un vestido que deja poco a la imaginación. Me sorprende que mamá no te haya localizado ya para presentártela.
A Paula no le extrañó que esa mujer fuera su tipo. El tipo exuberante de cuerpo y pobre de mente. Entonces se sonrojó por lo poco caritativa que era con alguien a quien jamás había visto.
-No tengo un tipo de mujer -corrigió Pedro con irritación.
-¡Claro que sí! -Federico se hallaba en su elemento. Cuando se relajaba, se relajaba con estilo-. ¿Recuerdas la chica que trajiste a casa cuando tenías diecisiete años? -miró a Paula y le susurró lo bastante alto como para que Pedro los oyera-: Se llamaba Romina, una verdadera belleza de pelo oscuro. Pedro la llevó a casa para presentarla y se sorprendió mucho cuando todo el mundo objetó que tuviera treinta años. ¡Le había dicho que tenía diecinueve! ¡La verdad se supo cuando cometió el desliz de decir que tenía un hijo!
-Parecía más joven de la edad que tenía -comentó Pedro.
-Luego estuvo Nadia. La hermosa Nadia. Una morena con curvas. ¡El problema es que tenía el cerebro de un guisante!
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