-Nunca he desarrollado el hábito de dormir hasta tarde -indicó Pedro-, ni siquiera cuando no trabajo. Y veo que tú tampoco. No pude evitar notar que llamabas por teléfono.
-¿Quieres decir que me espiabas? -preguntó ella, cuestionándose el tiempo que llevaría allí sin hacer visible su presencia.
¿Habría escuchado la conversación? Federico y ella habían acordado que todavía no mencionarían la existencia de Joaquín. Él había dicho que lo mejor era ir paso a paso, y el primero era pre-sentarla a la familia.
-Qué comentario tan extraño -especuló Pedro.
La noche anterior había parecido joven y vulnerable, y aún lo parecía en ese momento. Joven, vulnerable y cien por cien natural. Ingredientes vitales cuando se trataba de atrapar a un hombre, porque, ¿qué hombre era capaz de resistir el encanto de lo inmaculado?
-¿Por qué imaginarías que te espiaba? -replicó-. Desde luego, eso implicaría que pensaba que tenías algo que ocultar. Y no lo tienes, ¿Verdad...?
Paula sintió que el color se extendía por sus mejillas. Estaba sentada erguida; se miraban a los ojos y abrió la boca para descartar ese comentario con una risa, pero de ella no salió nada durante lo que le pareció un tiempo muy prolongado. «Algo que ocultar». «¿Por dónde empiezo?», podría haberle preguntado. La idea de que pudiera averiguar algo, le puso la piel de gallina.
-Debería volver dentro -respondió al final, poniéndose de pie con rodillas trémulas.
-¿Por qué? Nadie va a levantarse hasta dentro de una hora, como mínimo. Yo voy a nadar un rato. ¿Por qué no te unes a mí? -tuvo ganas de pegarse.
Para la captura, la primera regla era no asustar a la presa. Y lo primero que había hecho era agobiarla con acusaciones.
-¿Unirme a tí? -preguntó, pasmada-. No, eres muy amable al invitarme, pero te dejaré en paz... -retrocedió un par de pasos, y entonces él sonrió.
Fue una sonrisa de un encanto tan devastador, que a punto estuvo de hacer que trastabillara.
-Soy un hombre al que le cuesta estar en paz -murmuró con persuasión-. Es muy triste, ¿No crees?
-Sí; de hecho, sí lo es -respondió casi sin aliento, y él frunció el ceño.
-¿Por qué?
-He de irme.
-No puedes. Sería una crueldad que me llamaras triste y luego huyeras sin molestarte en explayarte.
-Oh, no, no pretendía... lo que quería decir...
-Ve a ponerte el bañador. Podemos terminar esta conversación en la piscina. ¿O te sentirías mejor sentada en el borde del agua mientras yo nado? ¿Mmmm?
-¡Sí! Quiero decir... ¡no!
-Además -continuó Pedro con lentitud-, a Fede le gustaría que llegáramos a conocernos mejor, estoy seguro. Puede que no hayamos crecido juntos en el estilo normal de una familia, ya que a mí me enviaron a un internado con trece años, pero seguimos estando muy unidos. Se sentiría consternado si pensara que yo... te he intimidado...
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