lunes, 18 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 25

Ella apartó la vista y él notó la palidez frágil de su piel y el modo vulnerable  en  que  juntaba  las  manos,  como  si  intentara  evitar  temblar como una hoja. Lo  asaltó  el  pensamiento  traidor  de  que  si  había  tenido  que  averiguar la realidad de ella de esa manera, le habría gustado haber recorrido toda la distancia, sacarle los pechos y probarlos, arrancarle el  vestido  y  exponer  cada  centímetro  de  su  desnudez.  Acalló  el  pensamiento culpable y desagradable, pero su dolo-rosa erección aún le decía lo que no quería oír.

-Te haré el favor de no ser quien aporte la prueba de tu engaño a Federico. Dejaré en tus manos romper el compromiso, de la manera que más oportuna creas.

-Eres  muy  benevolente,  pero,  ¿Cómo  sabes  que  es  eso  lo  que  quiero  hacer?  ¿O  lo  que  desea  Fede,  aunque  fueras  a  verlo  y  le  hablaras... bueno... de un beso...?

 No era lo que Pedro había esperado oír.

-Mi  hermano  puede  verse  cautivado  por  palabras  bonitas  y  un  aspecto atractivo, pero no creo que mi madre o mi abuelo adoptaran la  misma  actitud  y,  por  si  no  lo  has  notado,  mi  hermano  los  tiene  a  ambos en muy alta estima.


Paula se ruborizó.

 -De acuerdo.

 -Y que ni se te pase por la cabeza cometer un fraude.

-¿Como cuál?

 -Como  callarte  o,  peor,  exponer  planes  para  una  boda.  No funcionará.  Estaré  en  Atenas  las  próximas  semanas,  pero  en  cuanto  acabe allí, me pondré en contacto con Fede y me cercioraré de que hayas  hecho  exactamente  lo  que  te  he  dicho  que  hicieras  -fue  hacia  la puerta y la abrió antes de volverse hacia ella-. Apuesto que ahora estás deseando haber aceptado mi oferta original de desaparecer con los bolsillos llenos...

Paula palideció  pero  permaneció  en  silencio.  ¿Qué  sentido  tenía  responder?  Sólo  se  dió  cuenta  de  lo  rígidamente  tensa  que  .estaba  cuando él se fue, cerrando la puerta con sigilo a su espalda, tal como haría un amante clandestino. Luego se hundió. Apenas pudo obligarse a ir al cuarto de baño, desvestirse,  enfundarse  el  pijama  y  quitarse  el  maquillaje.  Pero  lo  hizo en piloto automático, como un robot. Sus pensamientos eran caóticos, y los peores eran sobre lo que había sentido cuando Pedro Alfonso la había tocado. Toda la percepción que había almacenado inconscientemente se había descargado sobre ella,  como  una  inundación  que  rompiera  las  paredes  frágiles  de  un  dique mal construido. Lo había deseado tanto, que su cuerpo le había parecido  estar  en  llamas,  un  fuego  desbocado  que  se  había  iniciado  en lo más hondo de su ser para extenderse hacia fuera, devorando a su paso devastador cualquier atisbo de sentido común. Bajo  el  confort  del  ligero  cobertor,  tembló  de  forma  convulsiva  en  la  habitación  a  oscuras  y  se  preguntó  por  qué  no  se  había  opuesto. La  respuesta  era  que  había  estado  desesperada  por  tocarlo  y  porque la tocara. La  aceptación  de  ese  hecho  la  llevó  a  emitir  un  gemido.  Se  sentía desnuda. Todas las defensas que había erigido a lo largo de los años habían caído de un solo golpe y del modo más terrible posible. Claro  que  se  lo  contaría  a  Federico,  pero  le  dolía  el  corazón  al  pensar que Pedro obtendría lo que se había fijado desde un principio, desvaneciéndose de su vida creyendo que era la mujer que se había inventado.  Una  cazafortunas  calculadora  que  había  atrapado  a  su  hermano  y  que  habría  llegado  hasta  el  final  si  él  no  la  hubiera  obligado a confesar. Se felicitaría por un trabajo bien hecho. Al final el sueño la dominó, pero fue un reposo inquieto. Había  decidido  que  se  lo  contaría  a  Federico al  día  siguiente,  pero,   como   cabía   esperar   después   de   los   festejos,   se   hallaba   profundamente  dormido  cuando  ella  despertó  poco  después  de  las  nueve de la mañana, y no tuvo valor para despertarlo. Además, ¿de qué serviría su confesión a esas alturas? Haría que pasara el resto de las breves vacaciones ansioso. Decidió que lo mejor era dejarlo hasta que regresaran a Inglaterra.

Tal  como  había  esperado,  la  villa  se  hallaba  rebosante  de  actividad.  La  gente  se  marchaba  y  el  vestíbulo  enorme  estaba  lleno  con todo tipo de equipaje.  Ana estaba ocupada supervisándolo todo, cerciorándose  de  que  el  transporte  que  habían  contratado  hubiera  llegado  a  tiempo.  Paula se  mezcló  entre  los  invitados,  la  mayoría  resacosos, sonrió e hizo comentarios sensatos sobre lo magnífica que había  sido  la  fiesta,  besó  mejillas  y  emitió  las  palabras  adecuadas  acerca de esperar que volvieran a verse. Por suerte, el único miembro del grupo al que no quería ver, no andaba  por  ahí.  Como  ella  no  iba  a  marcharse  ese  día,  fue  a  desayunar algo y luego se retiró al rincón más alejado del jardín con un libro y sus pensamientos.

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