lunes, 18 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 24

-Pero no lo bastante atractivo para llevarte a su cama. ¿Qué va a suceder cuando mi hermano decida que ha llegado el momento de dejar  de  ser un  caballero?  ¿Entonces  insistirás  en  que  te ponga  la  alianza en el  dedo?  ¿De  ahí  surge  tu  recato  femenino?  ¿De la  necesidad  de  mantener  a  Fede de  puntillas,  con  la  zanahoria  colgando  ante  sus  narices,  para  tenerlo  donde  realmente  lo  quieres?  Muy inteligente. La cacería siempre es mucho más estimulante que la captura real...

Paula alzó  la  mano,  guiada  por  la  ira  y  el  pánico,  pero  en  esa  ocasión no hubo conexión con esa cara arrogante. Con destreza, él le atrapó la muñeca y no la soltó.

-Mmm. Lo hiciste una vez y en mi opinión ya fue demasiado -la acercó  un  poco  y  sintió  que  la atmósfera  cambiaba  con  velocidad  eléctrica.

La respiración de ella se aceleró y las pupilas se le dilataron. En ese instante no parecía importar si la había estado atacando o no. El cuerpo de Paula respondía al suyo, ajeno a lo que le dijera la mente. Esa certeza lo elevó en una ola poderosa. Sintió la boca seca al verse atrapado  en  un  remolino  de  deseo  similar,  porque  no  había  otra  manera  de  describir  lo  que  sentía.  La  suspicacia  y  la  curiosidad  se  fundieron en una devastadora atracción animal.

-¡Haces  que  desee  abofetearte!   -exclamó  ella   con   voz   estrangulada.

 Lo miró a la boca y de inmediato apartó la vista.

-¿Qué  más  te  impulso  a  desear  hacer,  Paula?  -murmuró  con  suavidad. 

En la  intensidad  del  momento,  Federico sólo  era  una  imagen, que desaparecía con rapidez.

-No sé a qué te refieres -tartamudeó-. Te has equivocado.

-Sabes a qué me refiero -le soltó la muñeca, pero no retrocedió.

 La envolvió en un abrazo en el que no hubo contacto físico, porque ni siquiera la rozaba, sólo se apoyaba en la pared frente a ella, sobre las palmas de las manos, con los codos doblados de forma que quedaba únicamente a unos centímetros de Paula. Sintió  que  se  ahogaba.  Pero le gustó  la  sensación.  Era  tan  intensa y cegadoramente real. Con un sobresalto, comprendió el éxito que  había  tenido  durante  años  en  aislarse  de  cualquier  contacto  significativo  con  el  sexo  opuesto.  Las  puertas  que  siempre  había  tenido abiertas al mundo, las había cerrado y sellado. Desconcertaba que  ese  hombre,  el  menos  apropiado  en  el  mundo  por  diversas  razones, hubiera logrado abrirlas. Quiso  protestar,  pero  sólo  fue  consciente  de  que  únicamente  emitía un gemido cuando él se inclinó y le cubrió la boca con la suya y alzó las manos para enmarcarle el rostro, elevándolo de modo que todo el cuerpo se arqueó para recibir ese beso. Necesitó  un  par  de  minutos,  como  mucho,  para  estar  perdida.  Todas las necesidades e impulsos que se habían secado en su interior florecieron  a  una  súbita  y  jadeante  vida.  Respondió  con  todo  su  ser  cuando la lengua de él le invadió la boca como algo que buscara ir directamente a su alma. Entonces, las  lecciones  aprendidas  y  los    años  de  autoconservación  volvieron  a  enfocarse. Y  con  ellos  la  imagen  de  Federico. Empujó  con  fuerza,  luchando  por  liberarse  y  jadeando  como  alguien privado de oxígeno. Pedro se retiró de inmediato, enfadado consigo mismo porque no había querido que terminara. Había querido que los llevara a ambos a su destino. En ese momento emergió la cara de Federico acusadora y su ira se proyectó hacia ella.

 -¿Cómo te atreves? -demandó ella.

-Es  un  poco  tarde  para  una  furia  santurrona,  ¿No  crees?  -replicó-.  Fede no  te  vale,  ¿Verdad?  ¿O  quizá  has  decidido  que  yo  soy una presa mejor? ¿Eh?

 -¡Qué palabras tan despreciables!

 -Pero  es  que  yo  soy  despreciable,  como  no  paras  de  decir.  Sin  embargo, no tanto como para que no te derritas con mi contacto -se apartó,  sabiendo  que  en  ese  momento  disponía  de  la  munición  para  hacer  lo  que  había  querido  desde  un  principio,  aportarle a  su  hermano  pruebas  suficientes  de  que  su  querida  novia  no  era  esa  preciosidad tan pura por la que evidentemente la tomaba. Sabía  que  podía  dejarlo  todo  arreglado  antes  de  regresar  a  Atenas.  Entonces,  ella  quedaría  fuera  de  la  vida  de  su  hermano  y  nunca más tendría que verla.

-Yo...

-¿Tú...? Continúa. Soy todo oídos...

 -Deberías irte ahora.

-¿Es todo lo que tienes que decir?

 -Fede volverá en cualquier momento...

-¡No  finjas  que  te  importa  algo  mi  hermano  o  lo  que  piense!  ¡Acabas de demostrar exactamente lo que te importa!

Durante  unos  segundos,  ninguno  pronunció  palabra.  El  aire  estaba denso por el remordimiento y las acusaciones y los restos de deseo que a Pedro le resultaban tan difícil de erradicar de su sistema.

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