lunes, 18 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 23

-Estás  retrocediendo,  Paula-alargó  la  mano  y  encendió  la  lámpara del techo, y al mismo tiempo giró y se hizo a un lado.

A  regañadientes,  ella  entró  y  siguió  la  dirección  curiosa  de  su  mirada. El sofá no habría podido mostrar más indicios de ocupación. Dos  almohadas,  aún  con  la  marca  de  la  cabeza  de  Federico, cojines  sobre  la  alfombra,  y,  como  toque  final,  una  sábana  arrugada.  La  cama, por otro lado, estaba sin tocar.

-Vaya,  vaya,  vaya...  -Pedro avanzó,  recogió  los  cojines  y  los  distribuyó al azar en el sofá, luego se volvió con los brazos cruzados-. ¿Quizá una pequeña riña doméstica?

 -¿Te he dicho lo cansada que estoy?

-Varias veces.

 -Si tuvieras un gramo de decencia, aceptarías la insinuación y te marcharías.  Pero  ambos  sabemos que  la  decencia y  tú  no  son compatibles.

 -Qué curioso... -esbozó una sonrisa lobuna-. Me gustaría que me explicaras...

-No hay nada que explicar. Fede quería dormir una siesta y el sofá pareció un lugar tan bueno como cualquier otro.

-¿Incluso con  una cama  enorme  a  pocos  metros  de  distancia?  ¿Me estás diciendo que mi hermano es masoquista?

-¡No tengo nada que decirte!

 Pedro avanzó  hacia  ella  y  la  arrinconó  contra  la  pared  y  le  bloqueó la salida con un brazo.

 -No te acuestas con mi hermano, ¿Verdad?

 -¡Es  una  suposición  ridícula!  -de  hecho,  era  una  conclusión  natural.

Tuvo ganas de pegarse por no haber ordenado la habitación antes de marcharse, pero había estado tan agitada, que apenas había notado  el  desorden.  Y  tampoco  había  esperado  que  alguien  entrara  con  ella  en  el  dormitorio,  y  menos  el  hombre  que  tenía  en  ese  momento.

-He de reconocer que me estoy preguntando por qué...

-¡Fuera! -demandó Paula desesperada-. O de lo contrario...

-¿Gritarás?  ¿Me  volverás  a  abofetear?  ¿Te  dará  una  pataleta?  ¿Mi hermano no te atrae? -no supo por qué, pero eso le provocó una gran  oleada  de  bienestar.  Experimentó  la  satisfacción  de  haberla  arrinconado.   No como había imaginado en  un   principio,   pero definitivamente la había arrinconado. Y no se acostaba con Federico-. ¿Y bien? -instó.

-No voy a responder a ninguna de tus preguntas y si Fede se entera de que me estás intimidando...

 -¿Yo?  ¿Intimidándote?  No  hago  más  que  mostrar  un  interés  sano.  ¿Por  qué  mi  hermano  y  tú  comparten  una  habitación  si  ni  siquiera  dormís  juntos?  Tal  vez...  -los  ojos  le  brillaron  con  algo  oscuro-. Tal vez prefieres tentarlo con tu cuerpo... se mira pero no se toca...

 -¡Eso es repugnante!

 -¿Te lo parece?  O  quizá  -musitó,  disfrutando  con  ese  pequeño  juego de descubrimiento- el hecho de que mi hermano no te atrae te da absolutamente igual.

Paula fue consciente de los fuertes latidos de su corazón y de la fina  capa  de  transpiración  que  le  causaba  hormigueos  en  la  piel.  Nunca  antes  se  había  sentido  tan  atrapada  y  así  como  el  sentido  común  le  indicaba  que  cualquier  cosa  que  dijera  Pedro Alfonso era  simple  especulación,  no  dejaba  de  sentir  el  miedo  de  la  presa  al  ser  acechada lentamente por el depredador. Pedro no se sintió disuadido por el silencio de ella. Ya no sabía si lo motivaba la necesidad de proteger a su hermano, objetivo que tenía   al   principio,  o una necesidad  aún  más  poderosa  y  desconcertante  de  averiguar  cosas  sobre  esa  pequeña  mujer.  Le  habría  gustado  alargar  la  mano  para  rozarle  la  vena  que  traicionaba  el pulso acelerado...

-No me importa lo que pienses, Pedro.

-Claro que sí.

-¿Por qué? ¿Por qué debería importarme?

 -Puede  que  no  quieras  estar  interesada,  pero  lo  estás,  porque  soy el hermano de Fede, porque te guste o no, él no vive en el vacío. Afirmas no tener interés en el dinero de mi hermano. Si ése es el caso, entonces, ¿Por qué mantienes una relación con él cuando no te atrae?

 -Jamás  dije  que  Fede no  me  atrajera.  De  hecho,  considero  que es un hombre extremadamente atractivo.

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