-¡No es asunto tuyo!
-Supongo que suficiente para mantenerte. Y permitirte unos pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta barato. ¿Por eso decidiste que disponer de una pequeña ayuda financiera en esa dirección podría ser útil? Y Federico habría sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el añadido de un niño. ¿Lo enganchaste con alguna historia lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?
-¡Los niños no son artículos!
-¿Dónde está el padre del niño? ¿Ayuda en algo la pensión de mantenimiento que te pasa?
-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve en tu terreno, pero no te atrevas a entrar en mi terreno creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!
Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban. Nunca. Paula jamás había gritado delante de él. De hecho, ni siquiera recordaba haber gritado en años. Temblaba cuando se agachó para mirar a Joaquín.
-Hola, cariño. ¿Qué haces levantado? Sabes que deberías estar en la cama. Mañana hay colegio.
-Oí gritos -miró a Pedro-. ¿Quién es?
-Nadie.
-Soy Pedro, el hermano de Federico.
Paula pudo sentirlo detrás de ella, luego fue consciente de que se agachaba a su lado. Habló con voz suave, pero era el mismo hombre que había reconocido considerar a los niños como artículos. Con gesto protector, protegió a Joaquín contra su hombro. Pero el pequeño se soltó, ansioso por continuar con el inventario del hombre que había en la cocina de su madre. Logró soltarse del todo y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, con las manos de Paula cubriéndole las suyas.
-Te pareces al tío Fede. ¿No es verdad, mami?
-Veo una o dos diferencias -dijo ella con los dientes apretados.
Pedro tuvo ganas de sonreír. Parecía un ángel pequeño, frustrado y encolerizado. Se recordó que después del examen lógico de la situación, después de las conclusiones concisas que había sacado acerca de la conducta y las motivaciones de ella, era cualquier cosa menos angelical, sin importar lo que indicaran las facciones.
-¿De verdad? -preguntó con inocencia-. La gente dice que nos parecemos mucho. Aparte de una pequeña diferencia de estatura.
-La gente dice que las víboras se parecen a las serpientes de jardín. Aparte de una pequeña diferencia en los niveles de toxinas. Tuvo que esforzarse para no sonreír.
-Intento encontrar el cumplido en eso -repuso con gravedad y le encantó ver que el ángel lo miraba aún con más ferocidad.
Joaquín se había animado ante la mención de serpientes y se lanzó a una complicada descripción de las serpientes que había visto en el zoo. Pedro estaba extasiado por el parecido del niño con su madre. El pelo era de una tonalidad rubia más oscura, pero tenía los mismos ojos, nariz y boca. ¿Quién era el padre? ¿Dónde estaba? ¿Andaría por ahí, quizá aún dormía con ella? Ese pensamiento lo puso malo y de inmediato lo descartó. El ángel había hecho girar al niño para que quedara de cara a ella y en ese instante le daba un discurso severo sobre irse a dormir. Pedro se puso de pie y regresó a la mesa, observando en silencio mientras la madre alzaba al hijo en brazos. Ambos habían olvidado su presencia. Ella estaba centrada por completo en el pequeño, en llevarlo arriba.
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