lunes, 11 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 6

-Nunca  he  desarrollado  el  hábito  de  dormir  hasta  tarde  -indicó  Pedro-, ni siquiera cuando no trabajo. Y veo que tú tampoco. No pude evitar notar que llamabas por teléfono.

 -¿Quieres decir  que  me  espiabas?  -preguntó  ella,  cuestionándose el   tiempo   que   llevaría   allí   sin   hacer   visible   su   presencia. 

¿Habría  escuchado  la  conversación?  Federico y  ella  habían  acordado  que  todavía  no  mencionarían  la  existencia  de  Joaquín.  Él  había  dicho  que  lo  mejor  era  ir  paso  a  paso,  y  el  primero  era  pre-sentarla a la familia.

 -Qué comentario tan extraño -especuló Pedro.

La noche anterior había parecido joven y vulnerable, y aún lo parecía en ese momento. Joven, vulnerable y cien por cien natural. Ingredientes vitales cuando se  trataba  de  atrapar  a  un  hombre,  porque,  ¿qué  hombre  era  capaz  de resistir el encanto de lo inmaculado?

-¿Por qué imaginarías que te espiaba?  -replicó-.  Desde  luego,  eso  implicaría  que  pensaba  que  tenías algo que ocultar. Y no lo tienes, ¿Verdad...?

Paula sintió  que  el  color  se  extendía  por  sus  mejillas.  Estaba sentada erguida; se miraban a los ojos y abrió la boca para descartar ese  comentario  con  una  risa,  pero  de  ella  no  salió  nada  durante  lo  que le pareció un tiempo muy prolongado. «Algo que ocultar». «¿Por dónde empiezo?», podría haberle preguntado. La idea de que pudiera averiguar algo, le puso la piel de gallina.

-Debería volver dentro -respondió al final, poniéndose de pie con rodillas trémulas.

-¿Por  qué?  Nadie  va  a  levantarse  hasta  dentro  de  una  hora,  como  mínimo.  Yo  voy  a  nadar  un  rato.  ¿Por  qué  no  te  unes  a  mí?  -tuvo  ganas  de  pegarse.

 Para  la  captura,  la  primera  regla  era  no  asustar  a  la  presa.  Y  lo  primero  que  había  hecho  era  agobiarla  con  acusaciones.

-¿Unirme  a  tí?  -preguntó,  pasmada-.  No,  eres  muy  amable  al  invitarme,  pero  te  dejaré  en  paz...  -retrocedió  un  par  de  pasos,  y  entonces  él  sonrió. 

Fue  una  sonrisa  de  un  encanto  tan  devastador,  que a punto estuvo de hacer que trastabillara.

 -Soy  un  hombre  al  que  le  cuesta  estar  en  paz  -murmuró  con  persuasión-. Es muy triste, ¿No crees?

 -Sí; de hecho, sí lo es -respondió casi sin aliento, y él frunció el ceño.

-¿Por qué?

-He de irme.

 -No  puedes.  Sería  una  crueldad  que  me  llamaras  triste  y  luego  huyeras sin molestarte en explayarte.

-Oh, no, no pretendía... lo que quería decir...

-Ve a  ponerte  el  bañador.  Podemos  terminar  esta  conversación  en  la  piscina.  ¿O  te  sentirías  mejor  sentada  en  el  borde  del  agua  mientras yo nado? ¿Mmmm?

 -¡Sí! Quiero decir... ¡no!

-Además -continuó Pedro con lentitud-, a Fede le gustaría que llegáramos a conocernos mejor, estoy seguro. Puede que no hayamos crecido juntos en el estilo normal de una familia, ya que a mí me enviaron a un internado con trece años, pero seguimos  estando muy unidos.  Se sentiría   consternado si   pensara que yo...  te he  intimidado...

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