La implicación de que la intimidaba, de que quería huir de él, lo consiguió. Paula se consideraba una luchadora. Había criado a Joaquín sola, había pasado todo el proceso del embarazo sin ayuda de nadie y había resultado casi mortalmente herida por el colapso espectacular de la relación con el padre de su hijo. Carecía de padres a los que poder recurrir y ninguna red útil de parientes cariñosos que pudieran ayudarla cuando los llamara. Las dos únicas armas en su arsenal habían sido la determinación de traer a ese bebé al mundo y la resolución de ofrecerle todo el amor que era capaz de dar. Que Pedro Alfonso insinuara que huía asustada era como agitar un capote rojo ante un toro. Tal como había esperado, Federico se hallaba profundamente dormido cuando fue a buscar la crema protectora y el sombrero. Decidió no despertarlo y regresó a la piscina. Lo encontró ya en el agua, surcándola con la fluidez de un pez. Lo observó unos minutos, fascinada por el movimiento de los músculos, y luego, despacio, fue hacia una de las tumbonas. En esa ocasión, y a pesar de tener los ojos cerrados, fue consciente de que se acercaba. Lo oyó salir de la piscina y luego acercar una silla y sentarse junto a ella.
-No pensé que fueras a aceptar mi invitación -dijo Pedro, mirando la piel blanca donde finalizaba el top y comenzaban los vaqueros.
Los pechos eran dos pequeños montes que tensaban el tenue algodón.
-¿Por qué no iba a hacerlo? Además, tienes razón; Fede querría que fuéramos amigos o al menos que intentáramos ser amigables.
-¿Es tu primera visita a Grecia? -preguntó.
Ella seguía con los ojos cerrados y, sin ser observado, se descubrió mirando esos dos pechos pequeños y redondeados. Con cierto esfuerzo, apartó la vista. Paula abrió los ojos y a regañadientes lo miró. Tenía el pelo mojado y echado hacia atrás, y el cuerpo aún exhibía un lustre húmedo del agua. Deseó que volviera a ponerse la camisa, porque ese torso duro y bien definido era demasiado ante su cara.
-Mi primera visita a Santorini -respondió con frialdad, clavando la vista justo al frente, que le ofrecía un paisaje más tranquilizador-. Hace unos años estuve en Atenas.
-¿Con tu familia?
-No.
Como era evidente que no quería explayarse, se reclinó y aguardó en silencio. Tarde o temprano aportaría más cosas. La gente era predecible. Mostraría paciencia hasta que ella sola le suministrara los detalles que terminarían por enterrarla.
-No tengo familia. Al menos no en Inglaterra -Paula indicó al rato con irritación-. Mis padres se fueron a vivir a Australia hace siete años. Me temo que no nos vemos a menudo.
-¿Fuiste con amigos, entonces? -instó Pedro-. Atenas es una ciudad hermosa, pero me sorprende que la eligieras como destino con amigos. Carece de la intensa vida nocturna de otros lugares, como Ibiza. ¿No es allí adonde van casi todos los ingleses a pasárselo bien?
-Casi todos -convino Paula, resistiendo el cebo.
Atenas era una de esas cosas que no tenía intención de discutir. De hecho, pensar en aquel largo fin de semana allí la ponía enferma. Había sido la última vez en que había conocido una felicidad completa e inocente. Había estado enamorada, o eso había creído, y el mundo había sido un lugar de ensueño.
-De modo que no conoces mucho de nuestra isla. -Pedro apenas fue capaz de contener la impaciencia en su voz-. ¿O sí? ¿Te ha hablado Fede de ella? No recuerdo la última vez que estuvo aquí.
-Oh, no. No la menciona mucho. Sólo me dijo que la villa era el hogar donde tu abuelo pasaba las vacaciones y que iba a celebrar aquí su cumpleaños.
-¿Y la has encontrado al nivel de tus expectativas? -inquirió con tono sedoso.
Paula se puso rígida.
-Realmente, no sabía qué esperar.
-Vamos, eso no puede ser verdad. Todo el mundo tiene una visión mental del lugar al que va de vacaciones.
-Es una casa magnífica -fue el comentario neutral de Paula. Se volvió hacia él y le dedicó una mirada , larga y fría-. ¿Es la respuesta adecuada o debería decir otra cosa? Me sorprende por su tamaño, pero sólo en cuanto residencia de vacaciones de una única persona.
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