viernes, 1 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 55

–Pau, podrías dejar de compararme con tu primer marido, el tipo era un canalla.

–Quiero que te vayas hoy.

Él sintió que le tiraban un cubo de agua helada.

–Gracias por estar conmigo, Pedro. Gracias por toda tu ayuda –dijo él, irónicamente.

–Te lo agradezco. Pero quiero estar sola.

–¿Entonces, qué quieres que haga? ¿Irme a Toronto y olvidarme de todo?

–Eso estaría bien.

 –¡Por el amor de Dios, Paula! ¿Cuándo vas a hacerte mayor?

 –¡Oh! Cuando no hago lo que tú quieres, soy una inmadura. Hicimos un trato, Pedro, y tú no eres lo suficientemente adulto como para cumplirlo.

–La vida no se queda detenida. ¿No te has dado cuenta todavía? En un mes nacerá nuestro hijo. Quiero que te cases conmigo. Quiero que él tenga un padre como es debido.

–Ya te dije que no me casaré contigo.

–Me miras de pronto como si fuera un monstruo. Me parece que, estando embarazada de ocho meses, mi proposición tiene cierta lógica, ¿No crees?

–¡No me casaré contigo!

Pedro intentó calmarse.

–¿No te parece que es hora de que midas todas las consecuencias de lo que estás diciendo? Somos tres personas las implicadas, no sólo tú. Y una de ellas es nuestro hijo.

–¿Recuerdas el contrato que hicimos por los dos solares? Debimos hacer otro con nuestro trato. Pero me fié de tu palabra. Un gran error... – contestó ella.

El sentimiento de que estaba luchando por la vida era lo único que le impedía perder los nervios a Pedro.

–He cambiado desde entonces. Quiero vivir contigo, Paula. El resto de mi vida.

–No –dijo ella con frialdad.

De pronto Pedro se dió la vuelta y golpeó el puño contra el borde del fregadero.

–¡Lo estoy haciendo mal! –gritó él impotente.

–No hay ninguna forma correcta de hacerlo.

Él se dió la vuelta lentamente. La mirada de Paula era la de un animal atrapado y aterrorizado. La rabia de Pedro se derrumbó. Atravesó la habitación, le tomó la cara con las manos, y le dijo:

–Te amo. Te lo he dicho. Se trata de un amor para siempre, un amor que desea comprometerse –miró hacia abajo–. Y de una familia. ¿Cómo no voy a querer casarme contigo, Paula?

–Pablo me quería por mi dinero. Y tú me quieres por el niño. No hay mucha diferencia.

–¡Es un golpe bajo ése!

–¡Pero es verdad! ¿No es así?

–¡No! He sido un tonto aceptando los términos tuyos de la primavera pasada, lo suficientemente tonto como para pensar que un niño mío iba a venir al mundo y yo no le iba a dar mi amor o hacerme cargo de él. Quería estar a salvo de otra tragedia como la de la muerte de Martina, y pensé que tu trato me mantendría al margen. Pero la vida no funciona así. Eso es lo que he aprendido este otoño. El amor va unido a la posibilidad de la pérdida... Todavía no ha nacido, y ya amo a mi hijo –Pedro suspiró profundamente–. Pero si no hubiera sido concebido, te pediría igual que te casaras conmigo.

Ella tenía que alejarlo. ¿Entonces por qué se sentía tan cruel?

–No podía deshacerme de Pablo. Por donde mirase, ahí estaba él igual que tú, Pedro, los últimos cuatro días. Por todos lados había algo tuyo. ¡No quieres dejarme en paz, igual que él!

–Si me quedo aquí, me comparas con Pablo. Y si me voy, te pierdo. No es una elección muy fácil.

–No puedo evitarlo. No te amo, Pedro. ¡No te amo!

Lo sentía, de verdad, sentía que no lo amaba, pensó Pedro. No se casaría nunca con él si no lo amaba. Quería que desapareciera de su vida. Y ése era el final.

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