miércoles, 6 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 64

Pedro había pensado que al acercarse a casa de Paula su ansiedad iba disminuir, pero ahora se daba cuenta de que estaba en aumento. No veía la hora de abrazarla, de tenerla entre sus brazos y escuchar sus palabras de amor personalmente. El niño no nacería hasta después de dos semanas, pero necesitaba verla  esa misma noche.

–Tal vez sea mejor que me baje y vaya andando. Creo que puedo llegar en unos diez minutos más o menos –dijo al taxista.

–¡Espere! Me parece que están quitando la nieve del camino nuestro.

En la esquina vieron las luces del camión quitanieves. Pedro se dió cuenta entonces de que las calles estaban completamente oscuras, y que las casas estaban iluminadas sólo por velas. Era el momento más inoportuno para que Paula estuviera sola, sin calefacción, sin luz y teléfono. ¡Gracias a Dios que él había recibido el mensaje¡ Las casas de los vecinos parecían vacías. Pero le pareció que había una luz de una vela en casa. Sacó la billetera, le pagó el doble al taxista, le dió una buena propina, y le dijo:

–Mira, Carlos. Seguramente no habrá necesidad de esto, pero, ¿Podrías esperar un momento mientras me aseguro de que ella está bien? Está embarazada de nueve meses.

Pedro tuvo que luchar contra la fuerza del viento incluso para abrir la puerta del taxi. Llamó al timbre. No abrió nadie. Volvió a llamar. Entonces se dió cuenta de que estaría cortada la luz, y golpeó con fuerza la puerta con su puño. Había luz en casa de Paula. Así que tenía que estar en casa. Y no se habría ido a la cama dejando una vela encendida... Volvió a golpear la puerta. Antes de ir hacia la puerta trasera de la casa, se le ocurrió intentar abrir la puerta de entrada. La puerta cedió; estaba abierta.

–¿Paula, dónde estás? –gritó.

Se limpió la nieve de las botas y fue hacia el salón. Paula estaba echada en el sofá. Con una sola mirada, descubrió la pila de toallas, el barreño con agua, la ropa del bebé. En un gesto de admiración hacia ella, por su coraje y su lucidez, sintió que ésa era la mujer que quería a su lado el resto de sus días.

–Pau, tengo un taxi esperando a la puerta. Te llevaremos enseguida al hospital.

Paula tenía el pelo sudado, y mientras él la miraba comenzó a jadear como un animal. Él le tomó las manos. Ella le clavó las uñas hasta que la contracción cesó.

–Tengo contracciones cada cuatro minutos. La puerta se abrió nuevamente, y Carlos gritó:

–¿Necesitan ayuda ahí?

Los dos hombres llevaron a Paula hasta el coche, y la colocaron dentro. Pedro volvió a la casa, apagó las velas y cerró la puerta con llave. Carlos, que tenía un buen sentido de lo que era un melodrama, se abrió paso entre la nieve tocando el claxon y dando destellos de luz entre los coches. En el primer intervalo entre dos contracciones, Paula le dijo:

–Te amo, Pedro, te amo. ¡No puedo creer que estés aquí!

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