Era unos centímetros más alto que su hermano, pero parecía comerse la casa pequeña de un modo que Federico nunca había hecho.
-Romperé el compromiso -fue Paula la primera en quebrar el silencio, y en su voz había resignación y pesar.
El condenado compromiso había sido una idea tonta desde el principio, aunque había servido admirablemente el propósito de ambos. Miró con gesto desafiante a la figura sentada en el sillón y vió que Pedro asentía de modo imperceptible.
-No es el hombre para tí -murmuró.
-No, quizá no lo es -convino Paula amargamente. No había hombre para ella. Hacía tiempo que les había cerrado el corazón. Sólo Pedro había sido capaz de atravesar sus barreras y hacerla reaccionar, pero ésa había sido la reacción de una mujer joven y sana que anhelaba un contacto físico, algo que no había sido consciente de echar de menos-. Tal vez nadie lo es. Para mí, quiero decir. Fue estúpido pensar... -maldijo para sus adentros.
Sintió que los ojos se le humedecían, más allá del punto en que podía controlar las lágrimas con un rápido parpadeo. A través de la resplandeciente bruma de las lágrimas no deseadas, notó que Pedro reducía la distancia que los separaba para ir a sentarse en el sofá junto a ella, alargando la mano para entregarle algo... un pañuelo. Paula lo aceptó agradecida y se secó los ojos, musitando una disculpa avergonzada, sin atreverse a mirarlo por miedo a ver rechazo ante esa exhibición de emoción. Quizá imaginara que se la estaba inventando.
-Deja de disculparte -murmuró él.
Pasó el dedo pulgar por una lágrima rebelde sobre su mejilla. Paula tembló, irremediablemente atraída por él y furiosamente consciente de que no debería ser así.
-Deberías irte -susurró, bajando la vista-. Ya tienes lo que has venido a oír y también mi palabra. Acerca del compromiso.
-¿Qué te hizo?
-¿Federico? No me hizo nada... -unos ojos desconcertados lo miraron y al instante supo a qué se refería.
-¿Sabe que tiene un hijo?
-Es hora de que te vayas.
-Deberías desprenderte de ello. Aferrarse al pasado es un juego peligroso. Puede ser un maestro cruel.
-¿Y tú cómo lo sabes? -le soltó Paula-. ¡Naciste con privilegios! Oh, no me digas... desde temprana edad aprendiste las penalidades de saber que podías chasquear los dedos y conseguir todo lo que querías. Pobre Pedro. ¡Superar semejante desgracia!
-Algunos podrían decir que tener trazado tu destino desde el día de tu nacimiento es un viaje duro -indicó Pedro con calma, permitiéndose el ridículo lujo de confiar en otra persona. ¿De dónde había salido eso? Desnudar su alma jamás había ocupado un lugar primordial en su lista de prioridades. De hecho, jamás había figurado-. Federico tal vez dispusiera de la libertad de hacer lo que le apeteciera, pero como heredero de un imperio, yo no tuve elección -continuó con brevedad- Lo que no quiere decir que dedicara mi vida a gimotear por ello.
-Yo no gimo por mi pasado -murmuró ella-. He aprendido de él.
-¿Qué te hizo? -repitió con curiosidad-. ¿Aún lo ves? Tienes que verlo cuando viene a recoger a su hijo
-Él... jamás ve a su hijo -soltó.
Observó la expresión de Pedro endurecerse hasta la incredulidad, y la amargura que creía controlada invadió su sistema-. Bueno, tienes que comprender que cuando un hombre casado descubre de repente que su amante está embarazada, no es algo que suene a música en sus oídos...
-¿Te involucraste con un hombre casado? -no supo por qué se sintió tan decepcionado.
-No me digas que te sorprendería si así fuera -comentó con sarcasmo, leyéndole la mente. Luego suspiró y apoyó el mentón en las rodillas-. Cuando me relacioné con él, no sabía que estaba casado. Yo tenía diecinueve años y él era un hombre fabulosamente sexy diez años mayor que yo. Las cosas fueron hermosas durante un año y medio, hasta que cometí el error de quedar embarazada.
-En cuyo momento, tu caballero de reluciente armadura reveló sus pies de barro -concluyó Pedro.
-Me dijo que estaba casado, que lo que habíamos tenido no había sido más que algo divertido, algo que hacer en Londres durante la semana, porque los fines de semana siempre regresaba a Home Counties para estar con su mujer y su hija de dos años. De hecho, ¡Yo ni siquiera había sido la única! Aunque fue lo bastante amable para decirme que yo era la única que había durado tanto. Ya. Querías saber y ya sabes -se puso de pie y se alejó de él-. Y ahora, vete. ¡Antes de que me digas que merecía lo que recibí!
Pedro se levantó de un salto, pero ella ya corría hacia la puerta. Lo oyó antes de tener tiempo de llegar más allá del salón. El agudo grito de dolor de Paula seguido de un gemido ahogado...
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