-Tú lo llamas así -repuso Pedro con humor-. Yo lo llamo tratar honestamente con los miembros del sexo opuesto. No hago promesas que no tengo intención de cumplir -a ese ritmo, se perdería la reunión que tenía programada para esa tarde-. ¿Por qué te interesa? -inquirió-. ¿Estás celosa?
-¿Celosa? -lanzó indignada-. ¡De verdad que eres el ser humano más arrogante y egoísta que he conocido!
-Pero no has contestado la pregunta...
La boca suave y entreabierta era una invitación que le resultaba incapaz de resistir y en esa ocasión sin culpabilidad. No se estaba acostando con Federico. Lo estaba utilizando. Que no lo hubiera reconocido abiertamente era una simple cuestión técnica. Cerró la breve distancia que los separaba y le cubrió la boca con la suya. Volvió a sentir esa confusión mezclada con furia y deseo que había estado en ella cuando la había besado la noche anterior. El conocimiento de que lo deseaba a pesar de odiarse por ello fue como una descarga de adrenalina. Experimentó su dura y palpitante erección presionada contra la cremallera y continuó saqueándole la boca. El beneplácito llegó cuando ella le rodeó el cuello con los brazos y cuando él deslizó la mano por debajo del top sólo encontró un gemido de entrega. No llevaba sujetador. No sabía cómo su hermano podía ocupar el mismo espacio que esa mujer y mantener las manos quietas. Tenía que verla. Que la reunión esperara. Los ejecutivos se molestarían pero aguardarían, porque era demasiado poderoso para que lo dejaran plantado. Alzó el top y se excitó. Las areolas eran grandes círculos rosados y los pezones sobresalían orgullosos, rígidos y erectos, pidiéndole que se introdujera uno en la boca para succionarlo, probarlo, para oír la respuesta febril. Paula se retorció cuando le succionó un pezón al tiempo que le acariciaba el otro pecho con una mano. La provocó, la tentó, se llevó el capullo excitado a la boca, enviando todos sus pensamientos en caída libre. Nunca en la vida se había sentido de esa manera. Los dedos de ella se enredaron en su pelo y tiró de él hacia abajo, no deseando que frenara las exploraciones ardientes. Pero en el momento en que la mano de él bajó para reclamar ese único lugar que en ese momento estaba húmedo por el deseo, fue cuando la realidad atravesó las barreras de su mente encendida y trató de bajar el top con una mano y empujarlo con la otra.
-¡No! -se irguió y lo miró con ojos conmocionados.
El top había vuelto a su sitio, pero los pezones aún le palpitaban del asalto al que los había sometido con la boca. El cuerpo entero le temblaba. Pedro necesitó unos segundos para asimilar la distancia que se había establecido entre ellos y sólo unos pocos más para darse cuenta de lo descontrolado que había estado. Aturdido, se preguntó qué diablos había pasado. Se irguió también, consciente de su erección que todavía clamaba satisfacción. Ahí estaba ella, el rostro sonrojado y con expresión consternada. ¿Es que se había vuelto loco?
-Un pequeño recordatorio -dijo, agradecido de que la voz no traicionara lo que sentía- de por qué necesitas romper tu compromiso.
Giró en redondo y se alejó. Paula observó la espalda y se preguntó cómo, después de sufrir todo tipo de mortificaciones la noche anterior, había permitido que le hiciera otra vez lo mismo. Cuando al final se puso de pie, segura en el conocimiento de que ya se había marchado, descubrió que aún temblaba. Una y otra vez se repitió que se había ido para siempre y le dió las gracias a Dios por ello.
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