miércoles, 27 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 36

-Oh, a propósito -concluyó Pedro-, lamento enterarme de que tu compromiso se ha roto...

 -¿Cómo te atreves? -echó chispas ella cuando cortó-. ¿Cómo te atreves?  -tenía  las  mejillas  inflamadas. 

Eso resultó  mejor  analgésico  que  las  pastillas.  ¿Quién  tenía  tiempo  de  concentrarse  en  algo  tan  insignificante como el dolor cuando el cerebro le hervía de furia?

 -Pensé  que  me  saltaría  la  posibilidad  de  que  tú  no  cumplieras  con tu palabra. Después de todo, dispusiste de semanas para hacerlo, pero,  de  algún  modo,  no  pudiste  conseguirlo.  Es  gracioso,  pero  Federico no reaccionó como yo habría esperado... -clavó los ojos en el rostro encendido de ella.

-¿A qué te refieres? -preguntó incómoda. -Guardó  silencio  durante  unos  segundos,  pero  luego  manifestó  pesar. No asombro, ni sorpresa, ni la oferta de venir de inmediato a solucionar  las  cosas,  lo  que  cabría  esperar  de  un  hombre  al  que  acaban de lanzarle semejante bomba.

-No tenías derecho a decir nada.

-No me dejaste elección. ¿Imaginas por qué mi hermano aceptó la  noticia  de  forma  tan  incondicional?  -algo no  encajaba.  Nada  encajaba.  En  teoría,  todas  sus  suposiciones  resultaban  lógicas;  pero  en la práctica, era como un rompecabezas al que le faltaran algunas piezas clave.

-Yo...  nosotros...  le  insinué  durante  las  últimas  semanas  que  quizá estar prometidos no fuera lo más adecuado para nosotros.

-¿Por qué no me lo mencionaste?

 -¡Porque  no  es  asunto  tuyo!  -exclamó. 

Apartó  la  vista  y  rezó  para que el doctor hiciera algo útil como aparecer, y por una vez sus plegarias  se  vieron  respondidas,  porque  oyó  el sonido  de  un  coche  deteniéndose  ante  la  casa,  seguido  del  ruido  de  una  puerta  al  cerrarse y de pisadas por el sendero. Suspiró aliviada cuando sonó el timbre. A  él  no  le  quedó  más  remedio  que  suspirar  con  impaciente  frustración antes de desaparecer para dejar pasar al médico. El doctor Hawford era un hombre de modales suaves de cincuenta   y  pocos años, amable  con  sus  pacientes    y   tranquilizadoramente eficaz.

-Echémosle  un  vistazo,  señorita  Chaves-se  puso  en  cuclillas  junto  al  pie  y  lo  manipuló  con  delicadeza,  pidiéndole  que  le  dijera  cuándo y cuánto le dolía.

Al fondo, Pedro acechaba como un depredador temporalmente aislado de su presa. Al menos eso es lo que consideraba Paula.

-Un  esguince  de  grado  dos  -anunció  el  médico,  incorporándose  para ir a sentarse en el sofá con su maletín negro-. Ha hecho un buen trabajo  para  desgarrarse  algunos  de  sus  ligamentos,  de  ahí  la  hinchazón y el dolor. La buena noticia es que no se requiere ninguna intervención  hospitalaria  para  un  esguince  de  este  tipo.  La  mala  es  que va a tener que estar en reposo completo unos días, posiblemente una semana.

-No puedo  permitirme  estar  fuera  de  combate  una  semana,  doctor.

-¿Se lo ha informado a su pie? -miró-a Pedro-. Traiga un poco de hielo,  o  algo  frío  si  no  hay  hielo  en  el  congelador.  Una  bolsa  de  guisantes congelados es un buen sucedáneo. Es importante que tratemos de reducir la hinchazón. Y ahora, querida... -la miró no sin cierta  simpatía-...  sé  que  tiene  un  hijo  pequeño,  pero  va  a  ser  imposible  que  durante  unos  días  pueda  llevar  a  cabo  sus  tareas  habituales.  Y  como  intente  apoyar  demasiado  pronto  ese  pie,  podría  provocarse  un  daño  importante  que  la  dejará  inmovilizada  mucho  más tiempo.

 -Pero...

-Tiene que estar inmovilizado, Paula. Ahora voy a recetarle unos antiinflamatorios  que  aliviarán  el  dolor  y  la  hinchazón  -sacó  su  cuaderno de recetas y comenzó a escribir-. Haga que su joven amigo se los compré a primera hora de la mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario