-Unos dibujos interesantes -comentó, yendo hacia la nevera para inspeccionar los dibujos allí fijados. Uno era una versión de alguna escena submarina, otra era de la familia, consistente en una figura como un palo gigante con un montón de pelo blanco y otra mucho más pequeña con una cara grande y risueña, más diversos intentos de escritura.
Paula no tenía ni idea de por qué se sentía tan nerviosa. Se humedeció los labios y trató de relajarse.
-Eso creo. -¿Tuyos? -retiró la escena submarina y lo estudió con interés exagerado antes de alzarlo para que ella lo viera.
-De mi hijo.
-Tienes un hijo. No es de...
-No, no es de Federico.
Theo sintió esa llama de intensa curiosidad recorrerlo. Con cuidado volvió a fijar el dibujo a la nevera y luego se volvió hacia ella.
-¿Te importa si me siento?
-Es tarde.
-¿Has roto tu compromiso? No, claro que no lo has hecho. El anillo sigue en tu dedo -no sólo prescindió de negárselo, sino que no le ofreció una disculpa. Sus ojos se oscurecieron-. Quizá pienses que estoy jugando, pero permite que te asegure que no es así.
-No dejaré que me ataques en mi propia casa -le informó Paula, cruzando los brazos en gesto protector. Se sentía nerviosa, intimidada y, entre todo eso, terriblemente atraída por el hombre sentado en su cocina, como si tuviera algún derecho. Verlo en persona hizo que reconociera cuánto lo había tenido en la cabeza y lo desastrosamente fácil que era que esos sentimientos ocultos recobraran la vida en contra del sentido común y de la razón. En ese momento le recordaban lo agradable que había sido que la besara, que la tomara entre sus brazos, que le acariciara los pechos... Cerró los ojos fugazmente y luego lo miró-. Joaquín se despierta con facilidad. No quiero tener una discusión contigo aquí. Las paredes de esta casa son como el papel.
-Ah. Joaquín. Eso pensaba.
-¿Qué significa eso?
-La caligrafía del trozo de papel en la nevera. Está aprendiendo a escribir su nombre. ¿Cuántos años tiene?
-Cinco.
-¿Qué aspecto tiene?
-¿Por qué te interesa?
-Siento curiosidad. ¿Por qué no lo mencionaste antes? A mi madre. A nuestra familia. Tuviste todas las oportunidades -la miró con ojos entrecerrados.
-No pensé que fuera el momento apropiado...
-Dame una pista acerca de cuándo habrías considerado apropiado contarlo. ¿Quizá en algún restaurante? ¿Cuando mi madre te preguntara si tenías algún hijo? ¿Crees que es una pregunta natural para que formule una futura suegra a la novia de su hijo?
-¡No eres gracioso!
-Quizá decidiste que podías conquistar a Fede para que fuera el papá de tu pequeño, pero darnos la noticia a los demás sería más complicado. ¿Es eso? Pensabas ir en fases, tal vez, antes que arriesgarte a que todos viéramos lo obvio.
-Y tú vas a iluminarme con lo que es tan obvio, ¿Verdad? ¡Como si no supiera la dirección que sigues! -tenía las manos pequeñas cerradas y cada terminal nerviosa de su cuerpo lista para quebrarse por la tensión.
-¡Es lógico! -atronó Pedro. Bajó el puño sobre la mesa con tal ferocidad, que Paula se sobresaltó-. No parecías la típica buscadora de fortuna, pero en su momento no poseía todos los hechos, ¿Verdad? ¿Cuánto ganas al mes?
-¡No es asunto tuyo!
-Supongo que suficiente para mantenerte. Y permitirte unos pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta barato. ¿Por eso decidiste que disponer de una pequeña ayuda financiera en esa dirección podría ser útil? Y Federico habría sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el añadido de un niño. ¿Lo enganchaste con alguna historia lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?
-¡Los niños no son artículos!
-¿Dónde está el padre del niño? ¿Ayuda en algo la pensión de mantenimiento que te pasa?
-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve en tu terreno, pero no te atrevas a entrar en mi terreno creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!
Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban. Nunca. Paula jamás había gritado delante de él. De hecho, ni siquiera recordaba haber gritado en años.
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