miércoles, 20 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 30

Era  pequeña  pero  bonita.  Encimeras  de  color  gris  moteado,  muebles de pino que parecían baratos pero funcionales, una pequeña mesa  oblonga  que  aceptaba  a  cuatro  personas  siempre  que  no  les  molestara  permanecer  en  un  contacto  físico  muy  próximo  entre  sí.  Todo   tenía   una   escala   muy   pequeña.   Nevera   pequeña,   cocina   pequeña, muebles suficientes para guardar sólo los utensilios básicos para que funcionara una cocina. Sin  embargo,  Pedro no  contemplaba  las  dimensiones  de  la  habitación.  Miraba  las  fotos  que  había  en  la  puerta  de  la  nevera,  sostenidas por imanes, y un pequeño tablero de anuncios en la pared junto a la mesa. Más fotos. Se  apartó  y  Paula pasó  junto  a  él,  respirando  hondo  mientras  captaba la dirección que seguía su mirada. Era una locura. ¡Joaquínno era un secreto!

 -Unos  dibujos  interesantes  -comentó,  yendo  hacia  la  nevera  para  inspeccionar  los  dibujos allí  fijados.  Uno  era  una  versión  de  alguna  escena  submarina,  otra  era  de  la  familia,  consistente  en  una  figura  como  un  palo  gigante  con  un  montón  de  pelo  blanco  y  otra  mucho  más  pequeña  con  una  cara  grande  y  risueña,  más  diversos  intentos de escritura.

Paula no  tenía  ni  idea  de  por  qué  se  sentía  tan  nerviosa.  Se  humedeció los labios y trató de relajarse.

 -Eso creo. -¿Tuyos?  -retiró  la  escena  submarina  y  lo  estudió  con  interés  exagerado antes de alzarlo para que ella lo viera.

 -De mi hijo.

-Tienes un hijo. No es de...

 -No, no es de Federico.

Theo sintió esa llama de intensa curiosidad recorrerlo. Con cuidado volvió a fijar el dibujo a la nevera y luego se volvió hacia ella.

 -¿Te importa si me siento?

 -Es tarde.

 -¿Has roto tu compromiso?  No, claro  que  no  lo  has  hecho.  El  anillo sigue en tu dedo -no sólo prescindió de negárselo, sino que no le ofreció una disculpa. Sus ojos se oscurecieron-. Quizá pienses que estoy jugando, pero permite que te asegure que no es así.

-No dejaré que me ataques en mi propia casa -le informó Paula, cruzando los  brazos   en   gesto protector.   Se sentía nerviosa,   intimidada  y,  entre  todo  eso,  terriblemente  atraída  por  el  hombre  sentado  en  su  cocina,  como  si  tuviera  algún  derecho.  Verlo  en  persona hizo que reconociera cuánto lo había tenido en la cabeza y lo desastrosamente   fácil   que   era   que   esos   sentimientos   ocultos   recobraran la vida en contra del sentido común y de la razón. En ese momento  le  recordaban  lo  agradable  que  había  sido  que  la  besara,  que la tomara entre sus brazos, que le acariciara los pechos... Cerró los  ojos  fugazmente  y  luego  lo  miró-.  Joaquín se  despierta  con  facilidad. No quiero tener una discusión contigo aquí. Las paredes de esta casa son como el papel.

-Ah. Joaquín. Eso pensaba.

-¿Qué significa eso?

 -La caligrafía del trozo de papel en la nevera. Está aprendiendo a escribir su nombre. ¿Cuántos años tiene?

 -Cinco.

 -¿Qué aspecto tiene?

 -¿Por qué te interesa?

-Siento  curiosidad.  ¿Por  qué no lo mencionaste  antes?  A mi  madre.  A  nuestra  familia.  Tuviste  todas las oportunidades  -la  miró con ojos entrecerrados.

-No pensé que fuera el momento apropiado...

-Dame una pista  acerca de cuándo   habrías considerado apropiado contarlo. ¿Quizá en algún restaurante? ¿Cuando mi madre te preguntara  si tenías algún  hijo?  ¿Crees  que  es  una  pregunta  natural para que formule una futura suegra a la novia de su hijo?

 -¡No eres gracioso!

-Quizá decidiste que podías conquistar a Fede para que fuera el papá de tu pequeño, pero darnos la noticia a los demás sería más complicado.  ¿Es eso?  Pensabas ir  en  fases,  tal  vez,  antes  que  arriesgarte a que todos viéramos lo obvio.

 -Y tú vas a iluminarme con lo que es tan obvio, ¿Verdad? ¡Como si  no  supiera  la  dirección  que  sigues!  -tenía  las manos pequeñas  cerradas  y  cada terminal  nerviosa  de  su  cuerpo  lista  para  quebrarse  por la tensión.

 -¡Es  lógico!  -atronó  Pedro.  Bajó  el  puño  sobre  la  mesa  con  tal  ferocidad, que Paula se sobresaltó-. No parecías la típica buscadora de fortuna, pero en su momento no poseía todos los hechos, ¿Verdad? ¿Cuánto ganas al mes?

-¡No es asunto tuyo!

-Supongo  que  suficiente  para  mantenerte.  Y  permitirte  unos  pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta  barato.  ¿Por eso  decidiste  que  disponer  de  una  pequeña  ayuda  financiera  en  esa  dirección  podría  ser  útil?  Y  Federico habría  sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el  añadido de un   niño.   ¿Lo   enganchaste con  alguna  historia  lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?

-¡Los niños no son artículos!

-¿Dónde  está  el  padre  del  niño?  ¿Ayuda  en  algo  la  pensión  de  mantenimiento que te pasa?

-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve  en  tu  terreno,  pero  no  te  atrevas  a  entrar  en  mi  terreno  creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!

Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban.  Nunca.  Paula jamás  había  gritado  delante  de  él.  De  hecho,  ni  siquiera  recordaba  haber  gritado  en  años. 

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