miércoles, 6 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 63

Volvió a la cocina y encendió unas velas, y luego las llevó a la sala. La espalda le dolía más. Bastante más. Era un dolor intenso, como si alguien la retorciera... Las contracciones. «Apuesto a que son las contracciones», pensó. Anotó la hora en una hoja de papel, y se olvidó de todo, excepto de que su hijo, que tanto había deseado, estaba por nacer. Su hijo y el de Pedro. Los partos de mujeres primerizas solían ser largos, decían, y la tormenta se suponía que pararía a la medianoche, según habían pronosticado. Tuvo tres horas de contracciones. Paula releyó el libro sobre embarazo, y decidió, desilusionada, que podía ser una falsa alarma. Tal vez debiera irse a la cama. Pero entonces las contracciones aumentaron la intensidad, y fueron más seguidas. Entonces, presa del pánico, se dió cuenta de que aquello era de verdad. Debía avisar a los vecinos. Pero al mirar por la ventana, se dió cuenta de que no había luz en la casa de los vecinos. Y sus otros vecinos pasaban el invierno en Florida. «No puedo quedarme aquí sola», pensó. Con gran dificultad caminó lentamente hacia el abrigo, y agarrándose de las paredes, llegó hasta la puerta. Cuando la abrió, el viento la golpeó con violencia, y la entrada se llenó de nieve. Sintió una nueva contracción. Se aferró al picaporte de la puerta como si su vida dependiera de él. Sus músculos se aflojaron. No veía ni el portón que separaba la casa de la calle. No podría cruzar la calle. Podría caerse allí y no enterarse nadie. Reunió fuerzas y entró de nuevo a la casa. Muchas mujeres tenían a sus hijos solas. Después de todo era un proceso natural. Buscó unas cuantas toallas, y buscó en su libro las páginas dedicadas al parto en casa, llamando a Pedro internamente con todo su ser. Lo necesitaba como nunca. Necesitaba decírselo, y decirle que lo amaba, y que lo quería a su lado. Que lamentaba profundamente haberlo apartado de su vida insistentemente.



Pedro estaba en Montreal pasando el fin de semana, invitado a almorzar por Claudio Danvers. Después de un día de trabajo apretado, el sábado, volvió tarde al hotel, se dió una ducha y llamó a su teléfono de Toronto para escuchar los mensajes del contestador. El tercero lo dejó paralizado en la silla. Era el mensaje de Paula. Y por un momento pensó que estaba soñando:

–Te amo... –decía–... hola, hola y hola el resto de mi vida...

Volvió a escucharlo. No estaba soñando. Era la realidad. Con mano temblorosa, marcó el número de teléfono de Paula. Pero escuchó una serie de ruidos, y la imposibilidad de línea. Finalmente llamó a la operadora. Su francés le bastó para entender que las líneas de Halifax estaban cortadas debido a de la ventisca. Llamó al aeropuerto. El último vuelo a Halifax salía en cuarenta y cinco minutos, aunque tendría que aterrizar en Moncton debido al mal tiempo. Reservó un pasaje y pidió un taxi. Fue el último pasajero en subir al avión. Con una ansiedad agonizante, comió todo lo que le pusieron delante, bebió un café fuerte, y esperó a llegar con los dedos entrelazados nerviosamente. El aterrizaje no fue fácil. El piloto estuvo sobrevolando el aeropuerto de Halifax durante unos quince minutos, antes de decidirse a aterrizar. Como tenía un pasaje de primera clase, fue el primero en bajar del avión. Caminó de prisa por los corredores del aeropuerto. Pensó en llamarla por teléfono, pero decidió ir a verla directamente. Pero hasta que no salió del aeropuerto no se dió cuenta de la gravedad de la tormenta.

–Le pagaré el doble, si consigue llevarme a esta dirección –le dijo al primer taxista.

–Veré lo que se puede hacer –contestó el hombre–. La primera tormenta del año siempre toma por sorpresa a la gente. Hace un par de días cambié las ruedas por las especiales para nieve. Mi mujer me dijo: el año pasado no las pusiste hasta más tarde, Carlos, y perdiste clientela... Este año hice bien en hacerle caso...

En las calles del centro ya habían barrido la nieve, pero al llegar al barrio residencial de Paula el taxista le dijo al ver el estado de las calles:

–No sé qué pasará aquí.

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