viernes, 22 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 33

Era  unos  centímetros  más  alto  que  su  hermano,  pero  parecía  comerse  la  casa  pequeña  de  un  modo  que  Federico nunca  había  hecho.

 -Romperé  el  compromiso  -fue  Paula la  primera  en  quebrar  el  silencio,  y  en  su  voz  había  resignación  y  pesar. 

El  condenado  compromiso  había  sido  una  idea  tonta  desde  el  principio,  aunque  había servido admirablemente el propósito de ambos. Miró con gesto desafiante  a  la  figura  sentada  en  el  sillón  y  vió  que  Pedro asentía  de  modo imperceptible.

-No es el hombre para tí -murmuró.

 -No, quizá no lo es -convino Paula amargamente. No  había  hombre  para  ella.  Hacía  tiempo  que  les  había  cerrado  el  corazón.  Sólo  Pedro había  sido  capaz  de  atravesar  sus  barreras  y  hacerla  reaccionar,  pero  ésa  había  sido  la  reacción  de  una  mujer  joven y sana que anhelaba un contacto físico, algo que no había sido consciente  de  echar  de  menos-.  Tal  vez  nadie  lo  es.  Para  mí,  quiero  decir.  Fue  estúpido  pensar...  -maldijo  para  sus  adentros. 

Sintió  que  los ojos se le humedecían, más allá del punto en que podía controlar las lágrimas con un rápido parpadeo. A  través  de  la  resplandeciente  bruma  de  las  lágrimas  no  deseadas, notó que Pedro reducía la distancia que los separaba para ir a sentarse en el sofá junto a ella, alargando la mano para entregarle algo...  un  pañuelo.  Paula lo  aceptó  agradecida  y  se  secó  los  ojos,  musitando  una  disculpa  avergonzada,  sin  atreverse  a  mirarlo  por  miedo a ver rechazo ante esa exhibición de emoción. Quizá imaginara que se la estaba inventando.

-Deja  de  disculparte  -murmuró  él. 

Pasó  el  dedo  pulgar  por  una  lágrima rebelde sobre su mejilla. Paula tembló,  irremediablemente  atraída  por  él  y  furiosamente  consciente de que no debería ser así.

 -Deberías  irte  -susurró,  bajando  la  vista-.  Ya  tienes  lo  que  has  venido a oír y también mi palabra. Acerca del compromiso.

 -¿Qué te hizo?

 -¿Federico?  No  me  hizo  nada...  -unos  ojos  desconcertados  lo  miraron y al instante supo a qué se refería.

-¿Sabe que tiene un hijo?

 -Es hora de que te vayas.

-Deberías desprenderte de ello. Aferrarse al pasado es un juego peligroso. Puede ser un maestro cruel.

 -¿Y tú cómo lo sabes?  -le  soltó  Paula-.  ¡Naciste con  privilegios!  Oh,  no  me  digas...  desde  temprana  edad  aprendiste  las  penalidades  de  saber  que  podías  chasquear  los  dedos  y  conseguir  todo  lo  que  querías. Pobre Pedro. ¡Superar semejante desgracia!

-Algunos podrían decir que tener trazado tu destino desde el  día de  tu   nacimiento   es   un viaje duro  -indicó Pedro con  calma,  permitiéndose  el  ridículo  lujo  de  confiar  en  otra  persona.  ¿De  dónde  había  salido  eso?  Desnudar  su  alma  jamás  había  ocupado  un  lugar  primordial en su lista de prioridades. De hecho, jamás había figurado-.  Federico tal  vez  dispusiera  de  la  libertad  de  hacer  lo  que  le  apeteciera, pero como heredero de un imperio, yo no tuve elección -continuó con brevedad- Lo que no quiere decir que dedicara mi vida a gimotear por ello.

-Yo no gimo por mi pasado -murmuró ella-. He aprendido de él.

-¿Qué te hizo? -repitió con curiosidad-. ¿Aún lo ves? Tienes que verlo cuando viene a recoger a su hijo

-Él...  jamás  ve  a  su  hijo  -soltó. 

Observó  la  expresión  de  Pedro endurecerse hasta la incredulidad, y la amargura que creía controlada invadió  su  sistema-.  Bueno,  tienes  que  comprender  que  cuando  un  hombre   casado descubre   de  repente que su  amante  está  embarazada, no es algo que suene a música en sus oídos...

-¿Te  involucraste  con  un  hombre  casado?  -no  supo  por  qué  se  sintió tan decepcionado.

 -No me digas  que  te  sorprendería  si  así  fuera  -comentó  con  sarcasmo,  leyéndole  la  mente.  Luego  suspiró  y  apoyó  el  mentón  en  las  rodillas-.  Cuando  me  relacioné  con  él,  no sabía  que  estaba  casado.  Yo  tenía  diecinueve  años  y  él  era  un  hombre  fabulosamente  sexy diez años mayor que yo. Las cosas fueron hermosas durante un año y medio, hasta que cometí el error de quedar embarazada.

-En  cuyo  momento,  tu  caballero  de  reluciente  armadura  reveló  sus pies de barro -concluyó Pedro.

-Me  dijo  que  estaba  casado,  que  lo  que  habíamos  tenido  no  había sido más que algo divertido, algo que hacer en Londres durante la semana,  porque  los  fines  de  semana  siempre  regresaba  a  Home  Counties  para  estar  con  su  mujer  y  su  hija  de  dos  años.  De  hecho,  ¡Yo  ni  siquiera  había  sido  la  única!  Aunque  fue  lo  bastante  amable  para decirme que yo era la única que había durado tanto. Ya. Querías saber  y  ya  sabes  -se  puso  de  pie y se  alejó  de él-.  Y  ahora,  vete.  ¡Antes de que me digas que merecía lo que recibí!

Pedro se levantó de un salto, pero ella ya corría hacia la puerta. Lo  oyó  antes  de  tener  tiempo  de  llegar  más  allá  del  salón.  El  agudo grito de dolor de Paula seguido de un gemido ahogado...

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