-Oh, a propósito -concluyó Pedro-, lamento enterarme de que tu compromiso se ha roto...
-¿Cómo te atreves? -echó chispas ella cuando cortó-. ¿Cómo te atreves? -tenía las mejillas inflamadas.
Eso resultó mejor analgésico que las pastillas. ¿Quién tenía tiempo de concentrarse en algo tan insignificante como el dolor cuando el cerebro le hervía de furia?
-Pensé que me saltaría la posibilidad de que tú no cumplieras con tu palabra. Después de todo, dispusiste de semanas para hacerlo, pero, de algún modo, no pudiste conseguirlo. Es gracioso, pero Federico no reaccionó como yo habría esperado... -clavó los ojos en el rostro encendido de ella.
-¿A qué te refieres? -preguntó incómoda. -Guardó silencio durante unos segundos, pero luego manifestó pesar. No asombro, ni sorpresa, ni la oferta de venir de inmediato a solucionar las cosas, lo que cabría esperar de un hombre al que acaban de lanzarle semejante bomba.
-No tenías derecho a decir nada.
-No me dejaste elección. ¿Imaginas por qué mi hermano aceptó la noticia de forma tan incondicional? -algo no encajaba. Nada encajaba. En teoría, todas sus suposiciones resultaban lógicas; pero en la práctica, era como un rompecabezas al que le faltaran algunas piezas clave.
-Yo... nosotros... le insinué durante las últimas semanas que quizá estar prometidos no fuera lo más adecuado para nosotros.
-¿Por qué no me lo mencionaste?
-¡Porque no es asunto tuyo! -exclamó.
Apartó la vista y rezó para que el doctor hiciera algo útil como aparecer, y por una vez sus plegarias se vieron respondidas, porque oyó el sonido de un coche deteniéndose ante la casa, seguido del ruido de una puerta al cerrarse y de pisadas por el sendero. Suspiró aliviada cuando sonó el timbre. A él no le quedó más remedio que suspirar con impaciente frustración antes de desaparecer para dejar pasar al médico. El doctor Hawford era un hombre de modales suaves de cincuenta y pocos años, amable con sus pacientes y tranquilizadoramente eficaz.
-Echémosle un vistazo, señorita Chaves-se puso en cuclillas junto al pie y lo manipuló con delicadeza, pidiéndole que le dijera cuándo y cuánto le dolía.
Al fondo, Pedro acechaba como un depredador temporalmente aislado de su presa. Al menos eso es lo que consideraba Paula.
-Un esguince de grado dos -anunció el médico, incorporándose para ir a sentarse en el sofá con su maletín negro-. Ha hecho un buen trabajo para desgarrarse algunos de sus ligamentos, de ahí la hinchazón y el dolor. La buena noticia es que no se requiere ninguna intervención hospitalaria para un esguince de este tipo. La mala es que va a tener que estar en reposo completo unos días, posiblemente una semana.
-No puedo permitirme estar fuera de combate una semana, doctor.
-¿Se lo ha informado a su pie? -miró-a Pedro-. Traiga un poco de hielo, o algo frío si no hay hielo en el congelador. Una bolsa de guisantes congelados es un buen sucedáneo. Es importante que tratemos de reducir la hinchazón. Y ahora, querida... -la miró no sin cierta simpatía-... sé que tiene un hijo pequeño, pero va a ser imposible que durante unos días pueda llevar a cabo sus tareas habituales. Y como intente apoyar demasiado pronto ese pie, podría provocarse un daño importante que la dejará inmovilizada mucho más tiempo.
-Pero...
-Tiene que estar inmovilizado, Paula. Ahora voy a recetarle unos antiinflamatorios que aliviarán el dolor y la hinchazón -sacó su cuaderno de recetas y comenzó a escribir-. Haga que su joven amigo se los compré a primera hora de la mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario