lunes, 18 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 22

-Pareces cansada  -notó  que  se  cercioraba  de  mantener  la  máxima distancia posible entre ellos sin chocar contra la pared.

 -Lo estoy. Ha sido un día largo.

Pedro dejó pasar unos segundos de silencio.

-Supongo que te refieres a nuestro paseo turístico.

Paula no  tenía  ganas  de  responder  a  la  burla.  En  la  fiesta,  se  había sentido ligera y estimulada y el alcohol le había proporcionado una  sensación  de  excitación  que  la  había  mantenido  a  través  del  difícil  proceso  de  mezclarse  y  charlar  con  los  familiares  de  Federico,  gente a la que nunca antes había visto. Acabada la velada, se sentía extenuada.  No  la  ayudaba  que  ese  hombre  caminara  a  su  lado  y  la  escoltara a su dormitorio.

-Espero  que  entiendas  por  qué  tengo  serias  preocupaciones  acerca de tí, Paula.

 -No quiero hablar de eso. Otra vez. Estoy cansada y sólo quiero meterme en la cama y dormir.

Su  tiempo  en  la  isla  prácticamente  estaba  agotado  y  no  había  conseguido nada en lo referente a la protección de los millones de su hermano. Cierto que esa mujer no había sido lo que había esperado, pero  no  había  encontrado  nada  que  emplear  como  advertencia  para su madre y Federico. Ni tampoco ella había aceptado el cebo tentador de que se le pagara. Y ahí estaba, despachándolo. Paula sintió  alivio  al  ver  la  puerta  del  dormitorio,  ya  que  la  presencia  no  solicitada  de  Pedro la  oprimía  como  una  intimidad  forzada, estirando cada nervio de su cuerpo hasta el punto próximo a la ruptura.

-Nunca lo he preguntado -comentó él como al descuido-. ¿Mi hermano  y  tú  viven  juntos?  -eso  explicaría  la  forma  indiferente  con  que parecían que daban por hecho casi todo en su relación.

También justificaría  la  facilidad  con  que  ella  había  descartado  la  zanahoria  financiera  que  le  había  ofrecido  para  separarse  de  Federico.  No  representaría un incentivo si ya estaba disfrutando del botín mediante unos ingresos compartidos en una casa compartida en alguna parte. Se  recriminó  no  haber  ido  nunca  a  ver  cómo  vivía  su  hermano.  Siempre había sido cómodo que Federico viajara a Londres para verlo a  él.  De  ese  modo,  nunca  había  tenido  que  interrumpir  durante  mucho  tiempo  su  vida  laboral.  Podía  imaginar  el  lujo  del  que  disfrutaba Paula.

-De  hecho,  no.  Muy  bien,  gracias  por  acompañarme  a  mi  habitación,  aunque  sospecho  que  habría  llegado  a  salvo  yo  sola  -apoyó la espalda contra la puerta y le dedicó una sonrisa luminosa.

-¿No viven juntos? Confieso que estoy sorprendido.

Con  un  movimiento  tan  logrado  que  Paula ni  siquiera  fue  consciente de que lo realizaba, Pedro alargó la mano, abrió la puerta y entró antes de que tuviera tiempo de abrir la boca para protestar. Fue el turno de él de encararla.

-No pensé  que  el  convencionalismo  de  mantener  alojamientos  separados  se  aplicara  aún  en  esta  época  cuando  dos  personas  estaban prometidas.

A  espaldas  de  Pedro,  la  lámpara  que  había  sobre  la  cómoda  iluminaba el sofá en el que Federico se había echado y que ninguno de los dos se había molestado en arreglar. Se  habían  mostrado  escrupulosos  en  mantener  las  apariencias.  Antes de que fueran a limpiar la habitación, toda prueba de ocupación del  sofá  se  erradicaba.  Por  las  dudas.  Los  empleados  del  hogar  tendían a hablar demasiado y los rumores se propagaban. Paula no  tenía  ni  idea  de  por  qué  no  disponían  de  habitaciones  separadas, pero el razonamiento de Federico había sido que su abuelo se habría mostrado sorprendido. Más que su madre, y, desde luego, Pedro habría  quedado  más  que  sorprendido.  En  Inglaterra,  había  parecido fácil ejecutar esos planes. Se  quedó  quieta  en  la  puerta  y  juntó  las  manos  a  su  espalda.  Unas manos nerviosas contaban su propia historia.

-Estoy   acostumbrada   a   vivir   en   mi   propio   espacio   -soltó, apartando  los  ojos  del  condenado sofá-.  Me  gusta  tener  mis  cosas  alrededor  y,  además...  con  el  horario  de  trabajo  de  Fede, no pasaríamos  todas  nuestras noches   juntos...   -pensó  en  Joaquín,  corriendo por la casa, desperdigando los juguetes en el salón.

-Pero  habría  sido  más  conveniente,  sin  duda,  no  correr  con  los  gastos de dos casas... -Supongo. Bueno... -bostezó y dió un pequeño paso atrás, para animarlo psicológicamente a imitarla y marcharse. No se movió.

-¿Adonde vas?

-¿Disculpa?

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