-Estás retrocediendo, Paula-alargó la mano y encendió la lámpara del techo, y al mismo tiempo giró y se hizo a un lado.
A regañadientes, ella entró y siguió la dirección curiosa de su mirada. El sofá no habría podido mostrar más indicios de ocupación. Dos almohadas, aún con la marca de la cabeza de Federico, cojines sobre la alfombra, y, como toque final, una sábana arrugada. La cama, por otro lado, estaba sin tocar.
-Vaya, vaya, vaya... -Pedro avanzó, recogió los cojines y los distribuyó al azar en el sofá, luego se volvió con los brazos cruzados-. ¿Quizá una pequeña riña doméstica?
-¿Te he dicho lo cansada que estoy?
-Varias veces.
-Si tuvieras un gramo de decencia, aceptarías la insinuación y te marcharías. Pero ambos sabemos que la decencia y tú no son compatibles.
-Qué curioso... -esbozó una sonrisa lobuna-. Me gustaría que me explicaras...
-No hay nada que explicar. Fede quería dormir una siesta y el sofá pareció un lugar tan bueno como cualquier otro.
-¿Incluso con una cama enorme a pocos metros de distancia? ¿Me estás diciendo que mi hermano es masoquista?
-¡No tengo nada que decirte!
Pedro avanzó hacia ella y la arrinconó contra la pared y le bloqueó la salida con un brazo.
-No te acuestas con mi hermano, ¿Verdad?
-¡Es una suposición ridícula! -de hecho, era una conclusión natural.
Tuvo ganas de pegarse por no haber ordenado la habitación antes de marcharse, pero había estado tan agitada, que apenas había notado el desorden. Y tampoco había esperado que alguien entrara con ella en el dormitorio, y menos el hombre que tenía en ese momento.
-He de reconocer que me estoy preguntando por qué...
-¡Fuera! -demandó Paula desesperada-. O de lo contrario...
-¿Gritarás? ¿Me volverás a abofetear? ¿Te dará una pataleta? ¿Mi hermano no te atrae? -no supo por qué, pero eso le provocó una gran oleada de bienestar. Experimentó la satisfacción de haberla arrinconado. No como había imaginado en un principio, pero definitivamente la había arrinconado. Y no se acostaba con Federico-. ¿Y bien? -instó.
-No voy a responder a ninguna de tus preguntas y si Fede se entera de que me estás intimidando...
-¿Yo? ¿Intimidándote? No hago más que mostrar un interés sano. ¿Por qué mi hermano y tú comparten una habitación si ni siquiera dormís juntos? Tal vez... -los ojos le brillaron con algo oscuro-. Tal vez prefieres tentarlo con tu cuerpo... se mira pero no se toca...
-¡Eso es repugnante!
-¿Te lo parece? O quizá -musitó, disfrutando con ese pequeño juego de descubrimiento- el hecho de que mi hermano no te atrae te da absolutamente igual.
Paula fue consciente de los fuertes latidos de su corazón y de la fina capa de transpiración que le causaba hormigueos en la piel. Nunca antes se había sentido tan atrapada y así como el sentido común le indicaba que cualquier cosa que dijera Pedro Alfonso era simple especulación, no dejaba de sentir el miedo de la presa al ser acechada lentamente por el depredador. Pedro no se sintió disuadido por el silencio de ella. Ya no sabía si lo motivaba la necesidad de proteger a su hermano, objetivo que tenía al principio, o una necesidad aún más poderosa y desconcertante de averiguar cosas sobre esa pequeña mujer. Le habría gustado alargar la mano para rozarle la vena que traicionaba el pulso acelerado...
-No me importa lo que pienses, Pedro.
-Claro que sí.
-¿Por qué? ¿Por qué debería importarme?
-Puede que no quieras estar interesada, pero lo estás, porque soy el hermano de Fede, porque te guste o no, él no vive en el vacío. Afirmas no tener interés en el dinero de mi hermano. Si ése es el caso, entonces, ¿Por qué mantienes una relación con él cuando no te atrae?
-Jamás dije que Fede no me atrajera. De hecho, considero que es un hombre extremadamente atractivo.
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