viernes, 22 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 35

Paula se lo dió. Se lo sabía de memoria, aunque nunca lo había necesitado  para  una  urgencia.  Estaba  demasiado  ocupada  con  la  creciente  lista  de  motivos  por  los  que  no  podía  tener  un  tobillo  roto  como  para  darse  cuenta  de  que  Pedro abría  su  móvil  y  marcaba  el  número. Desde luego, el ambulatorio estaba cerrado, pero ofrecía un número  de  emergencia  en  un  mensaje  grabado.  El médico  del  otro  lado  de  la  línea  no  tuvo  ninguna  posibilidad  de  negarse  a  hacer  una  visita  en  cuanto  Pedro se  puso  en  acción.  Había  urgencia  en  su  voz,  pero  también  la  suposición  muda  de  que  el  doctor  Hawford  no  titubearía  en  abandonar  la  cama  un  domingo  por  la  noche  para  presentarse a inspeccionar el tobillo ya hinchado.

-¿Los  analgésicos  han  empezado  a  surtir  efecto?  -preguntó  al  cerrar  el  móvil  y  acercar  una  banqueta  baja  para  sentarse junto a  ella.

-Gracias por  llamar  al  doctor  -dijo  Paula-.  Estoy  segura  de  que  querrás ponerte en marcha ya. Es tarde y Londres no se encuentra a la vuelta de la esquina.

 -Muy  cierto  -miró  el  reloj  de  pulsera-.  Son  más  de  las  diez.  No  tiene sentido regresar a Londres. Tendré que quedarme aquí.

-¡Aquí! -chilló, horrorizada-. ¡No puedes quedarte aquí! ¿Te has olvidado de Joaquín? Además, la casa es demasiado pequeña. Sólo hay dos dormitorios y los dos se usan. Si pisas el acelerador, no tardarás tanto en volver a Londres.

 -¿Defiendes que supere el límite de velocidad por complacerte a tí?

 -¡Te digo que no  te vas a  quedar aquí!  -brevemente  olvidó  el  dolor  horrendo  del  pie  ante el  pensamiento  más  opresivo  de tener  a  Pedro bajo el mismo techo una noche.

 -No  proponía  pasar  la  noche  en  tu  casa  -le  aclaró-.  Proponía  quedarme con mi hermano.

-No puedes hacer eso -las palabras salieron de su boca antes de que su cerebro pudiera editarlas-. Quiero decir que no puedes hacer eso  sin  llamarlo  primero.  Fede tiene  un  horario  raro.  Puedes  presentarte  en  su  casa  y  descubrir  que  no  está,  y  quizá  tengas  que  esperarlo durante horas.

-¿Un domingo?  -preguntó,  levemente  desconcertado  por  el  rechazo  inmediato  de  la  idea.  La  estudió-.  Tienes  razón.  No quiero  quedarme  esperando  durante  horas  ante  un  apartamento  vacío.  Lo  llamaré  ahora.  Además,  estoy  seguro  de  que  querrá  enterarse  de  tu  pequeño accidente.

Antes  de  poder  manifestar  su  opinión  sobre  la  idea,  él  abrió  el  condenado  móvil  y  en  esa  ocasión  no  le  quedó  más  remedio  que  aguzar el oído para tratar de oír cada segmento de la conversación. Sólo  pudo  captar  un  lado,  pero  no  le  resultó  complicado  aventurar  una  conjetura  sobre  lo  que  se  decía  del  otro.  O  incluso  imaginar a Federico en el club, con el teléfono pegado al oído y yendo hacia su despacho para que la voz de su hermano no se mezclara con el ruido y la música. Hubo  una  breve  explicación  de  su  presencia  en  casa  de  Paula,  que  logró  sortear  con  éxito  aduciendo  que  había  ido  allí  con  la  esperanza  de  encontrarlo  a  él.  Ella  casi  bufó.  Luego  le  dió  un  parte  breve de lo sucedido con el tobillo sin proporcionarle los detalles que habían conducido a la lesión.

 -Pero  ahora  que  estoy  aquí  -dijo Pedro-,  parece  ridículo  que  regrese a Londres a esta hora. ¿Tu departamento tiene sitio para más de una persona?

Frunció  el  ceño  ante  la  respuesta  que  había  obtenido,  aunque  Paula sabía  que  Federico había  expresado  alegría  de  que  su  hermano  se  quedara  con  él.  ¡Si había oído  su  exclamación  desde  donde  se  encontraba! Quizá había sido el ínfimo titubeo antes de contestar.

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