viernes, 8 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 4

Sin embargo, nadie más cuestionaba su presencia en la isla y enla vida de Federico. La  cena  se  sirvió  en  el  comedor,  construido  para  celebrar  grandes  banquetes.  La  mesa  podía  acomodar  a  veinte  personas  con  comodidad y Pedro se cercioró de ocupar una silla justo frente a ella, posición que haría que sintiera su presencia sin ser obvio al respecto. Como  era  habitual  en  las  reuniones  familiares,  la  bebida  fluyó  y  la  conversación  se  tornó  más  bullanguera  a  medida  que  transcurría  la  noche. Le  agradó  ver  que  el  abuelo  se  hallaba  en  su  elemento.  «¡Ochenta»,  exclamó  en  algún  momento  entre  el  primer  plato  y  el  café, «no es más que otro número de dos dígitos!» Al  llegar  los  licores,  algunos  de  los  invitados  se  habían  ido  a  acostar,  incluida  su  madre.  El  resto,  encontraba  excusas  para  alzar  las copas y brindar por cualquier cosa. Cuando reinó un momento de silencio en la conversación animada, Pedro  hizo sonar su cuchara en la mesa y aguardó hasta que todas las cabezas giraron en su dirección. Notó que Paula parecía más cauta que expectante. Alzó la copa directamente en su dirección y dijo:

-¡Por  la  hermosa  Paula Chaves y  su  compromiso  con  mi  hermano!  -se  oyó  un  bramido  de  consenso,  y  luego  añadió  en  voz  normal,   mirándola-:   A pesar de lo rápido que ha   sido dicho compromiso...

Paula lo miró a los ojos y tembló. A la tenue luz de las velas, su rostro oscuro y atractivo parecía casi diabólico, pero de todos modos alzó la copa y el mentón con gesto desafiante.

-¿Por qué perder  el  tiempo  cuando  dos  personas  saben  lo  que  quieren?  -replicó  con  temeridad. 

Con  las  charlas  sonoras  que  los  rodeaban,  su  conversación  tenía  una  corriente  susurrada  y  eléctrica  que  hacía  que  pareciera  que  hablaban  en  un  lugar  muy  íntimo  y  solitario. Había esperado desconcertarlo, pero él simplemente alzó la copa en brindis silencioso y bebió un trago generoso, mirándola por encima del borde hasta que ella no aguantó más y rompió el contacto visual para  buscar  desesperadamente  a  Federico,  ajeno  a  esas  corrientes  subterráneas  mientras  le  contaba  a  uno  de  sus  tíos  su  última  incursión  en  el  negocio  de  la  vida  nocturna.  Tuvo  que  toser  con  mucha  fuerza  para  atraer  su  atención,  pero  cuando  la  consiguió,  se  sintió  aliviada  de  verlo  ponerse  de  pie  con  equilibrio  precario  y  despedirse de todos los aún presentes.  Sintió   la   mirada   inquietante   y   sombría   de   Pedro mientras   abandonaban la sala.  Sólo se atrevió a suspirar aliviada cuando llegaron al dormitorio y cerraron a su espalda.

-Bueno -comentó Federico-, ¿Qué te parece mi familia?

-Muy... animada -le sonrió y se acercó al tocador para comenzar a  soltarse  la  trenza  que  contenía  su  pelo  largo-.  Tu  madre  es  maravillosa, tan abierta. No estoy segura de lo que esperaba. Las madres pueden ser un poco posesivas cuando se trata de sus hijos -se miraron a través del espejo y él le sonrió.

-Ah, pero gracias al cielo, yo no soy el primogénito. Las expectativas más pesadas recaen sobre los hombros de Pedro. Y no es que no esté a la altura de ellas.

-Tú también, Fede.

-Difícilmente  -la  sonrisa  titubeó  un  momento,  pero  luego  se  relajó y se acercó por detrás para masajearle los hombros hasta que parte de la tensión se evaporó-. Puedes ver por qué ayuda tanto que te haya traído... Pau, tú eres la única persona en quien confío y no sabes lo mucho que significa para mí...

-No lo digas  -giró  para  mirarlo  y  tiró  de  él  hasta  tenerlo  arrodillado delante de ella-. Yo también confío en tí... somos buenos el  uno  para  el  otro,  Fede.  Funciona  en  ambos  sentidos.  Sólo  espero...

-¿Qué?

-Me parece que a tu hermano no le caigo bien -soltó sin rodeos-. ¿Lo has notado? Me da la impresión de que me miraba, quiero decir, de  que  realmente  me  miraba.  Cuando  todo  el  mundo  estaba  a  la  mesa y ofreció el brindis por nuestro compromiso, se inclinó hacia mí después de que todos reanudaran la conversación y dijo algo de que era un compromiso muy rápido.

 -No  te  preocupes  por  Pedro-la  tranquilizó  Federico-.  No  es  más  que un hermano mayor. Siempre ha sido así. No fuimos a los mismos colegios.  Él fue a un internado  en  Inglaterra,  pero  recuerdo  que  cuando  venía  por  las  vacaciones  siempre  se  presentaba  ante  la  entrada  de  mi  colegio,  para  asegurarse  de  que  todo  iba  bien  -una  sonrisa de afecto iluminó las facciones de Federico-. Él sabía que había unos  chicos  que  me  amedrentaban.  Yo  no  quería  que  mamá  se  involucrara,  pero  Pedro no  pensaba  tolerarlo.  Sólo  tuvo  que  aparecer  un  par  de  veces  para  que  jamás  se  repitiera.  Es  así,  Pau.  Siempre  está  ahí  para  la  familia.

 -Sí,  pero... 

-Pero  nada.  No te  preocupes  -le  acarició el brazo con ternura-. Podrá ver que somos muy felices en la compañía del otro y eso bastará.

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