miércoles, 20 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 27

-Tú  lo  llamas  así  -repuso  Pedro con  humor-.  Yo  lo  llamo  tratar  honestamente con los miembros del sexo opuesto. No hago promesas que no tengo intención de cumplir -a ese ritmo, se perdería la reunión que  tenía  programada  para  esa  tarde-.  ¿Por  qué  te  interesa?  -inquirió-. ¿Estás celosa?

 -¿Celosa? -lanzó indignada-. ¡De verdad que eres el ser humano más arrogante y egoísta que he conocido!

 -Pero no has contestado la pregunta...

La boca suave y entreabierta era una invitación que le resultaba incapaz de  resistir  y  en  esa  ocasión  sin  culpabilidad.  No se estaba  acostando  con  Federico.  Lo  estaba  utilizando.  Que  no  lo  hubiera  reconocido abiertamente era una simple cuestión técnica. Cerró la breve distancia que los separaba y le cubrió la boca con la suya. Volvió a sentir esa confusión mezclada con furia y deseo que había  estado  en  ella  cuando  la  había  besado  la  noche  anterior.  El  conocimiento de que lo deseaba a pesar de odiarse por ello fue como una descarga de adrenalina.  Experimentó  su  dura  y  palpitante  erección  presionada  contra  la  cremallera  y  continuó  saqueándole  la  boca.  El beneplácito llegó  cuando  ella  le  rodeó  el  cuello  con  los  brazos  y  cuando  él  deslizó  la  mano  por  debajo  del  top  sólo  encontró  un  gemido  de  entrega.  No  llevaba sujetador. No sabía cómo su hermano podía ocupar el mismo espacio  que  esa  mujer  y  mantener  las  manos  quietas.  Tenía  que  verla.  Que  la  reunión  esperara.  Los  ejecutivos  se  molestarían  pero aguardarían,  porque  era  demasiado  poderoso  para  que  lo  dejaran  plantado. Alzó el top y se excitó. Las areolas eran grandes círculos rosados y los pezones sobresalían orgullosos, rígidos y erectos, pidiéndole que se  introdujera  uno  en  la  boca  para  succionarlo,  probarlo,  para  oír  la  respuesta febril.  Paula se  retorció  cuando  le  succionó  un  pezón  al  tiempo  que  le  acariciaba el otro pecho con una mano. La provocó, la tentó, se llevó el  capullo  excitado  a  la  boca,  enviando  todos  sus  pensamientos  en  caída libre. Nunca en la vida se había sentido de esa manera. Los  dedos  de  ella se  enredaron  en  su  pelo  y  tiró  de  él  hacia  abajo, no deseando que frenara las exploraciones ardientes. Pero en el momento en que la mano de él bajó para reclamar ese  único  lugar  que  en  ese  momento  estaba  húmedo  por  el  deseo,  fue cuando la realidad atravesó las barreras de su mente encendida y trató de bajar el top con una mano y empujarlo con la otra.

-¡No! -se irguió y lo miró con ojos conmocionados. 

El top había vuelto a su sitio, pero los pezones aún le palpitaban del asalto al que los había sometido con la boca. El cuerpo entero le temblaba. Pedro necesitó  unos  segundos  para  asimilar  la  distancia  que  se  había  establecido  entre  ellos  y  sólo  unos  pocos  más  para  darse  cuenta  de  lo  descontrolado que había  estado.  Aturdido,  se  preguntó  qué  diablos  había  pasado.  Se  irguió  también,  consciente de  su  erección  que  todavía  clamaba  satisfacción.  Ahí  estaba  ella,  el  rostro  sonrojado y con expresión consternada. ¿Es que se había vuelto loco?

-Un  pequeño  recordatorio  -dijo,  agradecido  de  que  la  voz  no  traicionara  lo  que   sentía-   de  por  qué   necesitas  romper  tu  compromiso.

Giró  en  redondo  y  se  alejó.  Paula observó  la  espalda  y  se  preguntó  cómo,  después  de  sufrir  todo  tipo  de  mortificaciones  la  noche  anterior,  había  permitido  que  le  hiciera  otra  vez  lo  mismo.  Cuando al final se puso de pie, segura en el conocimiento de que ya se había marchado, descubrió que aún temblaba. Una y otra vez se repitió que se había ido para siempre y le dió las gracias a Dios por ello.

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