Paula se lo dió. Se lo sabía de memoria, aunque nunca lo había necesitado para una urgencia. Estaba demasiado ocupada con la creciente lista de motivos por los que no podía tener un tobillo roto como para darse cuenta de que Pedro abría su móvil y marcaba el número. Desde luego, el ambulatorio estaba cerrado, pero ofrecía un número de emergencia en un mensaje grabado. El médico del otro lado de la línea no tuvo ninguna posibilidad de negarse a hacer una visita en cuanto Pedro se puso en acción. Había urgencia en su voz, pero también la suposición muda de que el doctor Hawford no titubearía en abandonar la cama un domingo por la noche para presentarse a inspeccionar el tobillo ya hinchado.
-¿Los analgésicos han empezado a surtir efecto? -preguntó al cerrar el móvil y acercar una banqueta baja para sentarse junto a ella.
-Gracias por llamar al doctor -dijo Paula-. Estoy segura de que querrás ponerte en marcha ya. Es tarde y Londres no se encuentra a la vuelta de la esquina.
-Muy cierto -miró el reloj de pulsera-. Son más de las diez. No tiene sentido regresar a Londres. Tendré que quedarme aquí.
-¡Aquí! -chilló, horrorizada-. ¡No puedes quedarte aquí! ¿Te has olvidado de Joaquín? Además, la casa es demasiado pequeña. Sólo hay dos dormitorios y los dos se usan. Si pisas el acelerador, no tardarás tanto en volver a Londres.
-¿Defiendes que supere el límite de velocidad por complacerte a tí?
-¡Te digo que no te vas a quedar aquí! -brevemente olvidó el dolor horrendo del pie ante el pensamiento más opresivo de tener a Pedro bajo el mismo techo una noche.
-No proponía pasar la noche en tu casa -le aclaró-. Proponía quedarme con mi hermano.
-No puedes hacer eso -las palabras salieron de su boca antes de que su cerebro pudiera editarlas-. Quiero decir que no puedes hacer eso sin llamarlo primero. Fede tiene un horario raro. Puedes presentarte en su casa y descubrir que no está, y quizá tengas que esperarlo durante horas.
-¿Un domingo? -preguntó, levemente desconcertado por el rechazo inmediato de la idea. La estudió-. Tienes razón. No quiero quedarme esperando durante horas ante un apartamento vacío. Lo llamaré ahora. Además, estoy seguro de que querrá enterarse de tu pequeño accidente.
Antes de poder manifestar su opinión sobre la idea, él abrió el condenado móvil y en esa ocasión no le quedó más remedio que aguzar el oído para tratar de oír cada segmento de la conversación. Sólo pudo captar un lado, pero no le resultó complicado aventurar una conjetura sobre lo que se decía del otro. O incluso imaginar a Federico en el club, con el teléfono pegado al oído y yendo hacia su despacho para que la voz de su hermano no se mezclara con el ruido y la música. Hubo una breve explicación de su presencia en casa de Paula, que logró sortear con éxito aduciendo que había ido allí con la esperanza de encontrarlo a él. Ella casi bufó. Luego le dió un parte breve de lo sucedido con el tobillo sin proporcionarle los detalles que habían conducido a la lesión.
-Pero ahora que estoy aquí -dijo Pedro-, parece ridículo que regrese a Londres a esta hora. ¿Tu departamento tiene sitio para más de una persona?
Frunció el ceño ante la respuesta que había obtenido, aunque Paula sabía que Federico había expresado alegría de que su hermano se quedara con él. ¡Si había oído su exclamación desde donde se encontraba! Quizá había sido el ínfimo titubeo antes de contestar.
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