miércoles, 6 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 65

–Gracias al piloto, a los que apartaron la nieve, y a Carlos. Yo también te amo, mi adorada Pau. Apriétame, aquí –ella se sujetó de las muñecas de Pedro, y se esforzó por respirar.

–Grita, si eso te desahoga, grita si te hace bien –él hubiera dado cualquier cosa por no verla sufrir.

Después de un segundo, que a él le pareció eterno, ella aflojó la mano de su muñeca.

–Carlos, ¿Tienes niños? –le preguntó Pedro.

–Sí, cuatro niños. Mi mujer gritaba como una loca cuando los tuvo...

Paula atravesó la siguiente contracción. Y cuando terminó dijo:

–¿Cómo le vamos a llamar, Pedro?

 –¿Cómo quieres llamarlo?

–Siempre me ha gustado el nombre Baltazar... Baltazar Alfonso–y luego apretando nuevamente las muñecas de Pedro le dijo–: Dile a Carlos que se dé prisa.

Unos segundos más tarde, llegaron al hospital. Carlos fue corriendo a buscar una camilla. Paula le dijo al oído a Pedro:
–Dile a tu hijo que se dé prisa, ¡Que ya está bien!

Pedro apretó su cara contra la de ella. No era momento para sentirse embargado por el amor, pero no lo podía evitar.

A los tres minutos nació Baltazar Alfonso. Pedro jamás olvidaría la expresión de Paula cuando la enfermera se lo dió. Estaba radiante con su bebé.

Paula luego miró a Pedro y le dijo:

–Te quiero.

 –Yo también.

 –¿Es una tontería que llore cuando soy tan feliz, no? –dijo ella entre lágrimas y guió las manos de Pedro hasta la cabecita del bebé.

Siete semanas más tarde, Paula fue al médico. El doctor Fowler, que había estado cómodamente en su casa mientras nacía Baltazar, le confirmó lo que ella sabía: estaba muy bien de salud.Tenía un plan en la cabeza, una travesura más bien.

A finales de diciembre se habían casado, en una boda íntima, con Matías y Sofía de padrinos. Ana se había puesto muy elegante y había estado encantada con los acontecimientos.

Pedro se había ido a vivir a casa de Paula, aunque estaban pensando en comprar otra casa para la primavera, y él pensaba pasar sus operaciones comerciales a Halifax. Baltazar era una bendición, y Paula estaba encantada de ser madre. El único problema, pensaba, era que Pedro y ella no hacían el amor desde hacía ocho semanas, demasiado tiempo, pensó. Y la abstinencia del posparto la estaba volviendo loca. Ahora ya había pasado la cuarentena, y comenzaba a sentirse como la nueva novia y recién casada que era. ¿Le parecería deseable todavía a Pedro?

Ella se sentía insegura. Pero pensó que Pedro no necesitaba una mujer temerosa. Ahora que sabía más detalles sobre Jesica, no podía permitirse resultar tan asustadiza como ella. Entonces sin pensarlo dos veces se subió a su coche y fue al centro comercial más cercano, a una tienda de lencería. Media hora más tarde regresó con una bolsa de plástico y un sobre pequeño que contenía una azucena.

–¿Está durmiendo Balta? –preguntó Paula al volver.

–Está profundamente dormido –contestó Pedro.

Paula se escondió la flor y luego la hizo aparecer a los ojos de Pedro y se la extendió. Luego le dijo:

 –¿Me ayudas a quitarme el abrigo, Pepe?

Él tomó la flor, y la miró. Luego levantó la mirada hacia Paula. Tenía el pelo suelto, y los ojos encendidos. La amaba tanto... Y era tan hermosa, que hubiera hecho cualquier cosa que le pidiera... Dejó la flor a un lado, y se acercó más a ella.

–Bienvenida, señora Alfonso–y la besó con pasión.

Aquello era el paraíso, pensó Paula. Él comenzó a desabrocharle los botones uno por uno con seguridad. Debajo, ella llevaba un sujetador escotado y de encajes negros a juego con unas braguitas escotadas, y medias negras. Pedro se rió, con una mezcla de deseo y felicidad:

–¿Estás intentando seducirme por casualidad?

–Eso es algo que me gusta de tí: comprendes rápido las cosas.

Paula le acarició el pecho, bajando hasta el cinturón del pantalón, e incluso más abajo. Enseguida notó la respuesta en el cuerpo de Pedro.

–Tú tampoco estás mal.

 –Es que tú eres muy directa...

Con un movimiento de caderas seductor, ella dijo:

 –Iba a llevar la azucena entre los dientes, pero me pareció exagerado.

–Pau, silo hubiera sabido habría puesto música adecuada... ¿Sabes que te quiero?

 –A veces.

–No lo dudes. Será mejor que te pongas el abrigo para subir, no sea que estén mirando los vecinos.

–Esta vez no necesitamos a Carlos –le habían mandado una tarjeta, anunciando el nacimiento del niño.

–Hemos esperado mucho tiempo para esto.

–Sí –dijo Paula, y se echo en la cama.

Con entusiasmo inusitado comenzó a seducir a su marido. No le fue difícil. La respuesta de Pedro era, cuanto menos halagadora, y ella quería demostrarle todo su amor. En medio de la pasión, Pedro era capaz de reconocer en ella la generosidad, y la ternura hacia él...

Después se quedaron dormidos con los cuerpos entrelazados. Y un llanto de bebé los despertó.

–Le voy a dar de comer, y luego vuelvo a la cama, ¿Te parece?

 –Buena idea. Tenemos un montón de tiempo...

–Toda una vida...

–Pero ése no es motivo para que no empecemos ahora...

Media hora más tarde, Baltazar, con el estómago lleno y limpio, volvió a dormirse, y Paula, bien despierta, volvió a la cama con Pedro.




FIN

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