viernes, 22 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 31

-¡No es asunto tuyo!

-Supongo  que  suficiente  para  mantenerte.  Y  permitirte  unos  pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta  barato.  ¿Por eso  decidiste  que  disponer  de  una  pequeña  ayuda  financiera  en  esa  dirección  podría  ser  útil?  Y  Federico habría  sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el  añadido de un   niño.   ¿Lo   enganchaste con  alguna  historia  lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?

-¡Los niños no son artículos!

-¿Dónde  está  el  padre  del  niño?  ¿Ayuda  en  algo  la  pensión  de  mantenimiento que te pasa?

-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve  en  tu  terreno,  pero  no  te  atrevas  a  entrar  en  mi  terreno  creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!

Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban.  Nunca.  Paula jamás  había  gritado  delante  de  él.  De  hecho,  ni  siquiera  recordaba  haber  gritado  en  años.  Temblaba  cuando  se  agachó para mirar a Joaquín.

 -Hola,  cariño.  ¿Qué  haces  levantado?  Sabes  que  deberías  estar  en la cama. Mañana hay colegio.

-Oí gritos -miró a Pedro-. ¿Quién es?

-Nadie.

-Soy Pedro, el hermano de Federico.

Paula pudo  sentirlo  detrás  de  ella,  luego  fue  consciente  de  que  se  agachaba  a  su  lado.  Habló  con  voz  suave,  pero  era  el  mismo  hombre  que  había  reconocido  considerar  a  los  niños  como  artículos.  Con gesto protector, protegió a Joaquín contra su hombro. Pero el pequeño se soltó, ansioso por continuar con el inventario del  hombre  que  había en  la  cocina  de  su  madre.  Logró  soltarse  del  todo  y  se  sentó  con  las  piernas  cruzadas  en  el  suelo,  con  las  manos  de Paula cubriéndole las suyas.

 -Te pareces al tío Fede. ¿No es verdad, mami?

 -Veo una o dos diferencias -dijo ella con los dientes apretados.

Pedro tuvo ganas de sonreír. Parecía un ángel pequeño, frustrado y  encolerizado.  Se  recordó  que  después  del  examen  lógico  de  la  situación,  después  de  las  conclusiones  concisas  que  había  sacado  acerca  de  la  conducta  y  las  motivaciones  de  ella,  era  cualquier  cosa  menos angelical, sin importar lo que indicaran las facciones.

 -¿De  verdad?  -preguntó  con  inocencia-.  La  gente  dice  que  nos  parecemos mucho. Aparte de una pequeña diferencia de estatura.

-La  gente  dice  que  las  víboras  se  parecen  a  las  serpientes  de  jardín. Aparte de una pequeña diferencia en los niveles de toxinas. Tuvo que esforzarse para no sonreír.

 -Intento encontrar el cumplido en eso -repuso con gravedad y le encantó ver que el ángel lo miraba aún con más ferocidad.

Joaquín se  había  animado  ante  la  mención  de  serpientes  y  se  lanzó a una complicada descripción de las serpientes que había visto en  el  zoo.  Pedro estaba  extasiado  por  el  parecido  del  niño  con  su  madre. El pelo era de una tonalidad rubia más oscura, pero tenía los mismos ojos, nariz y boca. ¿Quién  era  el  padre?  ¿Dónde  estaba?  ¿Andaría  por  ahí,  quizá  aún dormía con ella? Ese pensamiento lo puso malo y de inmediato lo descartó. El  ángel  había  hecho  girar  al  niño  para  que  quedara  de  cara  a  ella y en ese instante le daba un discurso severo sobre irse a dormir. Pedro se puso de pie y regresó a la mesa, observando en silencio mientras la madre alzaba al hijo en brazos. Ambos habían olvidado su presencia.  Ella  estaba  centrada  por  completo  en  el  pequeño,  en  llevarlo arriba.

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