-Dime cuando vayas a ir -hablar de Pedro, saber que Federico lo vería en algún momento de la semana siguiente, la hacía temblar. Saber que iba a estar en el mismo país, mirando el mismo cielo, también la hacía temblar.
-Que es justo lo que debo hacer.
-¿Qué?
-Marcharme -se levantó del sofá con un profundo suspiro y entre las protestas de Paula, le explicó que iba al club a asegurarse de que todo iba bien.
Mientras se calzaba, le explicó que iba a actuar un grupo nuevo de jazz de Edimburgo. Quería comprobar en persona si eran lo bastante buenos como para volver a contratarlos. Paula protestó, pero sin mucho ánimo. Había sido un día agotador y estaría encantada de meterse en la cama. Lo había acompañado a la puerta y apagado las luces de la cocina cuando sonó el timbre. Corrió al vestíbulo, ya que tenía un sonido estridente y la costumbre de despertar a Joaquín. Una vez despierto, el pequeño se quedaría levantado durante horas. Abrió la puerta y ahí estaba. Tan alto, sexy e inesperado, que durante unos segundos sólo fue capaz de parpadear, como si con ello pudiera hacer que desapareciera o convertirlo en Federico. Al final su cerebro se alineó con sus cuerdas vocales.
-¿Qué haces aquí?
-Pasaba por la zona -repuso Pedro-. Pensé en hacerte una visita -comentó impasible.
Paula, por otro lado, luchaba por respirar.
-No puedes estar aquí -susurró con incredulidad-. No sabes dónde vivo.
-Supe dónde vivías en cuanto supe dónde trabajabas. No hace falta ser Sherlock Holmes para llamar a una oficina y conseguir información relevante.
-¡En personal jamás te habrían dado mi dirección!
-¿Y por qué no? Te olvidas de que soy el hermano de Federico. Supongo que no quieres invitarme a pasar, pero vas a tener que hacerlo, porque no pretendo quedarme aquí a mantener una conversación, sin importar lo agradable que esté el clima.
-Verás a Fede la semana próxima. Él me lo dijo. ¿Por qué quieres verme ahora? ¿Por qué?
-Tú ya lo sabes. Si no te mueves, voy a tener que alzarte en brazos y moverte yo.
Lo miró consternada. Había logrado introducir el pie en el umbral. Si luchaba, iba a perder. No era rival para Pedro Alfonso. Se apartó y lo vio entrar en su casa y mirar alrededor con curiosidad e interés. La casa era la más pequeña de las propiedades de dos dormitorios. La había comprado hacía seis años, solicitando la hipoteca más larga que le estaba permitido y, siendo sensata, había logrado mantenerla. Se hallaba en una pequeña urbanización próxima a una escuela primaria y estaba considerada una buena inversión. Las casas eran como cajas, pero cajas agradables y, dependiendo del tamaño, todas tenían un amago de jardín. En su caso, era una pequeña parcela de hierba en el patio de atrás, que cultivaba con celo creativo.
-¿Me pongo en contacto con Fede? -inquirió Paula, sintiéndose invadida por el modo en que estudiaba su casa-. Sé dónde está. Estoy segura de que le encantará venir a verte.
Pedro no se precipitó en responderle. Continuó mirando a su alrededor durante unos segundos antes de volverse hacia ella. Podría haber esperado, podría haber visto a su hermano en unos días y averiguado lo que necesitaba saber, que era si ella había obedecido sus instrucciones o no. Después de todo, le había brindado la elección de marcharse con la reputación intacta o humillada por verse expuesta como una mujer feliz de estar comprometida con un hermano y hacer el amor con el otro. Había ido a verla en persona porque en las últimas semanas había pensado en ella más de lo que le gustaba reconocer. Resultaba un estorbo. La miró, observándolo con esos ojos castaños claros, resaltados por ese exquisito cabello de color vainilla.
-No habría venido aquí si hubiera querido hablar con mi hermano. No, he venido a verte a tí -sintió una irritación y disgusto súbitos consigo mismo por haber hecho el viaje para ver a esa mujer que de forma manifiesta no lo quería en su casa-. ¿Entiendo que sigues en contacto con mi hermano? -más allá del pequeño vestíbulo, vió la cocina, y hacia allí se encaminó-. Sabes dónde está en este preciso momento de la noche. No es lo que quería oír -había llegado a la cocina. Se hallaba a sólo unos pasos de la puerta de entrada, y se detuvo. Y miró, apenas consciente de ella a su espalda. Llenaba el umbral.
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