miércoles, 20 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 26

Después  de  elegir  un  banco  apartado  entre  árboles,  Paula se  sentó  y  abrió  el  libro,  pero  su  cerebro  se  negó  a  asimilar  las  palabras  de  la  página que tenía ante los ojos. Hacía  años  que  no  tocaba  a  un  hombre,  que  lo  besaba,  que  sentía  ese  impulso  por  su  cuerpo  que  hacía  que  deseara  estar  desnuda y abrazada a él. Que  llegara  a  suceder  la  asustaba.  Que  hubiera  sucedido  con  Pedro Alfonso le resultaba aterrador. Las letras se tornaron borrosas y parpadeó, aclarándose los ojos y  diciéndose  que  no  debía  llorar.  Abandonó  el  pretexto  de  leer,  se  reclinó en el respaldo del banco y cerró los ojos. La brisa era suave y cálida. Desde donde se encontraba, era imposible oír las voces de los invitados que se marchaban. Habiendo dormido muy poco la noche anterior, pudo sentir cómo los párpados se le volvían pesados y le dió la bienvenida a la paz de no tener que pensar, de no tener que castigarse con recriminaciones por su propia estupidez. No tenía ni idea del tiempo que había estado durmiendo ni de lo que  habría  seguido  haciéndolo  si  no  la  hubiera  despertado  el  sonido  de algo fuera de lugar, que no tenía nada que ver con la brisa entre las  hojas.  Abrió  los  ojos  y  descubrió  que  se  hallaba  en  la  sombra,  y  no porque el sol se hubiera puesto en el horizonte. Pedro se erguía sobre ella. El  corazón  comenzó  a  latirle  con  fuerza.  Se  lo  veía  vitalmente  masculino con unos pantalones de color crema y una fina camisa de algodón  de  un  azul  suave.  Tenía  el  pelo  húmedo  y  hacia  atrás.  A  pesar de todo, era consciente del atractivo primitivo que ejercía sobre su  cuerpo.  Era  una  reacción  instintiva  sobre  la  que  no  parecía  tener  control  y  en  ese  momento  era  más  aterrador  porque  la  luz  del  día  hacía que fuera de una realidad lúgubre.

 -¿Qué  quieres?  -preguntó  con  sequedad,  irguiéndose-.  ¿Cómo  me has encontrado aquí?

 -Me pareció el lugar más obvio al que irías para esconderte ante la posibilidad de tropezar conmigo.

-¿Puedes culparme? -soltó sin rodeos.

Pedro apreció  la  honestidad  sin  ambages.  Le  dedicó  una  sonrisa  pausada  que,  sin  saberlo  él,  le  produjo  un  extraño  cosquilleo  en  el  estómago, como el aletear de mil mariposas.

 -No, no puedo hacerlo.

-Entonces,  ¿Para  qué  has  venido  a  buscarme?  Ya  has  hecho  lo  que querías hacer, ¿No?

 -¿Sí?  ¿Le  has  dicho  ya  a  Fede que  su relación  se  ha  terminado?

 -No.

-¿Por qué?

 -¡Porque  todavía  duerme!  ¡Sería  complicado  mantener  una  conversación con alguien que no está despierto!

En esa ocasión, la sonrisa de Pedro fue auténtica.  La chica era valiente y divertida bajo ese exterior duro.

-Pobre  Fede.  Durmiendo  el  sueño  de  los  inocentes.  Por  no  mencionar de los frustrados. ¿Cuándo piensas comunicárselo?

 -Cuando  volvamos  a Inglaterra   -se  protegía  los  ojos  del  resplandor para poder mirarlo.

Le daba una pequeña ventaja, ya que no le permitía leer su expresión. Como dándose cuenta de ello, él se puso en cuclillas, con el rostro a pocos centímetros del suyo.

-Bien  -comentó  con  voz  sedosamente  agradable- porque  no  quiero que olvides que lo comprobaré para cerciorarme de que lo has hecho.

-¿Te marchas ya? -preguntó con cortesía-. Porque no quiero ser la culpable de retenerte.

 -¿No lo quieres?  -murmuró-.  Sí, me  voy  ya.  Los  negocios  son  una bestia que jamás duerme.

-¿Te vas solo?  -había  querido  dejarlo  con  la  burla de  despedida  de que si se marchaba en compañía de Brenda, quizá debiera dedicar un  tiempo  a  analizar  su  propia  moralidad,  pero  antes  de  poder  hacerlo, él le dedicó otra de sus sonrisas perezosas.

-Sí. ¿Por qué? ¿Pensaste que podría marcharme con la deliciosa Brenda? -movió la cabeza con pesar-. Quiere demasiadas cosas que no estoy  dispuesto  a  proporcionar  en  este  momento.  Declaraciones  de  amor,  solitarios  con  grandes  diamantes  y  en  el  horizonte  el  sonido  lejano de campanas nupciales.

-Quieres  decir  que  prefieres  ir  de  cama  en  cama  -soltó  con  desdén.

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