-Si tuviera la elección de un techo sobre mi cabeza y comida en mi estómago, y el precio fuera ser cortés con unos turistas durante unos pocos meses al año, sé qué elegiría.
-Ah, una mujer pragmática. Y yo que pensaba que en el fondo todas las mujeres eran unas románticas. Supongo que vagar con tus padres puede haber dado como resultado no recibir una dosis lo suficientemente amplia de realismo como para extinguir la idea del romanticismo.
Paula apartó la vista del impresionante paisaje para mirarlo. «Recuerda que tienes que ser agradable, amigable y abierta», se dijo.
-Quizá, aunque he de decir que tuve una gran dosis de realismo en la forma de casas temporales y vecindarios peligrosos. No, miento, nunca nos quedamos cerca de algún sitio peligroso. Wolf y River preferían los pueblos a las ciudades.
-¿ Wolf y River?
Paula no había querido decir eso. Ni siquiera Federico estaba al tanto de los nombres estúpidos con que se habían llamado sus padres. Clavó la vista al frente, el mentón alzado y sin decir una palabra.
-¿Tus padres se llamaban Wolf y River? -miró el obstinado perfil.
Era una cazafortunas algo más compleja. Probablemente, por eso había tenido éxito con Michael, quien jamás había favorecido lo obvio.
-Explicaban que necesitaban nombres que encajaran con las personas que eran. Por supuesto, yo seguí llamándolos mamá y papá.
-Apuesto que les encantaba.
-Aceptaban que yo era... no como ellos. En todo caso, todo eso es muy aburrido. Cuéntame algo de la isla. Has dicho que es volcánica. ¿No es peligroso?
Los ojos de Pedro se desviaron fugazmente hacia esos muslos esbeltos, expuestos con generosidad gracias a la falda corta que se había subido, y trató de centrarse en la misión que lo ocupaba en ese momento.
-¿Tenías tú un apodo? ¿Debería decir un nombre de libertad? -Stream -repuso con parquedad-. Hice que me prometieran que jamás me llamarían por él en público. ¿Me hablabas del peligro del volcán? -Supongo que podría haber sido un poco embarazoso delante de tus amigos.
Experimentó el súbito recuerdo de estar esperando que fueran a recogerla al colegio y la vergüenza que la invadió cuando llegaron y la llamaron por su apodo. Su breve estancia en esa escuela en particular no había sido de las más felices. Pero lo más asombroso fue que se sintió tentada de confesarle ese recuerdo al hombre que tenía sentado al lado. Por suerte, se contuvo a tiempo y realizó un comentario inocuo sobre la isla, sintiéndose aliviada cuando él le siguió la corriente. Le informó de que la enorme erupción acaecida unos tres mil seiscientos años atrás había producido tsunamis que habían llegado incluso hasta Turquía. El corolario de esa convulsión había sido la formación de cráteres nuevos.
-Están inactivos -añadió-. Pero bajo constante vigilancia.
-Eso es tranquilizador -ironizó. -Ahora voy a llevarte a dar un paseo. Luego iremos de compras.
Éste resultó ser un imponente descenso en teleférico desde la capital hasta el puerto antiguo. Paula se dió cuenta de que se agarraba al brazo de Pedro a medida que el teleférico pasaba por encima del borde del volcán, con sus corrientes de lava solidificada y formaciones rocosas. No fue capaz de obligarse a mirar en varios puntos y enterró la cara en su hombro, sin importarle en absoluto poder sentir la vibración de la risa contenida. Cuando llegaron abajo, prácticamente temblaba.
-Sádico -acusó, saliendo sobre piernas temblorosas.
-Cobarde -replicó él, con piernas perfectamente firmes.
-Podrías habérmelo advertido -musitó-. Y no es gracioso.
-No. Y sí, debería habértelo advertido -por primera vez se preguntó si se habría equivocado en el juicio que había hecho sobre ella. De ser así, sería la primera vez, pero no por ello imposible-. Te prometí que iríamos de compras -añadió, aguardando el inevitable rechazo, que no tardó en llegar.
-No soy aficionada a ir de compras -la verdad era que quería comprar un par de cosas para Joaquín, pero eso quedaba descartado con la vigilancia a que la sometía Pedro.
-En ese caso, puedes mirar los escaparates mientras yo hago las compras.
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