viernes, 1 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 53

Sin poder evitarlo, dijo Paula:

–¡Eres tan diferente a Pablo! ¡Cuando nos separamos, yo tenía una sensación tan grande de fracaso! Si yo hubiera sido lo suficientemente mujer para él, no se habría ido con otras... ¿No? Él me decía que yo no era buena en la cama, y que no valía mucho. Y lo peor es que terminé creyéndomelo –ella tragó saliva–. Tú no haces eso, Pedro.

Era la primera vez que daba tanta información sobre su marido.

–¿Crees que no me di cuenta de ello el primer día que hicimos el amor? –preguntó Pedro amablemente.

–¿Quieres decir que era tan obvio?

–Era obvio que no me querías cerca de tí. Como me dí cuenta de que no me rechazabas, pensé enseguida que la culpa era de Pablo.

–Terminé odiando hacer el amor con él. Pero sentía que debía hacerlo... Estábamos casados, después de todo.

–¿Era violento, te trataba mal?

Ella contestó con tristeza:

–Se casó conmigo por mi dinero. Tardé mucho en darme cuenta, porque estaba muy enamorada de él, y no veía la realidad. Es escultor, un muy buen escultor, pero cuando lo conocí era estudiante, y no tenía nada de dinero. Yo tenía el seguro de vida de mi padre, y una tía mayor con dinero, así que pienso que Pablo se interesó por mí por eso. Aunque siempre me dijo que me amaba, todo el tiempo, y tal vez fuera cierto... Nunca lo sabré. Pero era el dinero lo que le interesaba.

–¿Por qué te divorciaste? –preguntó Pedro, tratando de quitar pasión a su tono de voz.

–No podía soportar que estuviese con otras mujeres... Es una historia poco original. Pero me marcó para toda la vida.

–¿Cuánto hace que no lo ves?

–Después de enterarme de lo de Tamara. Con ese nombre tenía que ser así, ¿No? Y me echaba las culpas a mí de que él se hubiera liado con ella, y de la historia con Micaela, y con Aldana, después.

–¿Entonces qué hiciste?

–Finalmente me fui. Dejé de pagar las cuentas y me marché. Y me metí a trabajar en la agencia de viajes. Luego murió mi tía. Y, ¡Oh, sorpresa! Pablo apareció lleno de arrepentimiento, y con un ramo de rosas. Desde entonces, las odio. Son artificiales como él. Lo dejé entrar, como una idiota. No lo sé. Tal vez lo amase todavía. Sé que no me casé con la idea de divorciarme, eso sí –paula jugó con un hilo suelto de la sábana.

Luego siguió hablando:

–Tuvimos una pelea, una pelea fuerte, en la que finalmente le dije todo lo que pensaba, y me había guardado durante años. Y entonces le dejé claro que no estaba dispuesta a dejarlo meterse en mi vida, ygastarse mi dinero porque le diera la gana. Perdió el control y me pegó. Entonces apareció la vecina golpeando la puerta. Y el estudiante que vivía al otro lado del pasillo, que resultó campeón de lucha libre, se despertó con los gritos y también fue a ver qué pasaba... Toda una escena...

–Me alegro de que tuvieras buenos vecinos –dijo él.

–Pero Pablo no quería irse. Al final, Diego, el luchador, tuvo que convencerlo por el método más básico. Vendí el negocio poco después, y el otoño siguiente me mudé a Ontario, para seguir el curso de horticultura. Mientras, Pablo se casaba con una viuda de Boston, que coincidía con él en que era un escultor genial y así terminé la historia.

Pedro no estaba seguro de que la historia hubiese terminado. Si hubiera terminado, Paula no le habría propuesto el trato. Pero no era el momento de discutirlo. Había habido demasiadas emociones en pocas horas.

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