miércoles, 20 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 29

-Dime  cuando  vayas  a  ir  -hablar  de  Pedro,  saber  que  Federico lo  vería  en  algún  momento  de  la  semana  siguiente,  la  hacía  temblar.  Saber  que  iba  a  estar  en  el  mismo  país,  mirando  el  mismo  cielo,  también la hacía temblar.

-Que es justo lo que debo hacer.

 -¿Qué?

-Marcharme -se levantó del sofá con un profundo suspiro y entre las protestas de Paula, le explicó que iba al club a asegurarse de que todo  iba  bien. 

Mientras  se  calzaba,  le  explicó  que  iba  a  actuar  un  grupo nuevo de jazz de Edimburgo. Quería comprobar en persona si eran lo bastante buenos como para volver a contratarlos. Paula protestó,  pero  sin  mucho  ánimo.  Había  sido  un  día  agotador y estaría encantada de meterse en la cama. Lo  había  acompañado  a  la  puerta  y  apagado  las  luces  de  la  cocina  cuando  sonó  el  timbre.  Corrió  al  vestíbulo,  ya  que  tenía  un  sonido  estridente  y  la  costumbre  de  despertar  a  Joaquín.  Una  vez  despierto, el pequeño se quedaría levantado durante horas. Abrió la puerta y ahí estaba. Tan  alto,  sexy  e  inesperado,  que  durante  unos  segundos  sólo  fue   capaz   de   parpadear,   como   si   con   ello   pudiera   hacer   que   desapareciera o convertirlo en Federico. Al final su cerebro se alineó con sus cuerdas vocales.

 -¿Qué haces aquí?


-Pasaba por la zona -repuso Pedro-. Pensé en hacerte una visita -comentó impasible.

Paula, por otro lado, luchaba por respirar.

-No  puedes  estar  aquí  -susurró  con  incredulidad-.  No  sabes  dónde vivo.

-Supe  dónde  vivías  en  cuanto  supe  dónde  trabajabas.  No  hace  falta  ser  Sherlock  Holmes  para  llamar  a  una  oficina  y  conseguir  información relevante.

-¡En personal jamás te habrían dado mi dirección!

 -¿Y por qué no?  Te  olvidas  de  que  soy  el  hermano  de  Federico.  Supongo  que  no  quieres  invitarme  a  pasar,  pero  vas  a  tener  que  hacerlo,   porque   no   pretendo   quedarme aquí   a  mantener   una   conversación, sin importar lo agradable que esté el clima.

 -Verás a Fede la semana próxima. Él me lo dijo. ¿Por qué quieres verme ahora? ¿Por qué?

-Tú  ya  lo  sabes.  Si  no  te  mueves,  voy  a  tener  que  alzarte  en  brazos y moverte yo.

Lo  miró  consternada.  Había  logrado  introducir  el  pie  en  el  umbral.  Si  luchaba,  iba  a  perder.  No  era  rival  para  Pedro Alfonso.  Se  apartó  y  lo  vio  entrar  en  su  casa  y  mirar  alrededor  con  curiosidad  e  interés. La casa era   la   más  pequeña   de   las   propiedades   de   dos   dormitorios.  La  había  comprado  hacía  seis  años,  solicitando  la  hipoteca  más  larga  que  le  estaba  permitido  y,  siendo  sensata,  había  logrado mantenerla. Se hallaba en una pequeña urbanización próxima a una escuela primaria y estaba considerada una buena inversión. Las casas  eran  como  cajas,  pero  cajas  agradables  y,  dependiendo  del  tamaño,  todas  tenían  un  amago  de  jardín.  En  su  caso,  era  una  pequeña parcela de hierba en el patio de atrás, que cultivaba con celo creativo.

-¿Me pongo en contacto con Fede? -inquirió Paula, sintiéndose invadida  por  el  modo  en  que  estudiaba  su  casa-.  Sé  dónde  está.  Estoy segura de que le encantará venir a verte.

Pedro no  se  precipitó  en  responderle. Continuó  mirando  a  su  alrededor durante unos segundos antes de volverse hacia ella. Podría haber  esperado,  podría  haber  visto  a  su  hermano  en  unos  días  y  averiguado  lo  que  necesitaba  saber,  que  era  si  ella  había  obedecido  sus instrucciones o no. Después de todo, le había brindado la elección de  marcharse  con  la  reputación  intacta  o  humillada  por  verse  expuesta  como  una  mujer  feliz  de  estar  comprometida  con  un  hermano y hacer el amor con el otro. Había  ido  a  verla  en  persona  porque  en  las  últimas  semanas  había pensado en ella más de lo que le gustaba reconocer. Resultaba un estorbo. La miró, observándolo con esos ojos castaños claros, resaltados por ese exquisito cabello de color vainilla.

-No habría venido  aquí  si  hubiera  querido  hablar  con  mi  hermano.  No,  he  venido  a  verte  a  tí  -sintió  una  irritación  y  disgusto  súbitos consigo mismo por haber hecho el viaje para ver a esa mujer que  de  forma  manifiesta  no  lo  quería  en  su  casa-.  ¿Entiendo  que  sigues en contacto con mi hermano? -más allá del pequeño vestíbulo, vió  la  cocina,  y  hacia  allí  se  encaminó-.  Sabes  dónde  está  en  este  preciso momento de la noche. No es lo que quería oír -había llegado a la cocina. Se hallaba a sólo unos pasos de la puerta de entrada, y se detuvo.  Y  miró,  apenas  consciente  de  ella  a  su  espalda.  Llenaba  el  umbral.

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