Después de elegir un banco apartado entre árboles, Paula se sentó y abrió el libro, pero su cerebro se negó a asimilar las palabras de la página que tenía ante los ojos. Hacía años que no tocaba a un hombre, que lo besaba, que sentía ese impulso por su cuerpo que hacía que deseara estar desnuda y abrazada a él. Que llegara a suceder la asustaba. Que hubiera sucedido con Pedro Alfonso le resultaba aterrador. Las letras se tornaron borrosas y parpadeó, aclarándose los ojos y diciéndose que no debía llorar. Abandonó el pretexto de leer, se reclinó en el respaldo del banco y cerró los ojos. La brisa era suave y cálida. Desde donde se encontraba, era imposible oír las voces de los invitados que se marchaban. Habiendo dormido muy poco la noche anterior, pudo sentir cómo los párpados se le volvían pesados y le dió la bienvenida a la paz de no tener que pensar, de no tener que castigarse con recriminaciones por su propia estupidez. No tenía ni idea del tiempo que había estado durmiendo ni de lo que habría seguido haciéndolo si no la hubiera despertado el sonido de algo fuera de lugar, que no tenía nada que ver con la brisa entre las hojas. Abrió los ojos y descubrió que se hallaba en la sombra, y no porque el sol se hubiera puesto en el horizonte. Pedro se erguía sobre ella. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Se lo veía vitalmente masculino con unos pantalones de color crema y una fina camisa de algodón de un azul suave. Tenía el pelo húmedo y hacia atrás. A pesar de todo, era consciente del atractivo primitivo que ejercía sobre su cuerpo. Era una reacción instintiva sobre la que no parecía tener control y en ese momento era más aterrador porque la luz del día hacía que fuera de una realidad lúgubre.
-¿Qué quieres? -preguntó con sequedad, irguiéndose-. ¿Cómo me has encontrado aquí?
-Me pareció el lugar más obvio al que irías para esconderte ante la posibilidad de tropezar conmigo.
-¿Puedes culparme? -soltó sin rodeos.
Pedro apreció la honestidad sin ambages. Le dedicó una sonrisa pausada que, sin saberlo él, le produjo un extraño cosquilleo en el estómago, como el aletear de mil mariposas.
-No, no puedo hacerlo.
-Entonces, ¿Para qué has venido a buscarme? Ya has hecho lo que querías hacer, ¿No?
-¿Sí? ¿Le has dicho ya a Fede que su relación se ha terminado?
-No.
-¿Por qué?
-¡Porque todavía duerme! ¡Sería complicado mantener una conversación con alguien que no está despierto!
En esa ocasión, la sonrisa de Pedro fue auténtica. La chica era valiente y divertida bajo ese exterior duro.
-Pobre Fede. Durmiendo el sueño de los inocentes. Por no mencionar de los frustrados. ¿Cuándo piensas comunicárselo?
-Cuando volvamos a Inglaterra -se protegía los ojos del resplandor para poder mirarlo.
Le daba una pequeña ventaja, ya que no le permitía leer su expresión. Como dándose cuenta de ello, él se puso en cuclillas, con el rostro a pocos centímetros del suyo.
-Bien -comentó con voz sedosamente agradable- porque no quiero que olvides que lo comprobaré para cerciorarme de que lo has hecho.
-¿Te marchas ya? -preguntó con cortesía-. Porque no quiero ser la culpable de retenerte.
-¿No lo quieres? -murmuró-. Sí, me voy ya. Los negocios son una bestia que jamás duerme.
-¿Te vas solo? -había querido dejarlo con la burla de despedida de que si se marchaba en compañía de Brenda, quizá debiera dedicar un tiempo a analizar su propia moralidad, pero antes de poder hacerlo, él le dedicó otra de sus sonrisas perezosas.
-Sí. ¿Por qué? ¿Pensaste que podría marcharme con la deliciosa Brenda? -movió la cabeza con pesar-. Quiere demasiadas cosas que no estoy dispuesto a proporcionar en este momento. Declaraciones de amor, solitarios con grandes diamantes y en el horizonte el sonido lejano de campanas nupciales.
-Quieres decir que prefieres ir de cama en cama -soltó con desdén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario