miércoles, 27 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 38

Pedro no se molestó en contestar. Fue hacia la cómoda y abrió el primer cajón. Paula soltó un grito estrangulado de horror.

 -Necesitas  cambiarte  -explicó  él  sin  darse  la  vuelta-.  Y  voy  a  tener que ayudarte.

 -¿Ayudarme?  ¿Ayudarme?  ¿Cambiarme?  -se  incorporó  en  la  cama y su tobillo protestó con furia por el movimiento repentino.

-¿Duermes  con  esto?  -giró y  de  un  dedo  colgaba  una  camiseta  grande-. He mirado, pero no logro dar con nada más que pueda pasar por un pijama, a menos que tengas guardado en otra parte los saltos de cama y los tangas.

 -¡Puedo ponérmela  yo  misma!  -él  no  dejó  de  hacer  oscilar  la  camiseta de su dedo.

-Necesito ayudarte con ese chándal que tienes puesto

. -No soy una inválida.

 -Ya has oído  al  médico.  Nada  de  presión  sobre  el  tobillo  o  te  arriesgas a sufrir las consecuencias. Y ahora, ¿Por qué no empiezas a comportarte como una buena niña y me dejas ayudarte?

Se  dirigió  hacia  ella  y  Paula soltó  un  profundo  suspiro  de  resignación.  Estar  desvalida  ya  era  bastante  malo,  pero  hallarse  a  merced  de  ese  hombre  resultaba  casi  insoportable.  Y  encima  estaba  de  un  humor  magnífico.  Podía  entender  la  causa.  Había  logrado  aquello por lo que había ido hasta allí. No contento con ordenarle que dejara  a  su  hermano,  había  tomado  el  tema  entre  sus  manos  y  lo  había hecho por ella. Dudaba de que se hubiera detenido a considerar las  consecuencias  de  sus  actos.  Sencillamente,  había  hecho  lo  que  mejor sabía, sortear todos los obstáculos y llegar a su destino por el camino   más   corto   posible.   Los  sentimientos   eran   tecnicismos   menores para los que carecía de tiempo. En  todo  caso,  tan  pronto  como  pudiera  iba  a  tener  que  telefonear a Federico para explicarle lo sucedido. Mientras tanto... Apretó los dientes y cerró los ojos cuando Pedro, con delicadeza, le  quitó  los  pantalones.  Luego  la  acomodó  debajo  del  edredón  y  con  cuidado depositó la camiseta a su lado.

-Te  estoy  haciendo  un  favor  -musitó;  Paula abrió  los  ojos  y  lo  miró con profundo escepticismo-. La idea de todo ese dinero debió de ser  tentadora,  en  especial  con  todos  los  gastos  asociados  a  la  educación  de  un  niño,  pero,  ¿De  verdad  puedes  decir  que  hubieras  sido feliz viviendo con alguien por quien no sientes nada?

-Siento mucho por Federico.

Extrañamente,  no  era  eso  lo  que  Pedro quería  oír.  Apretó  los  labios al sentarse en la cama junto a ella.

 -En el pasado te hirieron.   Quizá  tengas   sentimientos   por   Federico,  pero  quizá  sean  la  clase  de  sentimientos  equivocados  -la  miró  pensativo-.  Puede  que  me  haya  equivocado  contigo  -musitó  despacio-.  Dí  por  hecho  que  no  eras  más  que  una  cazafortunas,  dispuesta  a  poner  tus  manos  en  el  dinero  de  mi  hermano,  sin  importar   lo   que   hiciera   falta.   Pero,  analizándolo   ahora,   nunca  encajaste  con  la  imagen.  No  es  que  haya  un  patrón  fijo  para  una  cazafortunas. ¡Vienen en todas las formas y tamaños!

Paula sintió  que  empezaba  a  sentir  calor  bajo  su  escrutinio.  Sin  embargo, algo dentro de ella experimentó placer ante la idea de que ya no la considerara de lo más bajo. Se dijo que no podía importarle menos lo que pensara de ella, pero eso no frenó la pequeña burbuja de placer, aunque mantuvo el rostro impasible.

 -¿Debería  sentirme  satisfecha  de que  hayas  cambiado de parecer?  ¿Después  de  que  tomaras  el  asunto  en  tus  manos  y  le  hicieras  ver  a  Fede que  discutía  mis  asuntos  personales  primero  contigo antes que con él?

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